El amor, como el vino, a veces necesita respirar. Otras, se oxida y en el vaivén suave de la Ribera del Duero esta máxima no es una excepción. Tampoco entre las luces líquidas de Dubai. En esas noches, muchas menos de mil y una, se deshizo un amor con forma de uva tempranillo. Mónica Pont ha abandonado el piso madrileño que compartía con el bodeguero Javier Moro, y con él, los vinos, las promesas, los brindis a media voz y la tibia utopía de la madurez compartida.