No sabemos si, con tanta demanda (contra Corinna y contra Revilla), la publicación de sus memorias, tema que ha renacido de sus cenizas, y alguna distracción más, muchos han caído en la cuenta de que Juan Carlos I lleva meses sin aparecer por España. Ha anulado la asistencia a las regatas de Sanxenxo, pasó por Suiza a "cambiarse las pilas" y se le ha visto al algún acto público. El ex jefe de Estado se desplazó hasta el circuito internacional de Sakhir para apoyar a los pilotos españoles, como ya contamos. Y días antes le vimos, muy delgado y no con muy bien aspecto, en el evento hípico que se celebra cada año en el Hipódromo de Meydan, en Emiratos Árabes Unidos. Juan Carlos I apareció junto al príncipe Abdullah bin Saad, una imagen que fue muy difundida porque era la primera después de las demandas.
#???_???_???????_2025 ?????? ???? ??????? ???? ?????? ??? ???? ???? ?????? ??? ?? ????????? ???? ???? ? ??????? ??? ??? ?? ?????? ?????? ??? ?? ?????? ?? ????? ??????? ????
— ??????? ?? ??? ?? ????????? ?? ???? (@A_S_A_Alsaud) April 5, 2025
I met today The king of Spain ,Juan Carlos ,and we have shared memories about his visit to our house in… pic.twitter.com/81dmET2F7t
No habrá procesiones ni devoción a las imágenes por parte de las infantas o su padre. Pero sí se verán, aunque no en la España católica sino en Emiratos Árabes Unidos, donde aproximadamente el 76% de la población es de confesión musulmana (el resto de la población se divide en un 12,6% de cristianos, 6,6% de hindúes y algunas minorías budistas y sijs).
Pero las procesiones no lo son todo y además esta Semana Santa no da bueno en España. Las hijas del rey emérito se se cogen unos días de Semana Santa y se van al pueblo. Pero su pueblo en esta ocasión no es otro que el lugar donde está su padre. Y vuelan hacia el exilio fiscal del emérito; donde no hay procesiones ni nazarenos y sí mucho calor, mucho oro líquido y los pecados se disuelven en alfombras persas. Van a verle, dicen. Le visitan, insisten.
Lo hacen por amor, dicen. Lo hacen por familia, repiten. Lo hacen, quizás, también, por una herencia de lealtades tejida en los palacios donde las facturas nunca se mencionan, pero donde el dinero siempre tiene el peso de una presencia muda. Ir y venir de Abu Dabi como quien se coge el metro es una manera más de seguir recordando al mundo que hay quienes viven al margen del calendario y del presupuesto. Será por dinero. O será por costumbre. O será porque no saben vivir de otra forma.
Nadie visita con tanta constancia sin llevar en el equipaje una fidelidad labrada en la herencia y, tal vez, también, alguna que otra cláusula tácita de gratitud heredada. O tal vez Juan Carlos I no está para viajar él. Y además del gesto tan admirable y humano de visitar al padre que avanza hacia los 88 años, las infantas tienen temas de conversación para confirmar querellas, demandas y otros finiquitos.
Doña Elena parte desde Madrid con billete de línea regular
Doña Elena parte desde Madrid con billete de línea regular, rodeada de escoltas que custodian no sólo su seguridad sino también su anacronismo. Es una dama de otra época que prefiere el uniforme de la Fundación Mapfre al boato, aunque no le haga ascos a un buen arroz emiratí con vistas al desierto. Por su parte, Cristina vuela desde donde le toque. Puede ser Ginebra, Barcelona o incluso Londres, si ese día uno de sus hijos ha decidido invitarla a un brunch o a una cena con quinoa.
El mapa de sus movimientos tiene el desorden de la familia dispersa y el orden secreto del afecto, o del deber. No consta que todos los nietos se apunten al plan. Pablo Urdangarin, el más admirado y sano, vive su propio cuento con una novia formal muy bien educada y que se comporta ejemplarmente ante la prensa.
Froilán sigue instalado en Abu Dabi como si fuera un Erasmus perpetuo con aire acondicionado. Piso compartido, máster online y quizás algún brindis con su abuelo al atardecer, entre confidencias y brindis de nostalgia. Es el anfitrión involuntario. La abuela Sofía, siempre al margen, se retira a Palma con su hermana Irene, como quien escoge la última habitación del hotel para no molestar.
El viaje de las infantas, repetido cada vez con más naturalidad, se ha convertido en liturgia privada. Van en Semana Santa, en verano, en Nochevieja. No importa que no sea temporada alta ni que los vientos de la opinión pública no soplen a favor. Ellas van. Porque ir a ver a papá es también confirmar que todavía existe ese reino intangible donde nadie te pregunta de qué vives, ni por qué nunca rindes cuentas.

La infanta Cristina, más libre de horarios, teletrabaja desde donde le plazca. Un día aparece en un comité de La Caixa, al siguiente envía un informe a la Fundación Aga Khan, y al siguiente, desaparece entre las dunas. La infanta Elena, más disciplinada, marca la tarjeta cada día como si su empleo fuera lo único que mantiene su estampa de infanta operativa. Pero ambas coinciden en lo esencial: el trono podrá estar vacío, pero el patriarca sigue siendo el sol alrededor del cual gira su fidelidad.
Apoyan sus causas, dicen en El Confidencial, defienden sus decisiones, contribuyen a sus memorias —esas que se están horneando con aroma de absolución— y empuñan el nombre del padre para dar batalla legal si hace falta. Miguel Ángel Revilla, Corinna, Dante Canonica… cualquiera que ose alterar la imagen restaurada del rey cazador de elefantes recibirá la mirada implacable de sus hijas, fieles como mastines.