Premio Nobel de Economía

Los shocks económicos globales de los últimos años han dejado a Europa en un estado de particular vulnerabilidad. Si bien prácticamente todos han sufrido alteraciones vinculadas al clima y a la pandemia, la Unión Europea también ha padecido el desenlace de la guerra de Ucrania a sus puertas, y su fuerte dependencia de las importaciones de energía implicó que las alzas de los precios - y la necesidad de dejar de comprar combustibles fósiles rusos- han tenido un impacto especialmente duro. Tanto el crecimiento como la seguridad económica están bajo presión.

El mayor año electoral en la historia se está desarrollando en un momento en que la creciente desigualdad de riqueza e ingresos alimenta la polarización y mina la cohesión social en muchos países. Los niveles de ingresos promedio y el desempeño económico general no parecen marcar mucha diferencia, las brechas cada vez más grandes entre los que tienen y los que no tienen se están volviendo un fenómeno prácticamente universal y se están traduciendo, cada vez más, en visiones marcadamente divergentes de lo que constituye un progreso económico y social. Esto hace que la gobernanza, en el mejor de los casos, resulte difícil.

Muchos damos la electricidad por sentada: accionamos un interruptor y esperamos que la luz se encienda. Pero la capacidad y resiliencia de los sistemas de generación, transmisión y distribución de energía no está garantizada; y cuando fallan, toda la economía se queda a oscuras.

Cómo lograr el equilibrio correcto entre el estado y el mercado, y garantizar el funcionamiento apropiado de ambos, es algo que se viene debatiendo desde hace siglos. Pero la escritora y filántropa india Rohini Nilekani ofrece una respuesta que no se centra ni en uno ni en otro. Como sugiere el título de su libro de 2022 Samaaj, Sarkaar, Bazaar (Sociedad, Estado, Mercados): una estrategia del ciudadano ante todo, la sociedad está antes que nada. Para Nilekani, una sociedad estable, inclusiva y que funcione bien es esencial, primero, como un objetivo en sí mismo. Pero también es crucial por otro motivo: una sociedad civil saludable es un prerrequisito para una gobernanza efectiva y para resultados de mercado beneficiales.

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28) de este año ha comenzado en Dubái. Dependiendo de a quién se le pregunte, la perspectiva va desde un profundo pesimismo hasta un optimismo cauteloso. Pero hay algo en lo que casi todos están de acuerdo: una acción climática efectiva es más urgente que nunca.

La UE, como gran parte del resto del mundo, enfrenta fuertes vientos económicos en contra. Sin embargo, mientras que otras economías importantes, como China y EEUU, están bien posicionadas para utilizar las políticas industriales con el fin de contrarrestar los desafíos que enfrentan, la UE tiene por delante impedimentos estructurales significativos en este frente.

Con la 78.ª sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas y la Semana del Clima en Nueva York a punto de comenzar, y cada vez más cerca de la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28), es imprescindible que el mundo tenga claridad sobre la relación entre el crecimiento económico y la sostenibilidad medioambiental. Lejos de ser objetivos incompatibles, lo primero es requisito de lo segundo: el dinamismo económico y la mejora de los niveles de vida son esenciales para financiar la acción climática y asegurarle un adecuado nivel de apoyo público.

En todo el mundo, la oferta tiene dificultades para satisfacer la demanda. La inflación se mantiene obstinadamente alta, a pesar de las alzas agresivas de las tasas de interés. La fuerza laboral global envejece a pasos acelerados. La escasez de mano de obra es ubicua y persistente.

Los mercados y sus incentivos fueron durante varias décadas los principales motores de las políticas y tendencias económicas. Pero ya no es así. Hemos ingresado a una era dominada por la economía política, en la que las acciones de los gobiernos y la posibilidad de cambios de rumbo drásticos se han convertido en los principales determinantes del desempeño económico.

Las políticas comerciales y de desarrollo tecnológico casi siempre tienen consecuencias distributivas. Puede haber algunas excepciones en donde la implementación de una política genera ganancias o ninguna pérdida prácticamente para nadie. Pero estas instancias son ocasionales.