Premio Nobel de Economía
Opinión

En todo lo referido a la inteligencia artificial, hoy el consenso es poco. Pero una expectativa que al parecer se ha instalado en muchas empresas, inversores y analistas es que la tecnología mejorará la productividad en una amplia variedad de áreas. Sin embargo, suponiendo que esas mejoras se materialicen, ¿servirán de algo? Muchos observadores (entre los que me incluyo) prevén que la IA aportará un aumento significativo de la productividad. En primer lugar, los primeros datos obtenidos de una colección creciente de estudios de caso así lo indican. Además, en vista de la rapidez con que se expande la funcionalidad de la IA, la disminución de los costos de entrenar y usar modelos de IA y la adopción de herramientas y sistemas de código abierto, parece probable que la IA pueda aplicarse en forma significativa en casi todos los sectores y categorías laborales.

Decir que el entorno económico mundial actual es «incierto» es subestimar mucho la confusión que se ha instalado en estos últimos meses, y sobre todo desde que a principios de abril el presidente estadounidense Donald Trump introdujo sus aranceles del «día de la liberación». Luego los puso en pausa casi de inmediato, cuando los mercados de capitales (en particular, los de bonos estadounidenses) se hundieron en el caos. Pero nadie (con la posible excepción de algunos miembros del gobierno) sabe si en los próximos meses los reactivará (tras la suspensión por noventa días en la que los países afectados intentarán negociar nuevos acuerdos bilaterales con Estados Unidos) o si pondrá en su lugar una serie de esquemas negociados con los socios comerciales. Aún así, algunos de los efectos de las políticas de Trump sobre la economía de los Estados Unidos y del mundo son previsibles

Los shocks económicos globales de los últimos años han dejado a Europa en un estado de particular vulnerabilidad. Si bien prácticamente todos han sufrido alteraciones vinculadas al clima y a la pandemia, la Unión Europea también ha padecido el desenlace de la guerra de Ucrania a sus puertas, y su fuerte dependencia de las importaciones de energía implicó que las alzas de los precios - y la necesidad de dejar de comprar combustibles fósiles rusos- han tenido un impacto especialmente duro. Tanto el crecimiento como la seguridad económica están bajo presión.

El mayor año electoral en la historia se está desarrollando en un momento en que la creciente desigualdad de riqueza e ingresos alimenta la polarización y mina la cohesión social en muchos países. Los niveles de ingresos promedio y el desempeño económico general no parecen marcar mucha diferencia, las brechas cada vez más grandes entre los que tienen y los que no tienen se están volviendo un fenómeno prácticamente universal y se están traduciendo, cada vez más, en visiones marcadamente divergentes de lo que constituye un progreso económico y social. Esto hace que la gobernanza, en el mejor de los casos, resulte difícil.

Muchos damos la electricidad por sentada: accionamos un interruptor y esperamos que la luz se encienda. Pero la capacidad y resiliencia de los sistemas de generación, transmisión y distribución de energía no está garantizada; y cuando fallan, toda la economía se queda a oscuras.

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