
Decir que el entorno económico mundial actual es «incierto» es subestimar mucho la confusión que se ha instalado en estos últimos meses, y sobre todo desde que a principios de abril el presidente estadounidense Donald Trump introdujo sus aranceles del «día de la liberación». Luego los puso en pausa casi de inmediato, cuando los mercados de capitales (en particular, los de bonos estadounidenses) se hundieron en el caos. Pero nadie (con la posible excepción de algunos miembros del gobierno) sabe si en los próximos meses los reactivará (tras la suspensión por noventa días en la que los países afectados intentarán negociar nuevos acuerdos bilaterales con Estados Unidos) o si pondrá en su lugar una serie de esquemas negociados con los socios comerciales. Aún así, algunos de los efectos de las políticas de Trump sobre la economía de los Estados Unidos y del mundo son previsibles
Hay consecuencias inmediatas que ya son inevitables. Algunas áreas de los Estados Unidos sufrirán escasez de bienes importados, sobre todo de procedencia asiática. En términos más generales, es probable que la demanda agregada se deprima, ya que casi todos los agentes económicos (incluidas las empresas, los inversores y los hogares) postergarán decisiones de inversión y consumo a la espera de saber más. El acuerdo entre China y Estados Unidos para la suspensión de los prohibitivos aranceles por noventa días, por bienvenido que sea, no resuelve por completo la incertidumbre.
Pero los aranceles de Trump no implican un desastre inmediato para los Estados Unidos. La economía estadounidense no está muy expuesta al comercio internacional: si se incluye el sector servicios, las importaciones sólo suponen un 14% del PIB, y las exportaciones algo más del 11%. Además, la agenda desreguladora de la administración Trump (si se la implementa bien) puede estimular el crecimiento liberando una ola de inversión local en una amplia variedad de sectores (y en infraestructura).Tal vez el resto del mundo también pueda evitar los peores efectos de los aranceles de Trump en lo inmediato. La economía estadounidense equivale al 25% del PIB mundial: lo bastante grande como para causar trastornos importantes (a los que algunos países y regiones son más vulnerables que otros). Pero mientras los otros países que constituyen las tres cuartas partes de la economía mundial sigan comerciando libremente entre sí (tal vez con represalias arancelarias contra los Estados Unidos), será posible limitar los daños.
Es una apreciación compartida por el Fondo Monetario Internacional, que predice que el impacto de los aranceles de Trump sobre el crecimiento será mayor en los Estados Unidos (–0,9%), seguido por Canadá y China (–0,6%) y luego Japón (–0,5%). El FMI también pronostica una caída del 0,5% para el Reino Unido, pero el cálculo no tiene en cuenta el nuevo acuerdo comercial marco alcanzado por este país con los Estados Unidos. Por último, para las principales economías de Europa continental se prevén pérdidas del 0,3% o menos. No es ideal, pero tampoco un desastre.
A más largo plazo, es probable que los efectos de la política arancelaria de Trump sean mayores y más predecibles. Con defectos y todo, a los Estados Unidos se lo consideró por décadas un actor global confiable, tanto en el área del comercio y las finanzas como en política exterior y de seguridad. Pero ya no es así. Convencidos de que no se puede contar con Estados Unidos, los líderes políticos, los funcionarios y las empresas han comenzado a actualizar sus estrategias en busca de resiliencia y seguridad.
Europa ha iniciado un marcado aumento del gasto en defensa, en respuesta a la evidente indiferencia de la administración Trump por la seguridad de los viejos aliados de Estados Unidos. Además, muchas economías diversificarán sus intercambios comerciales en dirección a otros países. Canadá, por ejemplo, a la par de la negociación de cambios al Acuerdo Estados Unidos, México y Canadá (que Trump quiere modificar, después de haberlo celebrado como una gran victoria de su primera presidencia), también buscará ampliar sus vínculos comerciales y de inversión y reducir barreras internas al comercio. Estos intentos de diversificación alterarán de raíz la estructura de la economía mundial.
También corren riesgo la estabilidad a largo plazo de la economía y del sistema financiero estadounidenses, conforme la administración Trump debilita sus fundamentos institucionales (entre ellos, el compromiso con la apertura de la cuenta de capital y con la estabilidad fiscal y de precios, una Reserva Federal de los Estados Unidos no sujeta a presiones políticas cortoplacistas y un sistema legal y regulatorio que aplica reglas y resuelve disputas de manera justa e imparcial para todos los actores, sean extranjeros o locales). De continuar esta tendencia, es posible que los flujos de inversión extranjera se alejen de Estados Unidos, todo lo contrario al objetivo declarado de Trump.
Otro golpe para las perspectivas a largo plazo de Estados Unidos puede ser que la crema del talento científico y tecnológico quiera irse a otra parte, como resultado de la decisión de la administración Trump de desfinanciar la investigación básica y aplicada en ciencia y tecnología, en el contexto de una relación tensa con las universidades por lo que percibe como un sesgo izquierdista. Aunque todavía no hay datos exhaustivos sobre una «fuga de cerebros» en gestación, hay evidencia anecdótica de que cada vez más investigadores están enviando sus currículos a Europa y Asia. La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, formuló una invitación explícita a investigadores para que se radiquen en Europa.
Otro ámbito donde las políticas de la administración Trump tendrán efectos duraderos es la gobernanza mundial. Es verdad que las instituciones y marcos multilaterales se debían una modernización mucho antes de que Trump apareciera en la escena política. Pero allí donde a Trump le encantaría descartarlos por completo para sustituirlos por la negociación de acuerdos bilaterales, los líderes de las demás economías desarrolladas (y casi todas las emergentes) siguen comprometidos, al menos en principio, con una versión de vinculación multilateral que sea práctica y flexible.
Es decir que los intentos de construir un multilateralismo nuevo y más complejo (que preste atención a la sostenibilidad, al comercio digital y de servicios y a la intersección entre la política económica y la seguridad nacional) continuarán, sólo que con escaso aporte de los Estados Unidos. En vez de eso, llevarán la delantera la Unión Europea y las principales economías emergentes (en particular China). Dada la dependencia de las economías asiáticas del comercio con China, este copatrocinio es esencial para evitar que el sistema comercial mundial se fracture en bloques mayoritariamente regionales.
El papel destacado de Estados Unidos en los esquemas de seguridad asiáticos complicará este proceso. Pero eso no impedirá la evolución del sistema multilateral, ni la pérdida de influencia estadounidense, que será persistente, incluso si más adelante Estados Unidos decide volver al redil. Mientras la administración Trump siembra confusión e incertidumbre, es comprensible que la atención esté puesta en los trastornos inmediatos. Pero es probable que los efectos a más largo plazo de algunas de las políticas de la administración Trump sean más significativos, amplios y sólo parcialmente reversibles.