Mariano García Fresno
Mi amigo entró a la notaría muy contento para firmar la escritura pública de compra del local para su bar, y me pidió que le acompañara por si había algún problema, pero sobre todo para después irnos a celebrarlo. Llevaba más de tres años con un alquiler con opción a compra y pensó que había llegado el momento de dar el paso definitivo. Todo tenía que hacerse esa misma mañana porque el vendedor llegaba del extranjero ese día y se volvía a marchar. Pero lo último que hubiera imaginado es que el oficial y el notario comenzarían a preguntarle a qué se dedicaba; cómo había ido pagando las distintas cantidades para señalizar la compra; si tenía alguna relación con un antiguo alcalde de Pamplona con el que compartía nombre y apellidos; así como alguna otra pregunta más que fue contestando de mala gana y pensando que aquel notario recién llegado de Reus estaba metiéndose donde no le llamaban y quería amargarle la celebración.