Redactor de Informalia.

Febrero es el mes del amor, del frío y de las promesas que ya hemos olvidado. También es el mes de las series, de los estrenos que inundan las plataformas como un río desbordado, arrastrando consigo historias de espías y boxeadores, de reyes caídos y hackers conspiradores, de comedias románticas con diagnósticos fatales y jeans falsificados en la grisura del comunismo

Cuando todo ha estallado, cuando los personajes han dejado de ser quienes creían ser, queda la pregunta de fondo: si pudiéramos cambiarnos la cara, ¿realmente querríamos ver lo que hay debajo? Un hombre cambia de cara y descubre que ya no le pertenece. ¿Quién es entonces? ¿Quién era antes? A Different Man es la película que le habría gustado rodar a un cirujano plástico con vocación de filósofo, si los cirujanos plásticos creyeran en el alma. Pero aquí estamos, en manos de Aaron Schimberg, que ha hecho algo mejor: una comedia negra sobre la vanidad como maldición, sobre la identidad como accidente biológico y sobre el extraño privilegio de la fealdad cuando uno se acostumbra a ella.

Ocurrió en Múnich en 1972, pero podría haber ocurrido ayer. O mañana. Porque el horror, cuando se enmarca en una pantalla, es un bucle sin salida, un fogonazo que deja la retina quemada y el corazón insensible. La matanza de los atletas israelíes a manos de un comando palestino en la Villa Olímpica fue uno de esos momentos que marcaron un antes y un después en la historia de la televisión. No por el hecho en sí, sino porque el mundo lo vio en directo. La muerte entró en el salón de las casas, se sentó en la alfombra entre el sofá y la mesita de café, y se quedó a vivir con nosotros.

Nada ha cambiado en el calendario de regatas del Club Náutico de Sanxenxo. El próximo 15 de marzo, como estaba previsto, se iniciará en la costa de Pontevedra la primera regata de la nueva temporada en la modalidad de seis metros, donde compite el Bribón, con el que don Juan Carlos I y su amigo Pedro Campos ganaron el campeonato del mundo.

A finales del siglo XV, un joven Leonardo da Vinci recibió el encargo de pintar el retrato de una dama florentina con una sonrisa enigmática. Cinco siglos más tarde, una multitud de turistas asiáticos, americanos y europeos se empujan en la sala de los Estados del Louvre para tomarle una foto borrosa con el móvil. En torno a ella, los murmullos se mezclan con los clics de las cámaras y los suspiros de decepción: el cuadro es más pequeño de lo esperado, y el cristal blindado que lo protege convierte la visita en un trámite incómodo, una obligación impuesta por las guías de viaje.

Pocos nombres en la historia del periodismo evocan una mezcla tan potente de fascinación, respeto y polémica como el de Oriana Fallaci. Decir su nombre es invocar el arte de la confrontación hecha pregunta, la valentía de encarar al poder sin temblar y, sobre todo, la audacia de ser incómoda cuando el mundo pedía complacencia. En 2025, su figura regresa a la actualidad gracias a una serie de televisión que reinterpreta su vida y su obra. También, porque sus textos más memorables están siendo reeditados en España, lo que devuelve al debate público una voz que nunca fue tibia y que, casi dos décadas después de su muerte, sigue teniendo la capacidad de despertar amores y odios con la misma intensidad. La serie que ahora llega a nuestras pantallas no es solo un homenaje a su figura, sino también una invitación a redescubrir su obra. Textos como Un hombre, en el que narra su relación con el líder de la resistencia griega Alekos Panagoulis, o Carta a un niño que nunca nació, una desgarradora reflexión sobre la maternidad y la identidad femenina, son más relevantes que nunca.

Han florecido en Sevilla, como flores que brotan de viejos huesos, las historias que un día fueron penas y miserias. Allí donde la muerte hallaba su refugio, en hospitales que más que sanar consolaban el espíritu, nace ahora un museo. Este nuevo templo del arte barroco se alza con las voces de quienes pasaron y murieron bajo el peso de la enfermedad y la pobreza. Es, en la Sevilla eterna, un canto al pasado que no olvida y que hoy se arropa de luz y contemplación.

El palacio de Liria siempre ha acogido a grandes personajes de la política, el cine, las artes y la intelectualidad. A la muerte de su padre, la duquesa de Alba recibía en la calle de la Princesa a las grandes estrellas que rodaban películas internacionales en España, de Charlton Heston a Sofía Loren, protagonistas de “El Cid”, dirigida por Anthony Mann, quien fue el primer marido de Sara Montiel.

El aire de París en enero es denso, una mezcla de frío metálico y expectativa eléctrica. En la Rue Lauriston, un loft transformado en pasarela se prepara para recibir a la alta sociedad, a los críticos más feroces y a las estrellas que visten los sueños de medio mundo. Allí, en medio de los murmullos de seda y los suspiros apagados, Giorgio Armani presentó, hace ya dos décadas, su primera colección de alta costura, un gesto que habría podido parecer insensato para cualquiera menos para él. El hombre que había vestido a los iconos del cine y había redefinido la elegancia masculina en los años ochenta, decidió, con casi 70 años, cruzar las puertas de un reino hermético y ancestral. Y lo hizo con la serenidad de quien no tiene nada que demostrar y todo por crear.

Los Premios Feroz 2025 celebraron este sábado una noche de emociones, humor irreverente y homenajes en Pontevedra. La gala demostró una vez más por qué este evento se ha consolidado como uno de los momentos más esperados del cine español. Humor irreverente, discursos emotivos y sorpresas inesperadas marcaron una velada donde el cine y las series se convirtieron en el centro de atención en la ceremonia.