Redactor de Informalia.

Había en París, en algún punto entre el chisporroteo de las luces y el eco de los pasos en el Pont des Arts, un fulgor nacarado que envolvía las noches más sofisticadas de la belle époque y los años locos. Las perlas, esas pequeñas maravillas de luz cautiva, habían encontrado en la capital francesa su altar, su templo, y también su destino. Pero como todo lo que brilla demasiado en este mundo, las perlas cayeron en el olvido, condenadas a un silencio que ahora la exposición Paris, capitale de la perle rompe con una delicadeza y un esplendor que solo podrían venir de esta ciudad.

Si a Mel Brooks, con apenas cinco años, no lo hubieran llevado al cine a ver Frankenstein con su hermano, ¿sería el mundo hoy un lugar más gris y menos irónico? Imposible saberlo. Pero quizás no tendríamos El jovencito Frankenstein, esa comedia que tomó al monstruo clásico del terror de los años 30 y lo sumergió en un torbellino de carcajadas. Brooks profanó el mito con su característica irreverencia, y en el proceso, creó otro clásico.

La idea de permitir al público ver en vivo y en directo cómo los conservadores restauran la obra maestra de Rembrand La Ronda de Noche, pintado en 1642, suma atractivo al siempre imprescindible Rijksmuseum de Ámsterdam.

Una vez, hace no tanto, Ray Bradbury se sentó ante su máquina de escribir como un profeta desencantado por los ritmos terrestres. Era 1996, y la humanidad aún no había conquistado Marte, ese planeta que él había pintado con el pincel de los sueños en “Crónicas Marcianas”. En una carta al editor Lou Aronica, escribió con un tono que mezclaba la ironía con la esperanza: “Será mejor posponerlo unos 30 años, ¿no? Que la NASA tenga tiempo de cumplir mi profecía”. Aquella misiva no era un simple ajuste de fechas para su libro. Era la voz de un hombre que veía en las estrellas un refugio frente a la monotonía de la Tierra, un creador que quería alinear su fantasía con las promesas incumplidas de la ciencia.

El Teatro Fernando de Rojas, en el epicentro dorado del Círculo de Bellas Artes de Madrid, acoge un hecho histórico que vibra con la energía de los sueños desbordados: los telones originales del ballet Bacchanale, concebidos por Salvador Dalí, se despliegan como un caleidoscopio surrealista por primera vez en España. Una danza de colores y formas irrumpe entre los ecos de Wagner y los susurros de la locura de Luis II de Baviera, uniendo la estética insólita del genio catalán con los caprichos de la historia y la mitología.

Las artes escénicas españolas saldan una deuda con el dramaturgo noruego Jon Fosse, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2023, con el estreno de Viento fuerte en el Teatro Español de Madrid. Esta obra, definida por su autor como un “poema escénico”, encapsula los temas recurrentes en su teatro: el tiempo, el amor, los celos y la muerte prematura.

Tiziano abre sus brazos a los Leoni en la Galería Central del Prado. En el corazón del Museo del Prado, en Madrid, donde la luz parece flotar entre columnas y pinceladas, cinco esculturas de los Leoni han encontrado su lugar definitivo. Isabel de Portugal, María de Hungría, Carlos V y Felipe II, convertidos en efigies de mármol y bronce, han descendido del Claustro de los Jerónimos para integrarse en la narrativa solemne de la Galería Central. Allí, escoltados por los retratos de Tiziano, estos ilustres habitantes de la historia vuelven a ocupar un lugar privilegiado, recordándonos que la memoria dinástica es tanto una cuestión de símbolos como de arte.

La vida es un juego de espejos. Si uno se detiene a pensar, todo en este mundo parece ser reflejo de otra cosa, como si el tiempo, las ideas y las imágenes no fueran más que destellos de una única luz que nunca alcanzamos a comprender del todo. Jeff Koons, ese mago del acero inoxidable y del azul metacrilato, llegó a Granada con la apariencia de un viajero cósmico, un Anthony Perkins que aprendió a sonreír. En el Palacio de Carlos V, su obra, tan brillante como el canto de una moneda recién acuñada, se enfrentó cara a cara con Picasso y los ecos de los grandes maestros que habitan en el Museo de Bellas Artes de Granada. Allí, en ese espacio de mármol, azulejo y siglos, todo cobró un aire de ceremonia mística.

CRÍTICA

La serie de Netflix merece reconocimiento por su esfuerzo y sus logros. Es una adaptación visualmente bella y se aprecian los intentos de ser respetuosa con las raíces culturales de la obra. Sin embargo, en ningún caso escapa al destino que García Márquez anticipó: Cien años de soledad no puede ser completamente adaptada porque no es solo una historia, sino una obra que vive en el espacio entre las palabras y la imaginación del lector.

El mundo del lujo y las propiedades de ensueño siempre han cautivado a una audiencia selecta y exigente. Y es que, ¿quién no ha soñado con poseer una mansión que desafíe las fronteras de lo imaginable? Esta es la propuesta de la serie de Netflix L'Agence: l'immobilier de luxe en famille, que sigue a la familia Kretz mientras navegan por el mundo de las propiedades más exclusivas. En la serie, que lleva ya cuatro temporadas, se muestra cómo el matrimonio Kretz, Sandrine y Olivier, junto a sus cuatro hijos –Martin, Valentin, Louis y Raphaël– gestionan su agencia inmobiliaria familiar, especializada en la compraventa de inmuebles de lujo.