Había en París, en algún punto entre el chisporroteo de las luces y el eco de los pasos en el Pont des Arts, un fulgor nacarado que envolvía las noches más sofisticadas de la belle époque y los años locos. Las perlas, esas pequeñas maravillas de luz cautiva, habían encontrado en la capital francesa su altar, su templo, y también su destino. Pero como todo lo que brilla demasiado en este mundo, las perlas cayeron en el olvido, condenadas a un silencio que ahora la exposición Paris, capitale de la perle rompe con una delicadeza y un esplendor que solo podrían venir de esta ciudad.