
Había en París, en algún punto entre el chisporroteo de las luces y el eco de los pasos en el Pont des Arts, un fulgor nacarado que envolvía las noches más sofisticadas de la belle époque y los años locos. Las perlas, esas pequeñas maravillas de luz cautiva, habían encontrado en la capital francesa su altar, su templo, y también su destino. Pero como todo lo que brilla demasiado en este mundo, las perlas cayeron en el olvido, condenadas a un silencio que ahora la exposición Paris, capitale de la perle rompe con una delicadeza y un esplendor que solo podrían venir de esta ciudad.
La muestra, acogida por la L'École des Arts Joailliers hasta el 1 de junio de 2025, es mucho más que un homenaje a estas joyas. Es un viaje en el tiempo, un juego de espejos que devuelve a la perla su lugar en la historia del arte y del lujo, un relato que atraviesa épocas y estilos, desde la rigidez ceremonial de los collares de tres vueltas hasta la irreverencia de Coco Chanel, quien supo tomarla de las manos de las reinas para entregársela a la mujer moderna.
La revolución de Chanel
En los años veinte, Gabrielle Chanel –Coco para la eternidad– despojó a la moda de sus corsés opresivos y dio a la mujer el don de respirar. Pero no se detuvo allí. Con un simple pulóver negro y un collar de perlas cultivadas, Chanel cambió para siempre el lenguaje del estilo. Las perlas, que hasta entonces habían sido un símbolo de estatus reservado para las damas de corte y las esposas de banqueros, se convirtieron en el emblema de una nueva feminidad: libre, elegante, despreocupada.
Chanel sabía que la perla, como la elegancia, no necesitaba adornos excesivos. Su luminosidad bastaba. Así, lo que había sido un lujo inalcanzable empezó a democratizarse. Pero esta democratización, paradójicamente, marcó el principio de la caída del mito.
La sombra del olvido
A partir de los años sesenta, la imagen de las perlas empezó a desdibujarse, víctima de su propio éxito. Las perlas cultivadas, que en su momento revolucionaron la joyería al hacerlas accesibles, terminaron por privarlas de su halo de exclusividad. En el imaginario colectivo, el collar de perlas quedó asociado a la solemnidad de los funerales de Estado, a la rigidez de las normas sociales. En España, Carmen Polo de Franco, apodada despectivamente "la Collares", se convirtió en un símbolo de ese anquilosamiento.
Pero las perlas, como todo lo realmente bello, no pueden ser olvidadas para siempre. En una época como la nuestra, donde la moda rescata constantemente el pasado para reinventarlo, las perlas están viviendo una nueva edad dorada. Y Paris, capitale de la perle llega en el momento justo para devolverles el lugar que les corresponde.
Una exposición fascinante
La exposición no es simplemente un despliegue de piezas deslumbrantes –que lo es, por supuesto–, sino un cruce entre la historia, el arte y la ciencia que invita al visitante a redescubrir la magia de este biomineral. Desde anillos y collares hasta broches y diademas, cada joya cuenta una historia, no solo de quienes las llevaron, sino de las manos que las crearon.
Las piezas, procedentes de colecciones tan prestigiosas como las de Van Cleef & Arpels, Cartier, y el Museo de Artes Decorativas de París, dialogan entre sí en un espacio diseñado para despertar todos los sentidos. Bajo una escenografía sensorial, las perlas parecen respirar, latir, como si el carbonato cálcico que las compone aún contuviera la memoria del océano que las vio nacer.
El misterio del origen
Uno de los aspectos más fascinantes de la muestra es su intento por despojar a la perla de algunos mitos arraigados. Por ejemplo, el mito del grano de arena que accidentalmente se convierte en perla. En realidad, el proceso es mucho más complejo y, en cierto modo, aún misterioso. Quizá ese halo de enigma sea lo que hace de la perla una joya tan especial, tan distinta de los diamantes, que solo brillan bajo la mirada de la luz.
Un símbolo eterno
Entre las piezas más destacadas de la exposición, se encuentra un collar de tres vueltas que perteneció a la reina Isabel II. Este collar, regalo de su padre, era más que una joya: era un calendario de amor paternal, construido perla a perla, cumpleaños tras cumpleaños, hasta completarse en su decimoctavo aniversario. Isabel lo llevó durante toda su vida, un recordatorio silencioso de la conexión entre lo efímero y lo eterno.
Así, la perla sigue siendo, como dijo una vez Truman Capote sobre los buenos cuentos, "perfecta, absoluta, impecable". Y como los cuentos, las perlas contienen en su interior una historia que no necesita palabras, solo el reflejo de la luz que las acaricia.
París, eterna
En última instancia, la exposición es también un tributo a París, esa ciudad que ha sabido reinventarse tantas veces como la perla misma. Desde la belle époque hasta nuestros días, París ha sido el escenario donde lo bello y lo sublime encuentran su razón de ser.
Paris, capitale de la perle nos recuerda que la verdadera elegancia, como la verdadera belleza, no depende de las modas ni de las circunstancias. Es algo que habita en lo más profundo, como el nácar en la ostra, esperando el momento adecuado para volver a brillar.