Evasión

Movistar Plus+ estrena este martes esta serie biopic italiana de ocho episodios sobre Oriana Fallaci

Miss Fallaci es una miniserie italiana de 2023 que estrena ahora Movistar

Pocos nombres en la historia del periodismo evocan una mezcla tan potente de fascinación, respeto y polémica como el de Oriana Fallaci. Decir su nombre es invocar el arte de la confrontación hecha pregunta, la valentía de encarar al poder sin temblar y, sobre todo, la audacia de ser incómoda cuando el mundo pedía complacencia. En 2025, su figura regresa a la actualidad gracias a una serie de televisión que reinterpreta su vida y su obra. También, porque sus textos más memorables están siendo reeditados en España, lo que devuelve al debate público una voz que nunca fue tibia y que, casi dos décadas después de su muerte, sigue teniendo la capacidad de despertar amores y odios con la misma intensidad. La serie que ahora llega a nuestras pantallas no es solo un homenaje a su figura, sino también una invitación a redescubrir su obra. Textos como Un hombre, en el que narra su relación con el líder de la resistencia griega Alekos Panagoulis, o Carta a un niño que nunca nació, una desgarradora reflexión sobre la maternidad y la identidad femenina, son más relevantes que nunca.

En los años 50, la joven periodista italiana Oriana Fallaci, inicialmente limitada a la crónica rosa, se enfrenta a nuevos retos en su carrera. Su osadía la lleva a Nueva York, donde entrevista a Marilyn Monroe y forma una amistad con Jo, su futura traductora, y un amor complicado con Alfredo. Aunque no consigue su objetivo inicial, sus crónicas demuestran su talento. En Hollywood, sus entrevistas con las estrellas más grandes revelan el lado oscuro de la fama, mientras su mirada aguda y su personalidad contradictoria la convierten en una figura admirada y rechazada.

Hoy, cuando el poder ha aprendido a camuflarse tras discursos bien ensayados y respuestas vacías, recordar a Fallaci es recordar lo que significa realmente el oficio de contar la verdad: enfrentarse al poder, no servirlo. Y en ese sentido, Oriana Fallaci no solo fue una periodista; fue un fenómeno irrepetible. Una mujer que, como pocas, supo estar a la altura de la Historia.

Hablar de Oriana Fallaci es hablar de guerra, pero no solo la que cubrió como corresponsal desde Vietnam hasta Oriente Medio. Es hablar de sus batallas personales con los líderes más poderosos del siglo XX, quienes no salieron indemnes de su inquisitiva mirada y sus preguntas afiladas. Desde Kissinger, quien reconoció que su entrevista con ella fue "la peor experiencia de su vida", hasta el ayatolá Jomeini, cuya imperturbable autoridad religiosa se tambaleó ante la provocación de una mujer que se quitó el chador en plena conversación. En Fallaci, el periodismo no era solo una herramienta de comunicación; era un arma de combate, y su munición eran las palabras. Su carrera comenzó en un tiempo en que las mujeres tenían que luchar incluso para ser reconocidas en las redacciones. Pero ella no solo entró, sino que abrió una puerta que nadie se atrevió a cerrar. Fue la primera mujer italiana en cubrir una guerra como corresponsal, desafiando no solo a los estereotipos de género, sino también a la narrativa oficial que el poder quería imponer. Lo suyo no era solo contar lo que ocurría, sino arrancarle la máscara al hecho hasta encontrarle su verdad más cruda.

La actualidad de Oriana Fallaci no reside únicamente en la reedición de sus textos o en el estreno de la serie de Movistar. Está también en el contexto que vivimos: un mundo donde el poder, ya sea político, económico o cultural, ha aprendido a eludir las preguntas difíciles refugiándose en el discurso fácil de las redes sociales o en entrevistas hechas a medida para brillar. Fallaci es el antídoto a esta tendencia. Ella no buscaba respuestas complacientes ni titulares fáciles; buscaba el alma, o al menos, la grieta que todos intentan ocultar. En su tiempo, entrevistó a tiranos y a héroes, a santos y a villanos. A cada uno de ellos los trató con la misma intensidad y desdén por las fórmulas de cortesía. «Ya sea un líder amado o un general asesino, veo el poder como algo inhumano y detestable», decía. Esa frase resume su esencia: nunca idolatró a nadie, ni siquiera a aquellos que compartían sus valores. Quizá por eso su obra no envejece; porque, más allá de los nombres y los contextos, lo que persiste es su irreverencia, su capacidad de desobedecer incluso a las convenciones del periodismo más tradicional.

Uno de los episodios más fascinantes de su carrera es, sin duda, su relación con Hollywood en los años 50. Antes de ser la Oriana Fallaci que desafió dictadores y desnudó el alma de políticos poderosos, fue una joven reportera que intentaba abrirse paso en un mundo dominado por hombres. Su frustrada entrevista con Marilyn Monroe es un episodio legendario. Incapaz de conseguir que la estrella accediera a hablar con ella, escribió un reportaje sobre su fracaso que terminó siendo un éxito rotundo. Esa era la magia de Fallaci: convertir incluso un "no" en una historia que valiera la pena contar. Sus textos sobre las estrellas de cine no eran meros retratos; eran pequeñas radiografías de una industria que, incluso entonces, mostraba su lado más frívolo y cruel. Describió a Ava Gardner como una mujer infeliz, a James Dean como un actor atrapado en su propio mito, y a sí misma como una intrusa en un mundo que la fascinaba y la repelía a partes iguales.

Si algo marcó el tramo final de su vida fue su cruzada contra lo que ella consideraba una amenaza existencial para Occidente: el islamismo radical. Tras los atentados del 11 de septiembre, Oriana Fallaci rompió con la corrección política y escribió una trilogía de libros en los que advertía de lo que, a su juicio, era una invasión silenciosa de Europa por parte del islam. No se trataba solo de un ataque al terrorismo, sino a toda una cultura que ella percibía como opresiva y antitética a los valores de libertad y democracia. Sus palabras no dejaron indiferente a nadie. Fue tachada de racista, islamófoba y reaccionaria, especialmente por quienes antes la habían aclamado como un icono feminista y progresista. Pero Fallaci, fiel a sí misma, no se retractó ni un milímetro. Para ella, la vejez no era una etapa de concesiones, sino el momento de decir lo que realmente pensaba, sin miedo a las consecuencias. «La vejez es el non plus ultra de la libertad», decía.

En un mundo como el actual, marcado por la polarización y la desinformación, Oriana Fallaci representa una figura necesaria. Su capacidad para cuestionarlo todo, para no casarse con ninguna ideología ni ceder ante ninguna autoridad, es un recordatorio de lo que debería ser el periodismo. Frente a un ecosistema mediático cada vez más domesticado, ella era una loba solitaria que no necesitaba manada para hacer ruido. Hoy, más que nunca, necesitamos periodistas que incomoden, que pregunten lo que nadie quiere responder y que no teman las represalias. Necesitamos más Oriana Fallaci y menos relaciones públicas disfrazadas de periodistas.

Fallaci no era perfecta, ni pretendía serlo. Su vida estuvo marcada por contradicciones y cambios de opinión que, lejos de restarle valor, la humanizan. Era feminista, pero criticaba el feminismo dogmático. Era antifascista, pero no dudaba en criticar a la izquierda cuando sentía que esta traicionaba sus ideales. En sus propias palabras: «Desobedecer a los opresores es la única manera de usar el milagro de haber nacido». En un tiempo donde el periodismo parece cada vez más domesticado, Oriana Fallaci sigue siendo un faro de referencia. Su legado nos recuerda que el verdadero periodismo no es complaciente ni neutral; es combativo, incómodo y, a menudo, desgarrador. Pero también es necesario, especialmente en tiempos de crisis.

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