Evasión

Todo lo que conviene saber sobre el nuevo Museo del Louvre que quiere Macron (antes de preparar la visita)

  • A partir de 2026, quienes vengan de América, Asia o África deberán pagar más por entrar al Louvre
Museo del Louvre. Dreamstime.

A finales del siglo XV, un joven Leonardo da Vinci recibió el encargo de pintar el retrato de una dama florentina con una sonrisa enigmática. Cinco siglos más tarde, una multitud de turistas asiáticos, americanos y europeos se empujan en la sala de los Estados del Louvre para tomarle una foto borrosa con el móvil. En torno a ella, los murmullos se mezclan con los clics de las cámaras y los suspiros de decepción: el cuadro es más pequeño de lo esperado, y el cristal blindado que lo protege convierte la visita en un trámite incómodo, una obligación impuesta por las guías de viaje.

Desde hace años, la Gioconda se ha convertido en el centro de un problema logístico. Si el Louvre fuera una ciudad, ella sería su avenida congestionada en hora punta. Y como buen alcalde en campaña, Emmanuel Macron ha decidido solucionar el caos con un gran plan de modernización: el Nuevo Renacimiento del Louvre, una reforma que promete aliviar el hacinamiento de visitantes y mejorar la experiencia, pero que esconde también una jugada política y económica de alto voltaje.

Un Louvre más caro para los extranjeros

El anuncio de la remodelación llegó con toda la pompa imaginable: en la sala de los Estados, con la Mona Lisa como testigo silenciosa, el presidente de la República explicó su visión del futuro para el museo más visitado del mundo. Sin embargo, más allá de los discursos grandilocuentes sobre el "patrimonio de la nación" y "la transmisión del arte a las nuevas generaciones", lo que quedó claro es que el Louvre se encamina hacia un modelo de financiación que beneficiará a los europeos y encarecerá la experiencia para el resto del mundo.

La medida más polémica es la subida de tarifas para los visitantes extracomunitarios. París ya es una ciudad cara, pero a partir de 2026, quienes vengan de América, Asia o África deberán pagar más por entrar al Louvre. Un precio especial, justificado en nombre del mantenimiento del museo y de la mejora de sus infraestructuras, pero que en la práctica se traduce en un turismo de dos velocidades: el culturalmente privilegiado y el económicamente resignado.

Macron defendió la medida como una forma de garantizar la "soberanía cultural" de Francia, un término que resuena con los vientos proteccionistas que soplan en Europa y en el mundo. Pero en el fondo, lo que busca es dinero. La reforma del Louvre costará entre 700 y 800 millones de euros, y el Elíseo asegura que no cargará ese gasto sobre los contribuyentes franceses. La solución: subir precios, atraer más mecenazgo privado y exprimir los acuerdos con el Louvre de Abu Dabi, el satélite dorado que Francia instaló en los Emiratos Árabes para vender su arte en alquiler.

Una nueva casa para la Gioconda (y una entrada exclusiva para verla)

El otro gran cambio es el traslado de la Gioconda a una nueva sala diseñada exclusivamente para ella. El Louvre lleva décadas debatiendo qué hacer con el cuadro más famoso del mundo. Es el tesoro del museo, pero también su mayor problema: el 80% de los visitantes llegan solo para verla, creando un cuello de botella en la sala de los Estados que arruina la visita a otras obras maestras.

Fuente: Cordon
Fuente: Cordon

La solución propuesta por Macron es separar la Mona Lisa del resto de la colección y cobrar una tarifa especial a quienes solo quieran verla a ella. Será, en cierto modo, la creación de un Louvre exprés, un recorrido acelerado para aquellos turistas que llegan a París con pocas horas y muchas ganas de tachar una foto de su lista de imprescindibles.

Detrás de esta decisión hay un evidente cálculo económico. Si la Gioconda tiene un espacio exclusivo, el Louvre podrá gestionar mejor la multitud y, de paso, generar ingresos extra con una entrada especial. Algo parecido ya ocurre en otros museos, donde las exposiciones temporales tienen tarifas diferenciadas. Ahora, el cuadro más célebre del mundo se convertirá en una atracción de pago premium, algo que gustará poco a los puristas, pero que hará felices a los contables del Louvre.

Fuente: Cordon
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El fin del reinado de la pirámide de cristal

Desde que fue inaugurada en 1989, la pirámide de cristal de Ieoh Ming Pei ha sido la puerta de entrada al Louvre y un símbolo de la modernidad que Mitterrand quiso imprimir al museo. Pero en 2024, sus límites están desbordados. El número de visitantes ha crecido de forma exponencial, y la estructura que una vez representó el orden ahora es un embudo insufrible.

Macron ha anunciado la construcción de una nueva gran entrada en la columnata de Perrault, un acceso que permitirá descongestionar la pirámide y distribuir mejor a los visitantes. Se financiará, según el Elíseo, con fondos propios del museo, el aumento de tarifas y el mecenazgo privado. Su inauguración está prevista para 2031, lo que significa que quienes visiten el Louvre en los próximos años seguirán enfrentándose a las mismas colas interminables.

Además de la nueva entrada, el plan incluye la remodelación de los jardines de las Tullerías y el Carrusel, espacios que forman parte del entorno monumental del Louvre pero que llevan años mostrando signos de desgaste. París quiere recuperar el esplendor de esta zona, aunque sin perder la esencia de la ciudad-museo en la que se ha convertido.

Dreamstime
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Macron, el Louvre y el poder

En la noche de su victoria electoral en 2017, Emmanuel Macron celebró su triunfo frente a la pirámide del Louvre. Fue un gesto cargado de simbolismo, una declaración de intenciones: su presidencia estaría marcada por la historia, la cultura y la idea de una Francia eterna.

Siete años después, su relación con el museo ha cambiado. Ya no es el joven presidente que encarna el futuro, sino un líder en la recta final de su mandato, sin mayoría parlamentaria y con una popularidad desgastada. El Nuevo Renacimiento del Louvre es una forma de dejar huella, de proyectarse en el tiempo y de recordarle a los franceses que sigue siendo el guardián del legado nacional.

Sin embargo, más allá de la retórica, la reforma plantea preguntas incómodas. ¿El Louvre perderá parte de su esencia al convertirse en un parque temático del arte con tarifas diferenciadas? ¿Hasta qué punto el aumento de precios alejará a ciertos visitantes? ¿Realmente la Mona Lisa necesita un altar propio, o es simplemente una estrategia de marketing?

Los próximos años dirán si este proyecto es el gran legado cultural de Macron o si, como tantos anuncios políticos, quedará en una promesa envuelta en papel dorado. Mientras tanto, quienes planeen visitar el Louvre harían bien en hacerlo pronto, antes de que la Gioconda se mude y el precio de la entrada suba al ritmo de la inflación cultural.

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