El aire de París en enero es denso, una mezcla de frío metálico y expectativa eléctrica. En la Rue Lauriston, un loft transformado en pasarela se prepara para recibir a la alta sociedad, a los críticos más feroces y a las estrellas que visten los sueños de medio mundo. Allí, en medio de los murmullos de seda y los suspiros apagados, Giorgio Armani presentó, hace ya dos décadas, su primera colección de alta costura, un gesto que habría podido parecer insensato para cualquiera menos para él. El hombre que había vestido a los iconos del cine y había redefinido la elegancia masculina en los años ochenta, decidió, con casi 70 años, cruzar las puertas de un reino hermético y ancestral. Y lo hizo con la serenidad de quien no tiene nada que demostrar y todo por crear.

Giorgio Armani lo contó en una larga entrevista exclusiva concedida a Vanity Fair a principios de 2024, mientras el gran signore de la moda italiana también se preparaba para celebrar su 90 cumpleaños. El diseñador adorado querido por estrellas como Demi Moore, Zendaya o Cate Blanchett logró después del éxito de los años 1980 y 1990, lanzarse e los 2000 lanzarse a alta costura con casi 70 años con su nuevo sello, llamado "Armani Privé".

Armani describió entonces la alta costura como "el sueño de una vida". Y no es difícil comprenderlo. Para un hombre como él, que siempre había buscado la perfección en el corte y la pureza en el diseño, la alta costura era un territorio donde el arte podía liberarse de las restricciones de la producción en masa.

Pero no fue un viaje exento de riesgos. El mundo de la haute couture es un club pequeño, rígido en sus tradiciones y con códigos que parecen grabados en mármol. Exige talleres en París, costureros que trabajen casi con devoción y una clientela dispuesta a pagar fortunas por piezas únicas. Para Armani, todo eso era un reto, no un obstáculo.

Desde el principio, Giorgio Armani marcó su diferencia. Cuando en 2005 presentó su primera colección de Armani Privé, lo hizo con una visión radicalmente opuesta a los clichés que muchos asociaban con la alta costura. Nada de ateliers recargados con molduras barrocas ni detalles excesivamente ornamentales.

Para él, la pureza del espacio debía reflejar la pureza de sus diseños. Sus palabras, siempre precisas como un patrón bien cortado, dejaban claro su propósito: "Mis colaboradores querían que respetara las coqueterías tradicionales de la alta costura, pero preferí cambiar el registro".

Y lo hizo. Desde aquel primer desfile, Armani Privé se ha convertido en un sinónimo de rigor, lujo y, sobre todo, de una elegancia que parece fuera del tiempo. Sus colecciones, a menudo inspiradas por Oriente –los seductores reflejos de la seda china, los pliegues austeros del kimono japonés–, también han rendido homenaje a las máscaras de la Commedia dell'Arte y a los arlequines con trajes de geometrías imposibles. En sus manos, la alta costura dejó de ser un espectáculo teatral para convertirse en una conversación silenciosa entre el diseño y quien lo lleva.

Si algo distingue a Giorgio Armani en su andadura por la alta costura es su uso magistral del color. En una era en la que muchos diseñadores recurren al brillo o al exceso para captar la atención, él logra que sus tonos hablen. Los oros y platas de sus vestidos parecen casi líquidos, como si se deslizaran por la piel en lugar de cubrirla. Los verdes esmeralda, los azules intensos y los rojos carmín evocan joyas preciosas y vitrinas iluminadas en la penumbra de una noche parisina.

Pero, más allá de la riqueza cromática, es el equilibrio lo que convierte su obra en algo tan profundamente conmovedor. Cada tono, cada textura, parece pensado para resaltar la figura humana, para envolverla con la dignidad de un emperador y la ligereza de una brisa. Las mujeres que llevan Armani Privé no solo están vestidas; están envueltas en un aura que desafía las leyes del tiempo y la gravedad.

Veinte años después de aquel primer desfile, Giorgio Armani ha demostrado ser más que un creador: es un custodio de la coherencia. En un mundo donde muchos diseñadores se pierden en las modas pasajeras, Armani ha construido un estilo minimalista pero enriquecido con detalles geométricos y texturas casi táctiles, ha evolucionado sin traicionar nunca sus principios. En sus manos, la alta costura se convierte en un lenguaje que fluye con la precisión de una partitura musical.

Algunas colecciones se recuerdan por sus extravagantes capelines, como la de la primavera-verano de 2024, aplaudida con entusiasmo por actrices como Glenn Close y Gwyneth Paltrow. Otras, como la presentada en enero de 2011, rozaron el futurismo, con líneas que parecían nacidas en un sueño de ciencia ficción. Pero todas llevan el sello inconfundible del Maestro: una mezcla de sobriedad y lujo que pocos han logrado replicar.

El legado de un soñador incansable
Giorgio Armani es, sin duda, una figura singular en el universo de la moda. Ha construido un imperio sin renunciar nunca a su independencia, y en la alta costura ha encontrado el espacio para expresar la esencia más pura de su visión. Su obra no obedece a las tendencias; las trasciende. Y en este sentido, se ha convertido en un puente entre lo atemporal y lo contemporáneo.

El hombre que soñaba con la alta costura, y que se atrevió a desafiar sus normas, sigue avanzando. Hoy, a los 90 años, no muestra signos de detenerse. París, la ciudad que lo acogió como un intruso hace veinte años, lo celebra ahora como un veterano. Porque Armani no solo diseñó vestidos; diseñó un universo donde cada mujer puede sentirse, al menos por un momento, como la protagonista de un sueño eterno.
