Periodista económico

Es sabido que en los regímenes democráticos donde impera el libre mercado la salud de la economía es directamente proporcional a la lozanía de sus empresas. Y si nos atenemos a este axioma debemos concluir que la economía española lejos de ir como un cohete muestra evidentes síntomas de enfermedad a la que los facultativos del Gobierno siguen aplicando el tratamiento equivocado.

Los precios de la cesta de la compra siguen disparados en vísperas de que expire la rebaja del IVA de los alimentos puesta en marcha por el gobierno hace año y medio. Como muestran los últimos datos del IPC, la cesta de la compra básica volvió a subir con fuerza en mayo, un 2,54% hasta situar el precio medio en 37,33 euros, un 24% más que cuando entró en vigor la medida en enero de 2023 y las previsiones de los expertos apuntan a que de retirarse la medida la inflación de los alimentos elaborados continuará subiendo un 4%.

Lo habíamos anunciado justo después de conocer los resultados de las elecciones catalanas. El precio a pagar a los independentistas para que Salvador Illa sea investido presidente de la Generalitat es la independencia fiscal.

Matar al mensajero es una frase metafórica que se refiere al acto de culpar a una persona que trae malas noticias en vez del autor de las mismas. Una práctica muy acostumbrada en casi todas las actividades humanas pero especialmente habitual y grave en la política. La tentación del poder de silenciar las voces críticas o contrarias a su gestión es un clásico de la pulsación totalitaria de muchos gobernantes, incluso en democracias. Y en estos momentos, aquí y ahora estamos asistiendo a una especie de reedición de la caza de brujas de McCarthy. Ese período de historia colectiva en el que muchos ciudadanos inocentes sufrieron persecución por simples sospechas y que constituye uno de los períodos más negros de la historia de los Estados Unidos en el Siglo XX.

Yoli se va, pero se queda. Que una cosa es dejar un poquito el liderazgo de un partido en fase de extinción y otra renunciar al sueldo de vicepresidenta del gobierno, a tener vivienda gratis, al glamour y a vestirse de Prada. Estos chicos de la progresía del caviar cuando pisan moqueta ya no bajan al terrazo.

Decíamos en las vísperas de la jornada de reflexión que la campaña de estos comicios europeos había sido un dèja vu de la que vivimos en las generales del 23 de julio, y esta misma expresión resulta igualmente válida para definir los resultados del 9-J. Un déja vu que nada o muy poco resuelve a nivel interno tal y como apuntaban las últimas encuestas que esta vez acertaron también todas, menos como es habitual el circo del CIS del servil Tezanos que pagamos todos.

En vísperas de la jornada de reflexión cualquier analista político avezado no puede dejar de tener la sensación de haber asistido a un déjà vu, la expresión francesa que se utiliza para definir un tipo de paramnesia del reconocimiento de alguna experiencia que se siente como si se hubiera vivido previamente. Porque quiénes llevamos años siguiendo los avatares de la política sabemos que en toda campaña electoral existen dos tipos de partidos, los que ofrecen programas, proyectos y medidas y lo que como no las tienen o quieren ocultarlas por perjudiciales se dedican a torpedear y tergiversar con interpretaciones torticeras las propuestas del contrario. Y esta campaña de las europeas del 9-J ha sido todo un paradigma de este proceder.

¡Es la economía, estúpido! Recurro, una vez más a esta frase de la campaña electoral de Bill Clinton en 1992, para explicar que lo que nos jugamos en los comicios europeos del próximo domingo, es sobre todo y por encima de consideraciones ideológicas, la continuidad del modelo económico de libertades que ha garantizado la prosperidad y el estado de bienestar en la Unión Europea en su conjunto y en cada uno de los estados miembros en particular, por mucho que nuestros líderes políticos y especialmente al Gobierno no quieran, no sepan o no les interese hablar de ello.

Esta vez sí. Y sin que sirva de precedente, por una vez Pedro Sánchez cumplió su palabra y anunció oficialmente el reconocimiento del Estado de Palestina. Una decisión unilateral, electoralista para quitar votos a Sumar y Podemos ante los comicios europeos que abre otro conflicto diplomático con Israel, añadido a los que ya tenemos con Argentina y Argelia.

Envuelta en la "vorágine informativa" sobre la amnistía, Milei, Palestina y la campaña de las europeas, ha pasado sino desapercibida, si con menos atención y repercusión de la que merece por sus consecuencias la nueva cesión del Gobierno a los chantajes de sus socios de la Frankestein, aprobando el decreto por el que los convenios colectivos autonómicos van a prevalecer sobre los de ámbito estatal.