Nadie tenía por qué saberlo. Aquellas sociedades se dejaron conquistar por los aires de revolución que prometían configurar un mundo nuevo, distinto y más cómodo. Se asistía a un cambio de paradigma inédito y tan potente como el que se produjo cuando el hombre aprendió a dominar el fuego. No obstante, han bastado apenas dos siglos para caer en la cuenta de que aquellas promesas de avance precipitaron unas consecuencias potencialmente letales para el mismo planeta que empezó a disfrutar de una industria que todavía no ha tocado el techo de su tecnificación.