
Nadie tenía por qué saberlo. Aquellas sociedades se dejaron conquistar por los aires de revolución que prometían configurar un mundo nuevo, distinto y más cómodo. Se asistía a un cambio de paradigma inédito y tan potente como el que se produjo cuando el hombre aprendió a dominar el fuego. No obstante, han bastado apenas dos siglos para caer en la cuenta de que aquellas promesas de avance precipitaron unas consecuencias potencialmente letales para el mismo planeta que empezó a disfrutar de una industria que todavía no ha tocado el techo de su tecnificación.
La contaminación atmosférica, producto de los desarrollos industriales y sociales, causó en 2021 más de 8,1 millones de muertes en todo el mundo, escalando hasta el segundo factor de riesgo de fallecimiento. En Europa, aunque la calidad del aire sigue mejorando gracias a políticas cada vez más contundentes, se sitúa como el mayor riesgo medioambiental para la salud.
Según la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA), la contaminación provoca entre 300.000 y 400.000 muertes cada año y es una de las principales causas de ictus, cáncer, diabetes y enfermedades respiratorias. Sólo en España, los factores ambientales causan anualmente más de 25.500 fallecimientos prematuros. Y, más allá, también perjudican al medioambiente, provocando acidificación, eutrofización y daños a los bosques, ecosistemas y cultivos.
Tal y como revela un informe elaborado por la agencia medioambiental, en 2020 el 96% de la población urbana de la Unión Europea estuvo expuesta a concentraciones de PM2.5, el contaminante más dañino, superiores al nivel orientativo que marca la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que, tras la última revisión realizada en 2021, se sitúa en los cinco microgramos por metro cúbico de aire (mcg/m3).
La cifra que recomienda el organismo dirigido por Tedros Adhanom Ghebreyesus se encuentra muy alejada de los 25 mcg/m3 fijados legalmente por Bruselas en 2008 y, por eso, la Unión ha aprobado recientemente la Directiva sobre Calidad del Aire. La norma eleva las exigencias respecto a los niveles vigentes de sustancias contaminantes para acercarlas a los límites aconsejados por la OMS y, además, contempla que los ciudadanos puedan reclamar una compensación si los umbrales establecidos no se respetan.
Así, para los contaminantes con mayor impacto documentado en la salud humana, el PM2.5 y el óxido de nitrógeno (NO2), los valores límite anuales se reducirán a más de la mitad, pasando de 25 a 10 mcg/m3 y de 40 a 20 mcg/m3, respectivamente. Y lo mismo ocurrirá con el PM10, que bajará de 40 a 20 mcg/m3 (ver tabla). Con este nuevo marco, que pretende contribuir al objetivo de cero contaminación en 2050, la UE aspira a reducir las muertes prematuras asociadas a las PM2.5 un 55% con respecto a 2005.
En esta misma línea, el Plan Integrado de Energía y Clima (PNIEC) aprobado recientemente por el Gobierno de España también contempla medidas encaminadas a reducir los contaminantes atmosféricos, mejorar la calidad del aire y conseguir que los fallecimientos prematuros relacionados con la contaminación se reduzcan a la mitad a finales de esta década.
El coste oculto de la contaminación
Si bien proteger la salud de los ciudadanos es el principal objetivo, se estima que las nuevas legislaciones, tanto europea como española, tengan un impacto significativo a nivel económico, tal y como señalan numerosos estudios científicos. La revista británica The Lancet fue una de las primeras en poner cifras a esta realidad y en un artículo publicado en 2017 afirmaba que el coste económico de la contaminación ascendía en aquel momento a 3,7 billones de euros, un 6,2% de la riqueza del planeta. Tres años después, la Alianza Europea de Salud Pública (EPHA) señalaba que la contaminación costaba a los europeos más de 1.200 euros anuales (unos 900 en el caso de España).
Ahora, un informe elaborado por expertos del Centro de Políticas Económicas EsadeEcPol asegura que la economía española podría haber crecido hasta un 5% entre 2014 y 2020 si la contaminación estuviera por debajo de los niveles marcados como máximos recomendables por la Organización Mundial de la Salud. El estudio, titulado 'La contaminación en España: sus impactos en la economía y en la salud', subraya que el impacto medio en la Unión Europea asciende al 6% y señala que Europa del Este (10%) e Italia (9%) son los territorios más afectados por esta problemática.
Impacto en los sistemas sanitarios
Los altos niveles de contaminación están directamente relacionados con los millones de muertes prematuras que se producen en el mundo cada año pero, además, incrementan la probabilidad de desarrollar diferentes problemas de salud, especialmente accidentes cerebrovasculares, cardiopatías, cánceres de pulmón o enfermedades respiratorias crónicas y agudas. Según el informe sobre el Estado Global del Aire, los menores de cinco años son especialmente vulnerables a la exposición, pudiendo desarrollar asma y enfermedades pulmonares. Incluso se ha demostrado que la presencia de contaminantes en el aire incrementa los partos prematuros y contribuye a que los bebés nazcan con bajo peso. Por eso, una de las mayores cargas económicas y sociales de la polución atmosférica la soportan los sistemas sanitarios.
Así lo confirma un estudio realizado por la organización neerlandesa CE Delft, que pone de manifiesto que el coste sociosanitario de la contaminación del aire se elevó hasta los 166.000 millones de euros en 2018, lo que equivale a 1.250 euros (3,9% de los ingresos) por habitante. En esta misma línea, un informe de la AEMA asegura que en 2019, la exposición a PM2.5 produjo el equivalente de 175.702 años de vida con discapacidad debido a la enfermedad pulmonar obstructiva crónica en 30 países europeos.
Además, el Banco Mundial estima que el coste de los daños a la salud causados por la contaminación asciende a 8,1 billones de dólares al año, lo que equivale al 6,1% del Producto Interior Bruto del mundo, y calcula que los fallecimientos derivados de esta circunstancia hacen perder a la economía global cerca de 225.000 millones de dólares en ingresos laborales.
Los análisis coinciden al afirmar que el tamaño de las ciudades es un factor que influye directamente en la calidad del aire, ya que la principal fuente de contaminación por partículas finas en Europa procede del sector residencial, comercial e institucional. Estos agentes contaminantes están relacionados principalmente con la combustión de combustibles sólidos para calentar los edificios. En 2020, el sector fue responsable del 44% de las emisiones de PM10 y del 58% de las emisiones de PM2.5. La industria, el transporte por carretera y la agricultura son también fuentes importantes de polución.