La disponibilidad de recursos hídricos se ha convertido en uno de los retos más importantes y urgentes que el mundo deberá afrontar en un futuro cercano. Todos los expertos coinciden a la hora de afirmar que en los próximos 25 años los periodos de sequía y la desertificación aumentarán considerablemente en el mundo haciendo del agua un activo cada vez más preciado y polémico. A nivel global, este fenómeno podría provocar una revolución social y productiva llegando a desatar, en las zonas más pobladas, luchas por el control y la gestión de las reservas hídricas.

Las últimas décadas han supuesto, para medio mundo, el mayor cambio de paradigma económico y social de la historia. La asunción del modelo liberal que, en la práctica, impera en la mayoría de los países desarrollados, la frenética evolución de la tecnología y la interconexión global son las máximas sobre las que pivotan las decisiones de los gobernantes y, más allá, son también los resortes que ordenan y organizan las rutinas de las mismas sociedades. No obstante, las propias sociedades despistan los peajes que todo lo anterior supone. El cortoplacismo y la cultura del ahora son la aparentemente inexcusable derivada que, como el humo de un tubo de escape, generan los motores sociales asumidos, suponiendo, como ocurre con los propios motores de combustión, una fuente de contaminación que amenaza de forma silente la propia pervivencia de cualquier modelo.

La forma de enfrentar nuestra relación con los productos que consumimos presenta dos posibilidades: la que se fundamenta en el hasta ahora clásico concepto de usar y tirar y la que acude a modelos del pasado que procuraban girar en torno a la reutilización. Durante las últimas décadas la primera fórmula se impuso en nuestros usos y costumbres pero, de un tiempo a esta parte, y azuzada por la crisis climática, la segunda opción se revela ya no como una posibilidad, sino más bien como la opción necesaria para preservar el futuro del planeta.

Tras la crisis económica de 2008 y, especialmente, la provocada 12 años después por el coronavirus, la Unión Europea ha redoblado su apuesta por reducir la dependencia energética e industrial de los países productores de hidrocarburos e incentivar la producción propia. La guerra que el pasado mes de febrero se desató en Ucrania no hizo más que confirmar la necesidad de caminar con paso firme hacia la independencia energética poniendo el foco en la descarbonización y circularidad del sistema económico para minimizar los envites del calentamiento global. Pero ni es fácil, ni puede hacerse de un día para otro.

El mundo enfrenta de un tiempo a esta parte una de las consecuencias del cambio climático que con más crudeza se representa para la tierra: episodios prolongados de sequía. La reducción de las precipitaciones, el aumento de la temperatura, el agotamiento de los recursos hídricos subterráneos y la actividad humana están incrementando la frecuencia, duración y severidad de estos fenómenos que no sólo afectan a las cosechas y propician los incendios forestales, sino que también ponen en peligro la supervivencia de incontables especies animales y vegetales y comprometen la calidad y disponibilidad del recurso capital para la vida: el agua.

Más de 400 grandes ciudades o metrópolis de todo el mundo, con una población total de 1.500 millones de personas, corren un riesgo "alto o extremo" debido a la contaminación, la falta de agua, el cambio climático y las catástrofes naturales. Así lo señala una investigación realizada por los expertos de Verisk Maplecroft, una organización especializada en el cálculo de riesgos medioambientales a nivel nacional e internacional que coloca a la megaciudad de Yakarta, asolada por la polución, las inundaciones y las olas de calor, en el primer lugar de la lista.

Una "herramienta clave que permitirá abordar la gestión del agua en España durante los próximos seis años, en línea con los principios y estrategias del Pacto Verde Europeo y con los objetivos de adaptación al cambio climático". Con estas palabras describió Teresa Ribera los Planes Hidrológicos de Tercer Ciclo durante la presentación de los borradores para las nueve demarcaciones intercomunitarias, que acaban de entrar en fase de consulta pública y estarán abiertos a alegaciones y comentarios durante los próximos tres meses, con el fin de enviarlos a Bruselas antes de 2022.

Los efectos del calentamiento global son tan significativos que están impactando en todos los puntos del planeta, y su consecuencia más evidente es la disminución de las reservas de agua dulce por derretimiento de glaciares o pérdida de masas heladas. El retroceso de estos fenómenos está cobrando especial importancia en las últimas décadas, ya que el aumento de la población mundial puede hacer que, en un futuro cercano, nos enfrentemos a un problema global de escasez de agua. Ante esta realidad, el continente antártico desempeña un papel fundamental. Se calcula que en sus 14 millones de kilómetros cuadrados se encuentra el 90% del hielo del planeta y el 70% del agua potable del mundo. Sin embargo, en los últimos años, la Antártida está siendo sometida a realidades muy negativas derivadas de la crisis climática. Así, por ejemplo, el hecho de que la temperatura media haya aumentado hasta 3ºC ha provocado que las plataformas de hielo estables ahora corran peligro -desde la década de 1950 se han perdido 25.000 kilómetros cuadrados-. Durante la reciente Reunión Consultiva del Tratado Antártico (RCTA), un grupo de expertos publicó un informe en el que se advertía de que este fenómeno está empujando a esta región polar, que conecta todas las cuencas oceánicas propiciando la habitabilidad de la tierra, hacia varios puntos de inflexión que tendrán importantes repercusiones tanto para la humanidad como para la biodiversidad.

Medio Ambiente

El mundo tiene prisa. Se lo exige el medioambiente y también la certeza de que una actividad económica no sostenible hará que el propio mundo, en el futuro, no sea. Hace ya décadas en Europa se impuso el principio de quien contamina paga. No obstante, es precisamente la prisa la que conduce a establecer pautas a veces demasiado elevadas; a veces, demasiado ilusionantes. En ocasiones, también, difíciles de implementar cuando se topan con unas inercias que hasta ahora no atendían ninguna máxima que no mirase más allá del corto o, en todo caso, del medio plazo.

Crecimiento poblacional, agricultura intensiva, lixiviación de depósitos estériles procedentes de antiguas explotaciones mineras y construcción de grandes infraestructuras y equipamientos que han alterado los procesos naturales. Estas son las cinco fuerzas transformadoras que han provocado uno de los mayores desastres ecológicos de los últimos tiempos en nuestro país: el colapso ecológico de El Mar Menor. ¿La solución? Cambiar la ley para limitar el uso de fertilizantes, obligar a restituir los regadíos ilegales y prohibir los invernaderos en la franja de los 1.500 metros respecto de la costa.