Análisis
La primera visita de Boris Johnson a Bruselas como expatriado del club comunitario ha tenido mucho de teatralidad y poco de contenido. Ni el más optimista esperaba que su cena con la presidenta de la Comisión Europea llegase al postre con un acuerdo que diez meses de negociaciones no habían logrado cocinar. La gran duda es si el Número 10 había accedido a la cita para vender cualquier concesión de la Unión Europea como un triunfo del primer ministro británico, o para presentar el colapso del proceso como una muestra más de la intransigencia comunitaria de la que Londres se liberará, al fin, el 31 de diciembre.