Corresponsal en Londres
Análisis

La primera visita de Boris Johnson a Bruselas como expatriado del club comunitario ha tenido mucho de teatralidad y poco de contenido. Ni el más optimista esperaba que su cena con la presidenta de la Comisión Europea llegase al postre con un acuerdo que diez meses de negociaciones no habían logrado cocinar. La gran duda es si el Número 10 había accedido a la cita para vender cualquier concesión de la Unión Europea como un triunfo del primer ministro británico, o para presentar el colapso del proceso como una muestra más de la intransigencia comunitaria de la que Londres se liberará, al fin, el 31 de diciembre.

La enésima semana decisiva para el Brexit se halla al fin ante motivos fundados que obligan a Reino Unido y a la Unión Europea a resolver sus diferencias en materia de pesca y soberanía, o asumir que, tras 47 años de matrimonio de conveniencia, no es posible un marco estable de relación para su futuro por separado. A un mes del fin de la transición, el tiempo será, de nuevo, el factor que decidirá si hay acuerdo, por lo que los equipos negociadores mantienen maratonianas jornadas de trabajo en Londres, en sí buena señal, si no fuera porque los obstáculos son los mismos que desde hace meses, lo que cuestiona que haya margen para el compromiso.

La maquinaria de Downing Street ha lanzado una ofensiva de reivindicación de las credenciales brexiteras de Boris Johnson, tras la estampida del Número 10 de los cerebros tras la victoriosa campaña a favor de la salida de la Unión Europea en el referéndum de 2016. El primer ministro británico afronta con su equipo diezmado la crucial semana que decidirá el acuerdo comercial con Bruselas, donde consideran que la repentina marcha del otrora todopoderoso asesor Dominic Cummings facilitará el entendimiento.

Los deseos de Boris Johnson de construir una relación fluida con la administración de Joe Biden dependen vitalmente del último impulso de la negociación de la futura relación de Reino Unido con la Unión Europea. Las partes retomaron este lunes las conversaciones en Londres y los próximos diez días serán, esta vez sí, claves, puesto que, de lograr algún entendimiento, los Veintisiete necesitan margen para aprobarlo. Si el proceso era ya crucial, la victoria del candidato demócrata le ha dado otra dimensión, puesto que el presidente electo de Estados Unidos había dejado claro su descontento con la controvertida Ley de Mercado Interno preparada por el Gobierno británico para una vez concluida la transición del Brexit el 31 de diciembre.

El poderoso simbolismo que el sector pesquero proyecta sobre la conciencia eurófoba británica ha convertido una industria que apenas contribuye al 0,12 por ciento del PIB de Reino Unido en el gran obstáculo de la negociación para la futura relación con la Unión Europea. Boris Johnson ha advertido a Bruselas de que sin un "cambio fundamental" en su aproximación no tiene sentido seguir negociando, pero la carga emocional que la pesca supone a ambos lados del Canal de la Mancha dificulta el delicado compromiso del que depende ya cualquier entendimiento.

La autoridad de Boris Johnson se encuentra atenazada por el pecado favorito del primer ministro británico: vender optimismo. Su tendencia natural a elevar expectativas, incluso cuando carece de datos para sostenerlas, lo ha convertido en esclavo de sus promesas en los dos elementos que definirán su mandato: el coronavirus y el Brexit. Si por separado ambos representarían un colosal quebradero de cabeza para cualquier mandatario, su desafortunada sincronía temporal coincide en el peor momento para un premier programado exclusivamente para las noticias positivas y cuyo entusiasmo infundado ha provocado una seria crisis de confianza cuando más necesitado de liderazgo está Reino Unido.

economía

La crisis sin precedentes provocada por el coronavirus en la economía española ha hallado en un sospechoso habitual, el Brexit, al mejor aliado para desencadenar la tormenta perfecta. El último desencuentro entre Reino Unido y la Unión Europea amenaza con cerrar la transición de su divorcio el 31 de diciembre sin un marco de relación para el futuro, un desenlace que podría recortar el PIB español en casi un punto en cinco años y que supondría el golpe de gracia para un país en la UCI, tras haber registrado en el segundo trimestre un retroceso histórico del 18,5%.

La escalada de tensión entre Reino Unido y la Unión Europea ha desembocado en un ultimátum por parte de Bruselas, que ha perdido la paciencia ante la pretensión de Londres de vulnerar partes del tratado que había materializado su divorcio el pasado 31 de enero. La Comisión ha dado al Gobierno británico hasta final de mes para enmendar los aspectos de la controvertida Ley de Mercado Interno que quebrantan lo establecido en el Acuerdo de Retirada, o de lo contrario, no solo dará por concluida la actual negociación de la futura relación, sino que llevará a la segunda economía europea a los tribunales e impondrá costosas sanciones financieras.

La insurrección de Boris Johnson ante la Unión Europea ha pasado de ser una mera amenaza con fines negociadores a adquirir rango de ley. La publicación ayer de la normativa de Mercado Interno, que regirá el engranaje comercial de Reino Unido una vez concluida la transición del Brexit el 31 de diciembre, confirmó formalmente lo que un alto cargo británico había reconocido ya en el Parlamento: que el Gobierno está resuelto a vulnerar un tratado internacional.