
La primera visita de Boris Johnson a Bruselas como expatriado del club comunitario ha tenido mucho de teatralidad y poco de contenido. Ni el más optimista esperaba que su cena con la presidenta de la Comisión Europea llegase al postre con un acuerdo que diez meses de negociaciones no habían logrado cocinar. La gran duda es si el Número 10 había accedido a la cita para vender cualquier concesión de la Unión Europea como un triunfo del primer ministro británico, o para presentar el colapso del proceso como una muestra más de la intransigencia comunitaria de la que Londres se liberará, al fin, el 31 de diciembre.
Objetivamente, la velada estaba diseñada para convertirse en el revulsivo capaz de desbloquear un proceso enquistado en los tres elementos que lo habían obstaculizado desde el principio: la pesca, por su peso simbólico; el alineamiento normativo, por la amenaza que supone para el mercado único en materia de competencia; y la supervisión del cumplimiento de lo pactado, por la desconfianza del continente hacia su antiguo socio.
En el mejor de los casos, la aspiración pasaba por reeditar el éxito del cara a cara entre el premier británico y su por entonces homólogo irlandés, Leo Varadkar, en octubre del año pasado. Aquella reunión a las afueras de Liverpool había supuesto el catalizador que, apenas un par de semanas después, permitiría sellar el Acuerdo de Retirada que facilitó un divorcio ordenado.
La escena ahora es similar, aunque solo repite uno de los personajes: el tiempo se acaba, ambas partes quieren lograr un entendimiento, pero soberanía y concesiones limitan el margen de maniobra. La diferencia esta vez es que Johnson cruzó el Canal como mandatario de un país independiente que aspira a cerrar un acuerdo con su principal socio comercial, con la peculiaridad de que este pacto significará erigir más barreras que las existentes.
Antes de viajar al continente, Johnson se encargó de vender retórica euroescéptica en el Parlamento. Las demandas de la UE son "inaceptables", proclamó, y así preveía transmitírselo a Ursula von der Leyen en lo que se había presentado como la última oportunidad de resolver políticamente lo que las negociaciones técnicas no habían logrado solucionar.
El cálculo de Johnson en materia de la UE ha dejado de tener en cuenta la variable económica
El problema es que el mandatario británico se halla atrapado entre sus promesas del pasado y la realidad de un presente en la que el propio gobernador del Banco de Inglaterra ha advertido de que concluir la actual fase de transición del Brexit sin un arreglo formal hará palidecer la crisis provocada por el coronavirus, la misma que ha dejado el mayor agujero presupuestario en tiempos de paz y la peor recesión desde que existen los registros.
Hace tiempo, sin embargo, que el cálculo de Johnson en materia de la UE ha dejado de tener en cuenta la variable económica, para desesperación de un sector privado que ve cómo sus alertas han quedado solapadas por las soflamas eurófobas.