Opinión

La apoteosis del voto del miedo: Sánchez supo jugar sus cartas... y ganó las elecciones

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, votando el 28-A. Foto: Reuters

La noche del pasado 2 de diciembre, Pedro Sánchez hizo la mejor lectura que nadie pudo hacer de las elecciones andaluzas. Solo o en compañía de sus asesores, comprendió que el resultado que negaba el acceso al gobierno regional de su antagonista Susana Díaz y propiciaba la entrada en el parlamento andaluz de un partido situado más a la derecha del PP, era una oportunidad para él. Todos los demás equivocaron el análisis, al creer que la entrada institucional de Vox permitiría en el conjunto del país una nueva mayoría, alternativa a la nacida en la moción de censura instrumental. Especial Elecciones Generales.

Con los resortes del poder en su mano, Sánchez sabía lo letal que era para sus adversarios la división del voto conservador y por eso ultimó el proyecto de Presupuestos, lo sometió al esperado rechazo independentista, y disolvió las Cortes. A la derecha se le nubló la vista con Andalucía y a la izquierda se le aclaró. A partir de entonces solo quedaba esperar a que ERC y Puigdemont votaran contra las cuentas del Estado, y utilizar en cada aparición pública suya o de sus colaboradores el fantasma de la derecha radical, del franquismo y el fascismo, para meter el miedo en el cuerpo de varios millones de españoles.

Contó para ello con la inestimable colaboración de los tres partidos situados en el bloque imposible del "centro derecha", que se lanzaron a una guerra encarnizada, personalista y cainita, que demostró su ceguera y nulo sentido de Estado. Ahora disfruta las mieles de un triunfo que en votos por bloques es exiguo, pero en escaños es demoledor. Y se dispone a tejer un acuerdo a varias bandas para gobernar plácidamente durante varios años observando tras el cristal cómo fuera la derecha intentará reconstruirse torpemente, una vez instalado en el Congreso el partido que ha sacudido muchas menos conciencias en la derecha de las que ha movilizado en el electorado progresista.

El voto del pánico, el mismo que Felipe González cultivó con éxito en 1993, ha sido activado con habilidad por La Moncloa empleando una cascada de resortes públicos y privados con los que el PP no podría ni siquiera soñar jamás. Resortes que han conseguido convencer a la opinión pública mayoritaria de que es aceptable que exista la extrema izquierda y el extremo independentismo, con cuyo apoyo se puede incluso gobernar, pero es inaceptable que exista la extrema derecha. La única mala noticia para todos ellos es que ahora Vox estará representado en la Cámara Baja, recibirá subvenciones y podrá desarrollar una carrera en el futuro similar a la de otras formaciones homologables a él en Europa: una carrera en ascenso permanente.

PSOE

Pedro Sánchez es el gran triunfador del 28-A. Y podría serlo también del 26-M próximo, a poco que sus candidatos municipales y autonómicos aprovechen la cresta de la ola. El triunfo socialista es incontestable porque suma dos millones de votos y casi cuarenta escaños. Del presidente dependerá si deja pasar la oportunidad de explorar un posible acuerdo con Ciudadanos, como de forma vengativa le exigieron sus simpatizantes en la noche electoral, y alumbra un pacto deseable para alejarle de la radicalidad de Podemos y de nacionalistas e independentistas. Habría que preguntarse cuántos de los siete millones y medio de votantes del PSOE apoyarían ese "¡Con Rivera, no!" que precedió al mucho peor "¡No pasarán!", sobre el que los más pequeños todavía ante el televisor preguntaron anoche a sus padres y abuelos.

PP

Casado es el gran perdedor de la noche, porque con su liderazgo el PP nunca había cosechado un resultado peor. Tal y como le dijimos durante años a Sánchez, el actual líder del PP ha logrado el peor resultado de la historia de su partido. Rajoy mantuvo el gobierno, lo apuntaló con su política desesperante pero centrada, y Casado ha preferido acercarse a posiciones que le alejaban del centro, el lugar donde se siguen ganando las elecciones en España. Las voces críticas van a empezar a aparecer, ya lo han hecho desde el noroeste, y no cesarán aunque dentro de un mes el PP logre frenar esta hemorragia reteniendo algún gobierno autonómico. La catarsis es necesaria y debe ser de calado.

Ciudadanos

La euforia que se descontaba en la sede del partido naranja escondió algunas realidades que sus dirigentes sin duda están analizando con detenimiento. Ese ambiente de victoria por haber quedado a escasos centímetros de adelantar al PP no cuadra con el fracaso en su primer empeño, el que ha sostenido durante meses: desalojar a Sánchez del poder. Y un segundo fracaso es no haber podido frenar al independentismo catalán, que suma medio millón de votos más que en 2016, y para ello buscó el "efecto Arrimadas" que le llevó a ganar las últimas autonómicas. Si en un mes logra auparse a la presidencia de la Comunidad de Madrid ("¡Aguado presidente!, gritaban anoche en la calle Alcalá), será más llevadero asumir esas derrotas que han quedado maquilladas por un muy estimable crecimiento en 25 escaños y un millón de votos más.

Podemos

Pablo Iglesias es el segundo gran derrotado. Por mucho que considere "suficiente" el resultado obtenido en el que se deja treinta escaños y pierde la tercera posición en el arco parlamentario. El mayor éxito al que ha contribuido es frenar a la derecha, pero sus expectativas de cara a la "segunda vuelta" de mayo son nefastas porque en comunidades como Castilla León y Castilla La Mancha no logra ni un solo escaño, igual que en el Senado. Intentará visualizar un gran logro que maquille este nefasto resultado entrando en un gobierno de coalición de izquierdas, pero Sánchez se va a resistir a eso con todas sus fuerzas. Da la sensación de que los españoles les han conocido suficientemente en los cinco años que dura su aventura como partido.

Vox

El outsider logra al fin entrar en el sistema, pese a que ha quedado muy por debajo de lo que sus mismos candidatos esperaban. Abascal y los suyos tendrán más de veinte parlamentarios para defender una idea de España que muchos españoles comparten, pero que ha resultado perjudicada por otros mensajes más radicales aunque distorsionados por la gran mayoría de los medios. El voto pasional de derechas, fragmentado y acosado, ha resultado ser demoledor para la consecución del bien superior que para ellos era lograr echar a Sánchez de la presidencia. Y con los resultados en la mano cabe preguntarse qué clase de acuerdo habría conformado un gobierno conservador, con tres partidos eternamente peleados y al borde de la ruptura. La legislatura no habría superado el ecuador.

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