Opinión

Cómo gestionar la creciente deuda pública

La deuda, una carga cada vez más pesada en la eurozona

Al llegar a la Casa Blanca, Joe Biden se encontró con una deuda pública de 27 billones de dólares y un déficit público de 3,6 billones. Su primera decisión, sin embargo, fue la de emprender un plan de apoyo de 1,9 billones de dólares, que se sumarán a los 900.000 millones votados en diciembre a iniciativa de su predecesor. En los próximos meses se inyectarán en la economía el equivalente a un total de 13 puntos del PIB, financiados con deuda.

En Francia, al igual que en la zona euro, el apoyo presupuestario del orden del 4% del PIB ha permitido mantener la renta media de los hogares en 2020. En 2021, el esfuerzo dependerá de la situación sanitaria, pero el mecanismo seguirá siendo el mismo. El plan europeo aportará quizás medio punto más de PIB. Incluso con estabilizadores automáticos más potentes, seguiremos estando muy por debajo de los 13 puntos del PIB de Estados Unidos.

Al otro lado del Atlántico, la iniciativa de Biden es controvertida: los críticos dicen que el plan sobrecarga los márgenes de crecimiento más de lo que se cree, y podría provocar un aumento de la inflación. Pero el aumento de la deuda pública no es motivo de alarma.

La actuación del BCE y los tipos bajos permite  endeudarse a los gobiernos

En cambio, en Francia, donde la deuda es menor (115% del PIB en lugar de 129%), es paradójicamente esta variable el terreno de juego en que se centran los debates. El primer ministro ha nombrado una Comisión para preparar la optimización de las cuentas. Algunos se plantean aumentar la edad de jubilación. Los abogados fiscalistas se llevan las manos a la cabeza. El acantonamiento tiene sus partidarios. E incluso un pequeño grupo de economistas está haciendo campaña para que se cancelen los tres billones de euros en bonos del Estado que tiene el BCE.

Estas discusiones son prematuras. Ahora que persiste el fantasma de la pandemia, nadie sabe cuándo volverá la situación a la normalidad. En este contexto, el imperativo es otro: ampliar la respuesta sanitaria, seguir protegiendo los ingresos de la población, evitar que los más vulnerables abandonen la escuela y proteger las empresas. Debido al nivel de los tipos de interés, y gracias a la actuación del BCE, los gobiernos pueden centrarse en ello sin preocuparse por sus condiciones de endeudamiento. El primer riesgo para Francia y Europa no es que esta crisis las deje sobreendeudadas, sino que las deje industrial y socialmente anémicas.

Es imposible garantizar que Europa sea capaz de pagar su pasivo en su totalidad

Además, no se trata sólo de abordar la situación actual en un contexto de crisis. Es que desde hace 40 años, debido a una incoherencia bien establecida entre el apetito por el gasto y las políticas acomodaticias, los ingresos fiscales sólo han equilibrado el gasto primario (excluyendo los desembolso para el servicio de la deuda) en uno de cada cuatro años. Nos negamos colectivamente a pagar los servicios públicos y las transferencias a sus precios reales.

¿Qué pasará mañana? Supongamos que al principio de los próximos cinco años la deuda pública es del 120% del PIB. Con un crecimiento nominal del 3% (1% real, 2% de inflación) seguirá siendo perfectamente sostenible, aunque suban los tipos de interés. Por lo tanto, la mayoría que salga de las próximas elecciones en Francia podrá elegir su objetivo. Tendrán que definirlo a la luz de las normas europeas que habrá que reformar, de las crecientes necesidades de inversión, sobre todo en la transición ecológica, pero también de las consideraciones de equidad intergeneracional. Una deuda sigue siendo una deuda, incluso a tipo cero, porque nadie sabe lo que pesará dentro de diez o veinte años, si los tipos se normalizan.

¿Debemos entonces condonar la deuda derivada de la crisis del Covid? Eso es lo que sugieren los defensores de la cancelación. El problema es que todavía no han explicado cómo esa operación (suponiendo que sea legalmente posible, que no lo es) aliviaría la carga de los presupuestos públicos. La deuda francesa en manos del Eurosistema (que incluye al BCE y a los bancos centrales nacionales) se incluye ahora en los activos de la Banque de France, que ha sido nacionalizada. Anularlo haría más rico al Estado prestatario, pero empobrecería aún más al Estado accionista. La operación no aportaría ningún beneficio financiero a menos que, como explicó Paul De Grauwe, refleje un compromiso de tolerar la inflación futura. Sin embargo, tal promesa implicaría un aumento inmediato del coste del préstamo, anulando el beneficio de la cancelación antes incluso de que se manifieste.

Aclaremos una cosa: no podemos garantizar que la deuda pública, francesa y europea, se pagará en su totalidad. Aunque esto está aún muy lejos de ser probable, no se puede excluir un escenario en el que el empeoramiento de las condiciones sanitarias y las tensiones en los mercados financieros lleven al Estado a la insolvencia. A largo plazo, son muy pocos los prestatarios soberanos que nunca han repudiado su deuda mediante reestructuraciones, inflación o represión financiera. Como la carga del ajuste era demasiado grande, algunos gobiernos optaron por hacer pagar a los acreedores en lugar de a los contribuyentes. Esto no está exento de daños, pero es posible y no hay más remedio que afrontarlo.

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Comentarios 3

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VIO
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Interesante la conclusión del profesor Jean Pisani-Ferry de que por una parte los gobiernos deben apoyar a la población y a sus empresas a superar esta crisis hasta que llegue la normalidad, aun a costa de endeudarse aún más de lo que ya están y, por otra, que esa gigantesca deuda adquirida por los estados no se va a poder pagar nunca. Se podrá sortear con subterfugios más o menos ortodoxos, pero pagarse, lo que se dice pagarse, cada día está más claro que dado su enorme tamaño no se podrá hacer en la vida. En el fondo, la salud económica de un país está ligada a la salud económica de sus empresas, a su capacidad de trabajo y adaptación. No hay otra. Ellas son las que crean la riqueza y la solvencia de un país. Cabe entonces condonar parte de su deuda empresarial para dejarlas respirar asumiéndola el gobierno y trasladándola al BCE, o es preferible asfixiarlas completamente y perder el tejido empresarial, sin cuyo sustento es imposible que un país pueda desarrollarse y vivir, más aun con las exigencias actuales de su población. El articulista apunta que unos gobiernos con cada vez mayor apetito de gasto público parece que tenderán a aumentar su deuda y a capear el temporal a base de mantener muy bajos sus tipos de interés, pero en cuanto repunte la inflación, están sentados sobre una bomba de relojería a punto de estallar. A medio plazo parece un comportamiento incongruente e insostenible, pero nadie aporta una solución mejor. Ni tan siquiera el profesor Jean Pisani-Ferry, de la Hertie School of Governance en Berlin, sabe cómo se gestionará la creciente deuda pública y lo que pasará en el futuro, aunque apunta a que lo paguen los acreedores y no los contribuyentes, que si no, no van a apoyar con sus votos al gobierno de turno en cada país. Así las cosas, yo diría que lo mejor es que lo paguen los chinos. Además, sí está claro que no se va a pagar, qué más da anularla de un plumazo en la contabilidad, resetear, y volver a empezar de nuevo. Parece la solución menos traumática para todos, excepto para los prestamistas, que en el fondo nadie sabe quiénes son. Alguien tiene que pagar los platos rotos. De alguna manera me recuerda la desamortización de Mendizábal o Madóz en el siglo XIX, para poner en circulación los bienes eclesiásticos, pero más moderna y expeditiva, y abre una vía segura a la recuperación.

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#1
Tony
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Lo malo es que si pagan los los acreedores son los fondos de pensiones de millones de europeos los que perderán todo su valor y por ende el hundimiento de la economía está hipergarantizado. Por tanto, paguen unos u otros, el daño irreversible será el mismo. El problema del hiper-endeudamiento en Europa es que está cronificando una economía zombie totalmente intervenida por el Estado que está generando una inmensa clase media empobrecida (hábilmente vendido como "sostenibilidad") que, en términos de contribución al PIB mundial, no hace más que decrecer. Mientras, discutimos si son galgos o podencos.

Puntuación 4
#2
Nicaso
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Que pague el acreedor y no el deudor si que tiene gracia, así gobierna hasta un inepto. Acostumbrados a gastar por encima de lo que se gana sin que pase nada conduce a este callejón sin salida. Ajusten sus economías, especialmente el gasto, y déjense de conducir el tren al abismo.

Puntuación 1
#3