Miembro sénior del grupo de expertos Bruegel y miembro no residente sénior del Instituto Peterson para la Economía Internacional.

La investidura presidencial de Donald Trump está cada vez más cerca, y el ambiente en Bruselas y en las capitales europeas oscila entre el pánico y la resignación; muchos tienen sus esperanzas puestas en que sea posible hallar un modus vivendi transaccional. Pero la búsqueda de acuerdos ad hoc no responderá la gran pregunta que flota en el aire: ¿cómo afectará la segunda presidencia de Trump a la cooperación internacional? ¿Qué esperanzas hay para los esfuerzos colectivos en pos de salvaguardar bienes públicos mundiales como el clima y la salud pública y preservar la prosperidad dando apoyo a la interdependencia económica?

La Unión Europea enfrenta tres crisis importantes. La primera es una crisis de competitividad que ya se hacía notar a fines de los años 2010 pero que ha empeorado, lo que derivó en resultados deslucidos en materia de productividad y crecimiento. Más recientemente, la invasión rusa de Ucrania creó una crisis de seguridad, agravada por el deterioro de la relación del bloque con China. La guerra también desató una crisis energética que coloca a Europa en una desventaja relativa frente a sus principales competidores, Estados Unidos y China.

L a primera vez que Emmanuel Macron llegó a la presidencia de Francia, en 2017, lo logró con la promesa de poner fin a las divisiones frecuentemente artificiales entre la izquierda y la derecha; el país estaba cansado de las poses teatrales con las que los adversarios exageraban sus diferencias durante las campañas electorales, para luego gobernar de manera bastante parecida cuando llegaban al poder. El estilo centrista radical de Macron buscaba poner fin al pavoneo, aprovechar las buenas ideas de ambos lados del espectro político y gobernar en consecuencia; su intención era convertir a la oposición entre la izquierda y la derecha en una reliquia histórica.

Bajo el liderazgo de Ursula von der Leyen, la Comisión Europea ha conseguido que la Unión Europea avance hacia la neutralidad climática. Con el Pacto Verde Europeo, la UE se ha fijado objetivos climáticos claros y ambiciosos para 2030 y 2050, y ha adoptado una serie de medidas legislativas para alcanzarlos. Y aunque la pandemia de la Covid-19 y la invasión rusa de Ucrania sirvieron para recordar que la crisis climática no era el único gran reto de Europa, la Comisión mantuvo ese rumbo. Se han movilizado cientos de miles de millones de euros de fondos verdes de la UE en el marco de su plan de recuperación postpandémica, Next Generation EU.

Las ambiciones climáticas enfrentan vientos macroeconómicos en contra en la Unión Europea y Reino Unido.

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