Miembro sénior del grupo de expertos Bruegel y miembro no residente sénior del Instituto Peterson para la Economía Internacional.

Las ambiciones climáticas enfrentan vientos macroeconómicos en contra en la Unión Europea y Reino Unido.

Europa tiene la mira puesta en convertirse en el primer continente del mundo con neutralidad de carbono, y para lograrlo debe ejecutar un delicado acto de equilibrio. ¿Puede la Unión Europea transformar su economía y al mismo tiempo mejorar su competitividad? ¿Y puede lograr esos objetivos y a la vez mantener su condición de prefiguradora de estándares globales y la adherencia a sus principios de responsabilidad fiscal?

Los cambios tectónicos en el sistema mundial están obligando a todos los países a redefinir sus previsiones estratégicas y modelos de crecimiento; pero aunque los cambios afectan a todos los países, la Unión Europea enfrenta un desafío mucho más grave, que podría amenazar su propia existencia.

En enero de 1963, el canciller alemán Konrad Adenauer y el presidente francés Charles de Gaulle firmaron el Tratado del Elíseo, un acuerdo bilateral por el que los dos exenemigos pusieron fin en forma oficial a dos siglos de antipatía y derramamiento de sangre y se comprometieron a iniciar una nueva era de cooperación.

Ocho meses después de la invasión rusa de Ucrania, la Unión Europea sigue estando lamentablemente dividida en cuanto a su respuesta en materia de política energética. En su última cumbre, el 20-21 de octubre, los líderes de los estados miembro de la UE pasaron horas discutiendo. Al final, emitieron un comunicado oficial en donde simplemente reconocían que "frente a la militarización de la energía por parte de Rusia, la Unión Europea se mantendrá unida para proteger a sus ciudadanos y empresas y tomar las medidas necesarias en carácter de urgencia. Pero la única decisión importante a la que habían llegado era incrementar las compras de gas conjuntas -e inclusive eso se produjo con algunas salvedades importantes.

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