Cuando se cumple un año de la hecatombe electoral de Ciudadanos y la dimisión consecuente de Albert Rivera, la pretendida recuperación del espacio y del electorado de centro, que fue el compromiso de Inés Arrimadas, no sólo parece una quimera, sino que ha derivado en un partido dividido y sin rumbo definido que "se disuelve como un azucarillo", en palabras de un exdirigente del partido naranja, hoy a la expectativa de un destino que se va asemejando al azul Casado.
Un partido que pudo ser socio de un Gobierno que hubiera evitado el monstruo actual de Frankenstein, y que hoy arrastra su imagen como alfombra o "kleenex de usar y tirar" de Pedro Sánchez, como le definiera el también exdirigente naranja Juan Carlos Girauta. Y lo hace con el dudoso argumento de ser útil, contribuir a la moderación y crear empleo y en una mesa donde le han dado repetidas muestras de que son una formación non grata y se les desprecia.
Apoyar unos Presupuestos del Estado irrealizables, mentirosos y que amenazan con intensificar la mortalidad empresarial, la destrucción de empleo y con un atraco fiscal que no van a pagar las grandes fortunas como demagógicamente venden desde La Moncloa, sino los trabajadores, las empresas y las clases medias, no es útil para España, para los españoles, para la economía, para la democracia o para salvar vidas, aunque sí sea útil para Sánchez, para Iglesias y para sus socios populistas e independentistas.
'Compadreo' presupuestario
Como tampoco es útil para España, para las libertades, para el Estado de Derecho y para la seguridad jurídica de los ciudadanos y de las empresas consentir mediante ese compadreo presupuestario, o con su respaldado a un estado de alarma dudosamente constitucional, la expulsión del español como idioma oficial en los colegios, el indulto a los golpistas catalanes, el acercamiento de los presos etarras, una ley de educación sectaria y de adoctrinamiento, el acoso a la Monarquía, el asalto al poder judicial y el atentado contra la libertad de prensa y el derecho a la información libre, perpetrado a través de ese llamado "comité de la verdad", que no sino la resurrección de la censura franquista y de la Ley de Prensa de Fraga de 1966. Y todo ello a cambio de las migajas de no subir los impuestos al gasóleo.
"En estos momentos es necesario mantener una actitud de utilidad", repiten como un mantra Inés Arrimadas y su segundo en el Congreso, Edmundo Bal, sin reparar, o sí, en que la utilidad puede llegar a ser complicidad cuando se confunde con la entrega, la sumisión y la renuncia a los ideales y principios. Y esta es la sensación que hoy transmiten a los españoles y que internamente empieza a traducirse en una división cada día más evidente y con más voces discrepantes.
Voces discrepantes
Miembros de la Ejecutiva naranja, dirigentes y exdirigentes están instando ya a Arrimadas a romper con Sánchez. Son nombres como los de la diputada Marta Martín, el exfundador de Ciudadanos Xavier Pericay, como Patricia Pérez, el citado, Juan Carlos Girauta o José Manuel Villegas; además de algunos barones regionales como el andaluz Juan Marín, el castellanoleonés Francisco Igea, o la madrileña Begoña Villacís, o el propio Albert Rivera, hoy en la reserva, pero que ha sido contratado por Pablo Casado para recurrir la ley catalana de alquileres.
Decía Inés Arrimadas en una reciente entrevista que le importan "un pimiento las encuestas". A la vista está. Pero a tenor de lo que estamos viendo, de cómo les están tratando y de lo que están consiguiendo da la impresión de que tampoco les importa mucho el futuro de los españoles y el de su propia formación que ya está en los umbrales de convertirse en un partido con cargos, pero sin votantes.
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