
Dentro y fuera de los Estados Unidos eran muy pocos los que esperaban un resultado electoral tan ajustado. Las encuestas daban un margen de más de ocho puntos al candidato demócrata - el vicepresidente Biden - sobre el presidente Trump, y la mayoría de los medios de comunicación daba por segura la victoria de Biden. La gran pregunta pendiente era cómo de amplio iba a ser su margen de victoria.
El sistema electoral americano para elección de presidente permite que un candidato con menos votos pueda alzarse con la victoria si gana en suficientes Estados como para sumar 270 votos del colegio electoral. Cada estado tiene un número de votos electorales asignados en función de la población y el ganador del Estado gana todos los votos electorales asignados a este (salvo en Nebraska y en Maine). Por ello, lo importante no es sólo es ganar un número alto de votos, sino, simultáneamente, ganar en un número suficientemente alto de Estados para alcanzar los 270 votos. Este sistema, pensado para un Estado federal, combina la importancia del voto popular con la necesidad de ganar en un número significativo de Estados como corresponde a una Constitución federal.
Dos días después de las elecciones, aún no sabemos quién es el ganador; pero lo que sí sabemos es que, quien gane de los dos candidatos, lo va a hacer por un margen muy justo. Y esto está muy lejos de lo que pronosticaban las encuestas hasta el propio día de la elección. Esta es la primera lección que obtenemos de estas elecciones: al igual que ocurrió hace cuatro años, los estudios demoscópicos han fallado a la hora de pronosticar el resultado las elecciones presidenciales. En la elección anterior, las encuestas no supieron ver la victoria de Trump, y, específicamente, el fuerte impacto que su discurso de protección frente a China estaba teniendo en las zonas industriales del denominado "rust belt". Estados como Michigan, Wisconsin o Pennsylvania, con fuerte presencia de trabajadores industriales que tradicionalmente votaban demócrata, se pasaron en masa hacia el candidato republicano que prometía fuertes medidas proteccionistas para proteger las industrias y los empleos frente al gigante asiático. En estos últimos años las empresas demoscópicas reconocieron su error y corrigieron sus modelos. De hecho, hace dos años, en las elecciones de mitad de mandato para la renovación de la Cámara de Representantes y de un tercio del Senado estuvieron bastante acertadas. Supieron predecir la pérdida de apoyo de Trump en las zonas suburbiales donde se asientan las familias con hijos de rentas medias y medias altas. La parte más cualificada del país, tradicionalmente republicana, se alejaba de algunos postulados del presidente.
Este proceso de pérdida de apoyo a Trump en los suburbios, especialmente en el caso de las mujeres blancas con estudios, ha continuado y eso explica por qué Estados tradicionalmente republicanos como Texas o Georgia han estado a punto de ser ganados por los demócratas. Este era el sentido de las encuestas. Pero, simultáneamente, Trump ha reforzado el apoyo de la clase trabajadora industrial, y, en muchos Estados, como Florida, ha aumentado considerablemente el apoyo al republicano de la población de origen hispano. Esto no fue detectado por los institutos demoscópicos.
El resultado final de todo ello es que de una ventaja de entre ocho y diez puntos en el voto popular que las encuestas daban a Biden sobre Trump, la realidad es que esa distancia se ha quedado, en realidad, en un intervalo de dos a tres puntos. Paradójicamente, Trump ha recibido en 2020 más votos de los que obtuvo en la elección anterior. En un mundo como el actual, con muchas fuentes de información, vías alternativas para establecer la comunicación entre grupos sociales y en unas circunstancias como las que genera la pandemia, las encuestas han sido incapaces de detectar los movimientos subterráneos que se estaban produciendo en la sociedad americana.
La segunda lección que podemos obtener es que en política la coherencia tiene su premio. Las posiciones de Trump pueden gustar o no, pero hay que reconocer que llevan siendo las mismas desde que comenzó su andadura en política hace seis años. Por su parte, Biden se presentó a las primarias demócratas como el candidato centrado, el representante de la moderación que volvería a situar a la presidencia americana en el sentido común y se alejaría de las políticas que dividían el país. Esa imagen de moderación y sentido común es lo que le ha permitido ir ganando peso en los suburbios de renta media y media alta. Pero la penetración habría sido mayor si, a lo largo de la campaña, Biden no se hubiera aproximado a algunas posiciones más radicales de su partido con el fin de movilizar al ala menos moderada del Partido Demócrata y buscando distanciar su campaña de su imagen como miembro del "establishment". A la vista de los resultados, esta estrategia no ha conseguido movilizar masivamente al electorado demócrata y, sin embargo, perdió algo de su imagen de moderación que tan buenos resultados habían dado a los demócratas las elecciones anteriores. De hecho, contra pronóstico, los republicanos han mejorado su posición en la Cámara de Representantes.
Es preciso construir un nuevo bloque de principios e ideas para agrupar a los votantes de centro
La tercera lección que se obtiene de estas elecciones es que Trump ha incrementado su apoyo entre los hispanos, los trabajadores en las zonas industriales e, incluso, entre las minorías raciales. El discurso nacionalista de situar América por delante y de cerrar las fronteras a productos y trabajadores que hacen la competencia en el interior tiene fuerte repercusión entre estos grupos sociales. En la noche electoral, algún dirigente republicano anunciaba que el partido se estaba convirtiendo en el nuevo referente de la clase trabajadora americana. A su vez, la población con mayor nivel de estudios y renta se va alejando de los postulados del partido. En Francia, en Italia, y en países del norte de Europa hemos observado fenómenos parecidos. Los principios tradicionales del centro derecha de apoyo al libre comercio y a las reglas multilaterales como forma de ordenar el mundo económico internacional está perdiendo terreno ante el impacto de la globalización y de las nuevas tecnologías en muchos segmentos de la población. Ni el centro izquierda ni el centro derecha tradicionales están siendo capaces de dar una respuesta adecuada a este fenómeno. Encontrar esa respuesta es imprescindible ya que, un mundo globalizado en el que se absorban adecuadamente los cambios tecnológicos y regido por un orden multilateral, es un escenario infinitamente mejor que el de un mundo dominado por el nacionalismo económico y en continuo conflicto.
El resultado de las elecciones americanas está todavía en el aire, pero con los datos que tenemos en estos momentos es más probable la victoria de Biden que la de Trump. Sea cual sea el resultado es evidente que ninguna de las dos visiones goza de una mayoría aplastante y que es preciso construir en América y en todo occidente un nuevo bloque de principios y de ideas sobre los que agrupar de forma estable a la parte más centrada y mayoritaria de los votantes.
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