Opinión

El peor verano de tu vida

Los recortes evitarán que la economía española se despeñe

Hemos salido del estado de alarma como lo hacen los toros de lidia al salir a la plaza, embistiendo al mundo con fuerza y con ganas de retomar la actividad rutinaria tras tres meses de confinamiento en los que España ha estado paralizada, y donde nuestras empresas han tenido que echar el cierre bien de forma parcial, bien de forma definitiva. Pero parece que la realidad nos ha empitonado; una cornada con diferentes trayectorias de pronóstico grave que anticipa la oreja y el rabo para el coronavirus.

Sea como sea, la temporada veraniega, que estaba malherida, mostraba un atisbo de esperanza y animaba a los empresarios del sector turístico a poner toda la carne en el asador y así salvar una campaña compleja, porque lo último que pierde un empresario es la esperanza. Sin embargo, la alegría ha durado poco y las peores pesadillas se han hecho realidad pues tras el final de las restricciones de movimientos, cuando ya empezábamos a arrancar la maquinaria turística, nos griparon el motor con los anuncios de los principales países emisores de turistas alertando del riesgo de contagio en nuestras playas y algunos imponían cuarentena al regreso, lo que ha vuelto a despertar una nueva oleada de cancelaciones y el augurio de un año perdido para un país en el que el turismo representa el 12% del PIB y del empleo; esto traducido en números gruesos significa que genera unos 140.000 millones de euros y 2,3 millones de empleos. Un jarro de agua fría y un baño de realidad para nuestro país que dibuja un panorama para nuestra economía que no puede ser más desolador pues sólo en el sector turístico se van a perder casi 100.000 millones de euros y cerca de 900.000 empleos este año. Unas cifras devastadoras de dimensiones desconocidas en la historia de nuestra joya de la corona, el turismo.

Los datos  nos abocan a severos ajustos de Bruselas que impedirán que quebremos

Y por si fuera poco, parió la abuela. Volvemos de la temporada estival, de regreso a casa con la mascarilla escondiendo nuestra sonrisa desdibujada por un verano atípico y soso, dispuestos a comenzar el curso escolar y el regreso al teletrabajo y nos encontramos con nuevas oleadas de rebrotes que amenazan con cierres parciales de empresas. Casi 800.000 trabajadores afectados por ERTES que aún no han cobrado, cientos de miles de autónomos que no saben si podrán reiniciar su actividad y unos datos de empleo que son para echarse a llorar (menos afiliados que en agosto de 2018 y más de 737.000 parados que un año antes). Por mucho que el Gobierno pretenda vestirlos de largo, estos datos se miren por donde se miren vaticinan la gravedad de lo que está ocurriendo en nuestro país (que ocupa las portadas de los medios internacionales por sufrir la mayor recesión de todo el mundo, con un descenso interanual de -22,1% en el PIB y una destrucción de empleo que triplica a la de los países de nuestro entorno) y lo que está por llegar. Entre otras cosas mensajes subliminales que apuntan a un más que probable recorte en las pensiones, así como en los salarios de los funcionarios, amén de la subida de impuestos y la creación de nuevas figuras tributarias que dejan entrever los anuncios políticos acerca de los PGE 2021, si es que se consiguen aprobar con la tormenta política que vivimos.

Y de la deuda pública ya ni hablamos. Una vez traspasado el umbral del 100% del PIB, el punto de no retorno, ya hemos perdido la vergüenza y acudimos sin pudor alguno al festival del crédito protagonizado por el BCE que nos permitirá alcanzar este año el 130% de nuestro PIB, 45 millones más cada hora que pasa, nada más y nada menos. Pero no hay problema, la deuda no hay que pagarla según piensan algunos mientras olvidan que cada ciudadano debe 27.250 euros, dos mil euros más que cuando nos comimos las últimas uvas. Algún día habrá que pagarlo, si no nosotros, nuestras futuras generaciones.

Así pues, nuestra economía protagoniza unos hechos inauditos nunca vistos en la historia reciente, que nos castigan duramente con severos ajustes impuestos por Europa con la esperanza de evitar una debacle económica que pudiese terminar en una quiebra del país y un posible corralito; aunque poco probable no deberíamos descartarlo, y si no que se lo digan a algunos países europeos en la anterior crisis.

Los rebrotes han supuesto un jarro de agua fría y un baño de realidad para nuestro país

Y mientras tanto, Bruselas espera con incredulidad nuestros ansiados presupuestos para ir liberando los fondos que tanto necesitamos. Esperemos que nuestros gobernantes sean capaces de gestionarlos inteligentemente para que ningún país europeo active el freno de emergencia y nos corte el grifo de liquidez que tanta falta nos hace para este viaje por el desierto económico y social que atravesamos; por ahora, no crecen brotes verdes.

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