
Las elecciones son como cajas de sorpresas, generan grandes expectativas, pero pueden acabar provocando con una honda decepción. El primer ministro británico, David Cameron, ganó el referéndum de Escocia. Con la euforia de la primera victoria, emprendió su gran batalla, la del Brexit, que acabó en derrota.
Sánchez pasó de hacer campaña en un modesto Peugeot por los pueblos de España a la Presidencia del Gobierno, gracias a su audacia. Supo arriesgar en el momento oportuno. Vio lo que nadie veía, que Rajoy se tambaleaba, y aprovechó la oportunidad para tumbarlo. Eso descolocó al líder de Ciudadanos, Albert Rivera, que jamás se lo perdonará.
Rivera vivía en una nube, se veía ya paseando por los espaciosos salones del vetusto palacio monclovita, los sondeos le daban como el seguro vencedor frente al Gobierno de Rajoy. Dejó de atender las llamadas de los amigos de toda la vida, cambió de pareja.. Pensó que había llegado, pero se equivocó en repetidas ocasiones.
Rivera no perdona a Sánchez porque le arrebató la Presidencia. Villacís pagó los platos rotos
Primero, cuando Sánchez le arrebató el poder y, luego, cuando se negó a compartirlo con él como vicepresidente. No quería ser el segundón, el que lo mantuviera en su sillón. Siente un profundo rencor hacia el socialista, según sus allegados.
Por eso, se negó por activa y por pasiva a apoyarlo en la pasada legislatura, con la excusa de que tenía un pacto ya cerrado con Pablo Iglesias, que a la postre se demostró que era mentira. Aún se obceca en no reconocer la realidad.
Su soberbia se volvió autodestructiva. También se negó a respaldar a Begoña Villacís como alcalde de Madrid. Tenía al alcance de la mano un pacto con el PP. Casado le pidió que apoyo en otros territorios a cambio del Ayuntamiento de la capital de España. ¿Por qué lo rechazó? Celos...Reapareció su ego, su ambición por ser el líder todopoderoso al que nadie se atrevería a hacer sombra.
La Economía y Cataluña son el Waterloo del PSOE. Casado y Abascal buscan el sorpasso
El puesto de primer edil en Madrid es más importante que el de un ministro. No podía consentir que Villacis, una recién llegada a Cs, fuera más que él. Al final, los populares lograron los gobiernos de Andalucía y Castilla-León a cambio de... nada.
Tampoco quiso escuchar las críticas dentro del comité de dirección de que su giro a la derecha para intentar reemplazar al PP podría conducirle a un callejón sin salida. Llegó a la conclusión, en este caso acertada, de que como un partido bisagra no llegaría a la Moncloa. Es el papel, que han jugado tradicionalmente los liberales en países como Alemania ó Reino Unido. Toman el control de ministerios importantes, de vicepresidencias, pero jamás alcanzan el puesto de primer ministro.
Su única vía para acceder al puesto de la máxima responsabilidad del Estado era suplantar al PP como la gran fuerza política de la derecha. Por eso no le dolieron prendas en hacerse la foto de Colón con PP y VOX, pensó que podía dar el sorpasso en las elecciones del 28-A. Pero una vez más se equivocó. Se estrelló contra su propio techo y, de acuerdo con la teoría de la gravedad elaborada por Newton, todo lo que no puede subir más, acaba bajando.
Ahora está desesperado, no sabe dónde está el suelo de votos de Ciudadanos. Solo confía en que los follones de Cataluña o las meteduras de pata de los demás, le salven de abismo. En el debate televisado el lunes fue el claro perdedor, se obsesionó de nuevo con Sánchez, cuando sus rivales son el PP y, por supuesto, VOX. Es difícil cometer más errores seguidos.
Sánchez intentó también emular a Ulises. Pero el canto de las sirenas de los sondeos, como el difundido recientemente por el CIS, lo envolvió. Le pronosticaban 140 diputados. Acarició con todos los dedos de su mano el poder absoluto por cuatro años más. Embriagado por los efluvios de sus pitonisos electorales, creyó que podría prolongar su racha de buena suerte, pero se equivocó también. Ya pasó con alguno de sus antecesores, como José María Aznar, los presidentes no suelen ser los dueños de sus destinos.
Cataluña es el Waterloo de Sánchez. La batalla que acabó con los sueños por reconstruir su Imperio, frente al resto de fuerzas políticas que pugnan contra él, como quedó demostrado el debate televisado.
Seguramente no contaba con las escenas de violencia, que durante casi una semana llenaron de fogatas las calles de Barcelona; ni con la complicidad de Torra con los jóvenes encapuchados. Este sábado, en el que los CDR volverán a la carga para boicotear las elecciones, será una nueva prueba de fuego para revalidar su triunfo.
El segundo escollo es la economía. Pintan bastos. Hasta ahora, aguantó mejor que la media europea, pero la falta de reformas y de un mando político claro, puede acelerar su descalabro, como advirtió la OCDE la semana pasada.
La Unión Europea redujo de sopetón en cuatro décimas su previsión de crecimiento, dejándolo en el 1,9 por ciento para este año y en el 1,4 por ciento para el que viene. Cada vez que el PIB pierde el umbral del dos por ciento, España se convierte en una máquina de destruir empleo.
En esta ocasión no será así, gracias al efecto balsámico de la reforma laboral, y al resto de ajustes introducidos por el anterior gobierno del PP, que Sánchez estaría encantado de borrar de un plomazo. Los ciudadanos lo saben. Temen que la economía se descontrole, como en la anterior ocasión que gobernó el POSE con Zapatero.
Consciente de que ello puede quitarle miles de votos, Sánchez adelantó que dejaría la vicepresidencia económica en manos de Nadia Calviño, una de las ministras más sensatas de su Gobierno y comprometida con la ortodoxia Europea.
Con el ascenso de Calviño, manda dos mensajes a su electorado y a Europa: que no está por la labor de revertir las reformas anteriores, y que se compromete a cumplir con los objetivos marcados por Bruselas.
La cuestión es si no llega demasiado tarde, después de que la ministra de Transición Ecológica, Teresa Rivera, haya incendiado el sector industrial con sus consignas contra los vehículos diesel, o la titular de Hacienda, María Jesús Montero, haya defendido una subida de impuestos alocada y colocado al borde de un ataque de nervios a los gobiernos autonómicos.
Sánchez pretendía que el adelanto electoral cogiera con la guardia baja a Pablo Casado. El líder del PP intenta cerrar a toda velocidad la grave fractura que creó en las pasadas elecciones con el bando sorayista. En el último congreso económico celebrado en Córdoba recuperó a Elvira Rodríguez, ex presidenta de la CNMV, para enviar un mensaje de unidad.
Los populares experimentarán una fuerte recuperación en las urnas, pero insuficiente para gobernar. Tienen un techo en torno a los cien diputados difícil de romper, lo que los consolida como el gran partido de la oposición, pero poco más. Necesitan más tiempo para que cicatricen todas las heridas.
En estas circunstancias, la única caja de sorpresas es VOX. El partido de Abascal va como un cohete, experimenta una trayectoria inversa a la de Cs, está yendo de menos a más. Y tiene todas las papeletas para convertirse en el gran protagonista del domingo, pese a quien pese.
Abascal ha sabido quitarse en unos pocos meses los complejos, como su resquemor a aparecer en televisión o su defensa de la posesión de armas caseras, que confundieron a sus electores en los pasado comicios. Ahora centra su campaña en mensajes claros y concisos: la intervención de Cataluña, el rechazo de plano a la inmigración, y un gran ajuste del gasto público (sobre todo en las autonomías) para bajar los impuestos y así reactivar la economía y mantener en pie el sistema de pensiones.
En el campo económico, su discurso es más coherente que el del PP, que defiende una bajada masiva de impuestos sin recortar en paralelo el gasto ni explicar de dónde procederán los ingresos.
Sánchez y Rivera, como en la novela de Tom Wolf, corren el riesgo de quemarse en "La hoguera de las vanidades" políticas. Mientas que Abascal, el patito feo al que todos despreciaron en el debate del lunes pasado se ha transformado en un atractivo cisne blanco, que puede ser decisivo para que la derecha logre dar el sorpasso este domingo.