
Cuatro años después de prometer que la "matanza americana" terminaría "aquí y ahora", Donald Trump se dispone a abandonar la Casa Blanca a primera hora del miércoles, cinco horas antes de que Joe Biden tome posesión como 46º presidente de los EEUU. Detrás deja 25.000 soldados de la Guardia Nacional desplegados por Washington -una escena digna de Bagdad o Kabul-, un récord histórico de desaprobación, una mayoría demócrata en las dos Cámaras del Congreso, dos impeachments, una deuda pública desbocada y un legado que ha cambiado el mundo y que marcará un antes y un después en la historia de su país y de la globalización.
La despedida de Trump será a las 7 de la mañana, hora de Washington, en la base aérea de Andrews, al sur de la capital. Al acto están invitados los colaboradores más cercanos del presidente saliente, que irá directo a su mansión de Mar-a-Lago, en Florida. El que no asistirá al evento será su todavía vicepresidente, Mike Pence, que ha declinado despedir a su jefe y, en su lugar, irá a la ceremonia de toma de posesión de Biden cinco horas después, para simbolizar el traspaso de poderes.
Un país dividido...
Detrás de sí, el magnate inmobiliario deja un país profundamente dividido. Por un lado, es cierto que el lado que rechaza su gestión ha sido siempre algo mayor: Trump fue el candidato menos votado en las dos elecciones a las que se presentó y su índice de aprobación nunca ha superado el 50%, con un récord negativo de apoyo medio en su mandato de apenas un 42%. Y en su despedida final, se marcha con niveles de apoyo similares a los de Jimmy Carter o Harry Truman, superando solo a Richard Nixon y George W. Bush en sus catastróficos últimos días.
Sin embargo, al contrario que la gran mayoría de sus predecesores, Trump ha levantado pasiones, a favor y en contra, de las que no hay memoria. En este tiempo ha movilizado a millones de personas que nunca antes habían ido a las urnas, tanto para votar en contra como a favor, llevando la participación electoral a alcanzar un notable 66% en un país acostumbrado a rondar el 50% del censo en sus comicios. Sus detractores han organizado grandes manifestaciones y protestas y sus seguidores han convertido el apoyo a su presidente en un modo de vida, con exhibiciones de lealtad como banderas, carteles o desfiles.
Pero lo más grave ha sido la ruptura emocional entre ambos bandos. Durante décadas, era común que un buen número de los simpatizantes de un partido apoyaran a un presidente del otro. En esta ha sido la excepción. Desde el principio, Trump no hizo el menor esfuerzo por tender puentes, sino que se centró en consolidar su poder sobre los republicanos. Su cuenta de twitter se convirtió en una campaña electoral constante, con ataques contra los demócratas y la "izquierda radical" todos los días. Había que elegir: o uno u otro.
Así, tras décadas de polarización creciente, la etapa Trump ha coincidido con la ruptura del tejido social de forma definitiva. Cada mitad del país vive ahora en ecosistemas diferentes: se informa por medios antagónicos, tiene opiniones absolutamente enfrentadas sobre casi todos los asuntos fundamentales y, de forma cada vez mayor, vive en burbujas donde la inmensa mayoría de sus amigos y vecinos piensan y votan lo mismo. En los últimos comicios, tanto Trump como Biden obtuvieron la mayor parte de sus votos en zonas en la que su oponente no superó el 30% de los apoyos.
Quizá la decisión que más efectos a largo plazo tendrá fue la de minimizar la pandemia de Sars-Cov-2
Los últimos dos meses han sido la culminación del proceso. Por primera vez, un presidente se ha negado a admitir su derrota. En su lugar, lanzó una cascada de denuncias de fraude electoral sin pruebas ni bases algunas, azuzadas por Trump, sus medios aliados y altos cargos de su partido. Las denuncias fueron tumbadas una detrás de otra por todos los tribunales imaginables en el país, pero su mera existencia ha llevado a decenas de millones de personas a creer que Biden será un presidente ilegítimo. Muchos, inmersos en la extraña secta conspiranoica de "QAnon" que Trump nunca ha condenado y en la que creen diputados de su propio partido, aún esperan a que algo ocurra -una detención masiva de los demócratas, la declaración de ley marcial- que mantenga a Trump en la Casa Blanca.
Un número de ellos quisieron a pasar a la acción y protagonizaron el intento de golpe de Estado del pasado 6 de enero, en el que cientos de seguidores del presidente, tras escuchar su último mitin, asaltaron el Capitolio en la votación de investidura de Biden. Trump ha recibido un segundo 'impeachment' por ello, que mantiene su carrera política en vilo: puede acabar inhabilitado de por vida por alentar a la insurrección.
Pero quizá la decisión que más efectos a largo plazo tendrá fue la de minimizar la pandemia de Sars-Cov-2. Su decisión de oponerse a las restricciones de cualquier tipo y de convertir algo tan simple como las mascarillas en una señal de identidad partidista demócrata ha imposibilitado la contención del virus y ha dejado 400.000 muertos, una cifra que sigue creciendo en miles de personas cada día.
...y endeudado
Respecto a su política económica, dos cosas destacaron por encima de todas: las grandes guerras arancelarias con China y numerosos otros países, con España y la UE entre ellos, y la gran rebaja fiscal que disparó la deuda pública del país hasta niveles históricos.
Su mandato empezó con la ruptura del TTIP, el gran acuerdo comercial con Asia que había negociado Obama, y con la renegociación del TLCAN, el tratado de comercio con Canadá y México. Dos entrantes antes del plato principal: la gran batalla arancelaria con China. Un evento que ha sacudido la economía mundial y que no tiene visos de terminar a corto plazo. Las batallas no acabaron allí: las sanciones a Huawei y a Alipay, entre otras multinacionales chinas, y el culebrón de la venta forzosa de TikTok, abrieron la puerta a un internet dividido entre dos ecosistemas -uno occidental, otro chino- incompatibles y enfrentados.
En el país, su gran hito fue el plan de rebajas fiscales, una gran inyección de estímulos muy agradecida por los empresarios. El lado positivo fue el enorme crecimiento de los beneficios empresariales y de Wall Street, que sigue en máximos históricos y con el Dow Jones en niveles de casi el doble de como empezó su mandato. La cara negativa son las cuentas públicas del país: la deuda ha aumentado un 36% bajo su dirección, 7 billones de dólares, la mayor velocidad de crecimiento de la historia, y ya supera el 100% de su PIB. Y ahora ninguno de los dos partidos está a favor de reducirla: tras décadas insistiendo en equilibrar los presupuestos y reducir deuda, los republicanos renunciaron a todo ello y apoyaron los aumentos de gasto.
Lo que no pudo hacer, por contra, fue derogar la ley sanitaria de Barack Obama, una ley que sobrevivió por un solo voto: el del senador republicano John McCain, el que fuera rival del demócrata en las elecciones de 2008. Ni aprobó un proyecto de reforma de infraestructura, como había prometido en la campaña. Pero si construyó varios tramos del muro fronterizo con México: en total, 724 km de los 3.145 que mide la raya entre ambos países. Una de sus promesas más icónicas y que sí cumplió. Al menos, hasta que pudo.
Este balance es el que le deja a Biden en la mesa de la Casa Blanca. Lo que aún no sabemos es si le dejará también una carta de bienvenida, como hacen tradicionalmente los presidentes con sus sucesores. Pero si hay algo que Trump ha dejado claro, es que las tradiciones y el protocolo nunca han ido con él.