Dos semanas después de las elecciones, y 10 días después de que Joe Biden fuese declarado el ganador tras completarse el escrutinio en todos los estados importantes, Donald Trump sigue sin admitir su derrota. Desaparecido de la mirada pública -solo ha tenido un acto público desde entonces, además de acercarse en coche a una manifestación de simpatizantes-, su cuenta de Twitter revela la última esperanza que le queda: teorías de la conspiración, bulos sobre fraude electoral y llamadas para que los jueces o los parlamentarios republicanos anulen los resultados de los comicios y le declaren ganador en su lugar. Una estrategia que, vista la ristra de fracasos en los tribunales -26 casos rechazados de 27-, no parece tener visos de prosperar.
Trump lleva varios meses acusando sin pruebas a los demócratas de estar preparando un fraude, y durante la campaña insistió en repetidas ocasiones en que el único resultado que aceptaría como legítimo era una victoria suya: "la única forma de que los demócratas ganen es mediante fraude", dijo en septiembre. Su gran objetivo era el voto por correo, que los demócratas estaban adoptando en masa este año por la pandemia de coronavirus. El plan era simple: incentivar a sus votantes para que fueran únicamente a votar en persona en la jornada electoral, e intentar anular los votos por correo -aplastantemente demócratas- que se contaran después.
La primera parte salió bien, y el magnate se puso en cabeza en la jornada electoral en varios estados clave, en los que el voto en urna le favoreció de forma desproporcionada. Su objetivo era cantar victoria en ese momento, declararse ganador, e ir a los tribunales para anular los millones de votos por correo, en los que Biden arrasaba por márgenes mayores aún. Sin embargo, el hecho de que Biden liderara en Nevada y Arizona, dos estados clave suficientes para situar al demócrata a la cabeza en número de delegados, anuló su plan. En los días siguientes, sus seguidores se manifestaban en Michigan para pedir que dejaran de contar el voto por correo -en el que Biden estaba arrasando- y, a la vez, en Arizona para exigir que siguieran contando esos mismos votos por correo -que, en este estado, favorecían a Trump-. Finalmente, con todos los votos contados, Biden ganó en casi todos los estados clave y se llevó 306 delegados en el recuento provisional, casualmente el mismo resultado que obtuvo Trump en 2016.
Entre tanto, el Twitter de Trump se ha llenado de teorías de conspiración de medios ultraconservadores y de cadenas famosas por su desinformación, como OAN o Newsmax. La lista de quejas es larga: supuestos votantes fallecidos, máquinas de votación que supuestamente manipulaban los resultados de las presidenciales para favorecer a Biden (pero que no tocaban el resto de elecciones incluidas en la misma papeleta) y quejas de que los responsables de los centros electorales no permitieron asistir a los apoderados republicanos al recuento. Y el presidente no acepta que nadie le lleve la contraria: este martes cesó al funcionario del ministerio de Seguridad Interior encargado de supervisar la seguridad de las elecciones, por haber dicho que "fueron los comicios más seguros de la historia" y que "no hay ningún prueba de que ocurriera ningún fraude".
El principal problema de Trump ha sido que retuitear conspiraciones no es lo mismo que presentar pruebas. Y el marcador judicial del presidente deja claro que una cosa es lanzar alegaciones en la prensa y otra es demostrarlas ante un tribunal. En total, en estas dos semanas, Trump ha sufrido 25 derrotas judiciales en sus intentos de anular votos en diversos estados clave. Los motivos son numerosos: falta de pruebas, testigos y denunciantes que se retractaron bajo la amenaza de perjurio, falta de razonamiento legal y hasta el propio reconocimiento de los abogados de que no tenían nada que denunciar. El propio abogado personal de Trump, Rudy Giuliani, se vio obligado a admitir en su caso estrella en Pensilvania que "no estamos denunciando ningún fraude", sino que era injusto que las ciudades demócratas dieran a sus ciudadanos más facilidades para votar por correo, por lo que pedía la anulación de todas las papeletas así emitidas.
La única victoria republicana, por el momento, ha sido lograr la anulación de un par de decenas de papeletas
En el juicio sobre la supuesta falta de apoderados en Filadelfia, feudo demócrata, el abogado de Trump tuvo que reconocer que el Partido Republicano sí tuvo observadores, el número máximo permitido por ley, y que no hubo nada extraño. En otro caso, en el que el equipo legal del presidente denunció que en el feudo demócrata de Detroit se contaban "votos a favor de Biden constantemente", el juez añadió en su auto que "es de esperar que eso ocurra en una ciudad en la que Biden obtuvo 220.000 votos más que Trump". El súmmum de la caricatura ocurrió en un recurso sobre una sentencia de Michigan que el equipo de Trump presentó en un tribunal de cuentas federal en Washignton, cuyas competencias no tienen nada que ver con elecciones.
La única victoria republicana, por el momento, ha sido lograr la anulación de un par de decenas de papeletas que no habían cumplimentado correctamente la documentación exigida y que no habían llegado a contarse en ningún momento a la espera de la sentencia, por lo que no afectaron al resultado.
Anular los resultados
El mayor problema de Trump es que el tiempo se le acaba para lograr anular los resultados. En los próximos días, una oleada de estados certificarán sus resultados oficiales y nombrarán a los delegados de la lista del partido ganador. Con el cronómetro corriendo y una ristra de fracasos judiciales, su última esperanza es crear dudas entre los propios republicanos y animar a que los parlamentarios anulen los resultados favorables a Biden y le declaren ganador en los despachos.
Uno de estos movimientos se vio el martes, cuando el comité bipartidista encargado de dar el visto bueno a los resultados electorales en Detroit, Michigan -donde Biden obtuvo la mayor parte de su margen de victoria de más de 100.000 votos sobre Trump-, se vio paralizado por la negativa de los dos republicanos a confirmarlos, alegando un supuesto fraude sin ninguna prueba ni explicación. Trump celebró la decisión por tuit, diciendo que "EEUU está orgulloso de vosotros", y una miembro de su equipo de campaña, Jenna Ellis, animó a los diputados republicanos en el parlamento estatal a anular los resultados de la votación y darle los delegados a Trump sin más. Finalmente, tras dos horas de protestas, los dos republicanos dieron su brazo a torcer y certificaron los resultados, pidiendo una "auditoría" sobre algunas actas que no habían cuadrado.
De todas formas, los líderes parlamentarios republicanos en varios estados clave que Trump necesita, como Pensilvania o Wisconsin, ya han advertido de que no anularán los resultados electorales aunque se lo pida el líder de su partido. La otra esperanza que le queda al mandatario son los recuentos en Georgia y en Wisconsin, aunque este último será parcial: dado que la ley exige que el candidato perdedor pague los costes del recuento, que ascienden a 8 millones de dólares, Trump se ha limitado a pedirlo en dos feudos demócratas, poniendo solo 3 millones.
Todo esto está poniendo una enorme presión sobre la funcionaria encargada de dar vía libre al proceso de transición una vez confirme que los resultados electorales -aunque sean aún provisionales- muestran a Biden como ganador. En las últimas cuatro elecciones, la confirmación ocurrió apenas unas horas después de que cerraran las urnas, con muchos votos aún sin contar. La responsable de tomar la decisión este año, Emily Murphy, nombrada por Trump, está esperando a que todo esté firmado y sellado, ante la situación de tensión que hay este año. Y los demócratas se quejan de que la falta de contactos oficiales entre el Gobierno saliente y el equipo de Biden están poniendo en peligro la seguridad nacional y, entre otras cosas, el proceso de reparto de vacunas contra la Covid-19.
Lo que sí está logrando Trump es crear un clima de rechazo al resultado electoral. Según un sondeo de Reuters, la mitad de los republicanos creen que Trump es el ganador legítimo y que un fraude le robó la victoria. Aunque esa cifra sea una minoría de la población, es difícil frenar la polarización que vive el país cuando un cuarto de la población cree que su próximo presidente será un usurpador.