Simeón García-Nieto
No hay duda alguna de que los tiempos que corren han roto estereotipos y demuestran que muchas consideraciones o asunciones pueden estar desfasadas en el tiempo y obsoletas en el concepto. Esto pasa en muchos entornos y, también, por qué no, en el ámbito de la empresa familiar. Y me refiero a que el subconsciente de muchos todavía crea una dicotomía entre la empresa familiar y la multinacional, como si fueran categorías que difícilmente pudieran convivir, cuando la realidad demuestra que más bien todo lo contrario, pues la empresa familiar ya es multinacional en toda regla. Por muy diversas razones económicas y tecnológicas, la empresa familiar del siglo XXI que marca la tendencia es y será cada día más multinacional y más global. Nos referimos sobre todo a empresas de dimensión mediana que no se limitan a exportar el porcentaje más alto que puedan de su facturación (que también) sino que viven en el escenario global, producen en distintos lugares del globo, tienen una clientela y unos proveedores multiculturales y se valen de equipos en los que coexisten varias lenguas, razas y religiones. Estas empresas deben captar, retener y armonizar talento en contextos culturales harto variado y funcionan casi sólo en inglés de viva voz y por escrito. En definitiva, en ellas no se pone el sol porque viven en franjas horarias variopintas.