Los encomiables esfuerzos de Alemania por salir a toda prisa de la gran crisis del gas que le supuso la invasión rusa de Ucrania no están dando del todo sus frutos. Cuando el gas de Moscú dejó de ser una opción, el shock fue dramático. Con una nuclear prácticamente 'enterrada' y con unas renovables aún en desarrollo, Berlín pagó el haberse hipotecado casi por completo al suministro energético del Kremlin. Haciendo gala de la tradicional e histórica eficiencia germana, el país logró levantar a la carrera varias terminales flotantes para recibir y procesar lo más rápido posible el gas natural licuado (GNL) llegado de 'nuevos' vendedores como EEUU o Qatar. Estas regasificadoras, una infraestructura de la que la tradicional locomotora europea adolecía, debía ayudar a llenar las reservas alemanas de gas en previsión de lo que pueda pasar (la amenaza rusa permanece y nadie garantiza un invierno suave). Sin embargo, la realidad está siendo que ese gas no se queda 'en casa'.

Redactor de economía y mercados. Doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Un día se preguntó cómo cotizaba un bono y ya no hubo vuelta atrás.