Redactor de economía y mercados. Doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Un día se preguntó cómo cotizaba un bono y ya no hubo vuelta atrás.

Los encomiables esfuerzos de Alemania por salir a toda prisa de la gran crisis del gas que le supuso la invasión rusa de Ucrania no están dando del todo sus frutos. Cuando el gas de Moscú dejó de ser una opción, el shock fue dramático. Con una nuclear prácticamente 'enterrada' y con unas renovables aún en desarrollo, Berlín pagó el haberse hipotecado casi por completo al suministro energético del Kremlin. Haciendo gala de la tradicional e histórica eficiencia germana, el país logró levantar a la carrera varias terminales flotantes para recibir y procesar lo más rápido posible el gas natural licuado (GNL) llegado de 'nuevos' vendedores como EEUU o Qatar. Estas regasificadoras, una infraestructura de la que la tradicional locomotora europea adolecía, debía ayudar a llenar las reservas alemanas de gas en previsión de lo que pueda pasar (la amenaza rusa permanece y nadie garantiza un invierno suave). Sin embargo, la realidad está siendo que ese gas no se queda 'en casa'.

Cuando el pasado miércoles, como todo el mundo esperaba, la Reserva Federal de EEUU volvió a dejar sin tocar los tipos de interés, alguien volvió a montar en cólera y echó manos de las redes sociales. Ese alguien no es otro que el presidente de EEUU, Donald Trump. En su cruzada por unos tipos de interés más bajos, algo con lo que ya percutió durante su primer mandato, el inquilino del Despacho Oval volvió a llamar de todo al presidente de la Fed, Jerome Powell. Sin embargo, esta vez, aunque parecía que las aguas se habían calmado después del susto en los mercados que hubo en primavera y de la charla que ambos tuvieron en mayo en la Casa Blanca, Trump volvió a esgrimir la idea despedirlo. Esto ha hecho a los analistas comparar al mandatario con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, famoso, entre otras cosas, por destituir a banqueros centrales a la velocidad de la luz y repasar la historia llena de presiones e interferencias políticas del instituto monetario más observado del planeta.

EEUU lleva décadas siendo el modelo para muchos países que buscan la receta del éxito. La mayor economía del mundo ha generado en los últimos 50 años un enorme crecimiento económico que ha convertido a este país en la 'tierra de las oportunidades'. Una de las claves del éxito (son muchas) ha residido en la independencia de la política monetaria y política fiscal, que ha impedido que los diferentes gobiernos del país usen la Reserva Federal a su antojo, lo que podría haber generado grandes crisis inflacionistas como las que se han vivido recientemente en Argentina (antes de Milei) o Venezuela. Aunque EEUU esté a años luz de estos dos países, ya hay expertos (de muy reconocido prestigio) que ven cada vez más cerca el fin de esta independencia entre Gobierno Federal y Fed. La necesidad y la incapacidad de pagar la enorme deuda pública solo tiene dos salidas posibles: el default oficial (impago directo a los acreedores) o el impago silencioso que genera la inflación.

Que los mercados no se hayan vuelto locos y que los analistas llamen a la calma no significa que el futuro de Oriente Medio penda de un hilo. La tensión es máxima y cualquier gesto o escaramuza puede multiplicar los riesgos en una región clave para el suministro energético mundial. Aunque ni a Irán ni a EEUU, en puridad, les conviene un shock en el mercado del petróleo, en este punto es innegable que cualquier chispa puede incendiar la situación (el parlamento de Irán ha aprobado el cierre de Ormuz). Aunque Washington ha intentado focalizar sus ataques contra el régimen iraní en las instalaciones nucleares, el paso dado lo cambia todo y ya tiene sus primeras consecuencias, también en el transporte marítimo, donde los grandes buques que transitan esta arteria vital para el comercio internacional muestran con su comportamiento los riesgos a los que se enfrenta la economía global

La entrada de lleno de EEUU en la guerra entre Israel e Irán podría parecer un punto de inflexión en la batalla de Oriente Próximo que debería estar hundiendo a los mercados. El riesgo de un cierre del Estrecho de Ormuz, controlado parcialmente por Irán, y el riesgo de una mayor escalada bélica debería, en principio, asustar a los inversores en renta variable y motivar a los alcistas del petróleo a apostar por un crudo por encima de los 100 dólares. Sin embargo, los inversores, en general, restan importancia a la escalada, el petróleo cotiza plano, el oro se desinfla y muchos estrategas consideran que el conflicto está contenido, e incluso se muestran optimistas respecto a algunos activos de riesgo.

Un desconocido de los mercados para el gran público ha vuelto a la ciudad. Y lo ha hecho pisando fuerte. Los llamados bonos yanquis inversos (Reverse Yankee en inglés) están viviendo no solo el mayor impulso desde antes de la pandemia, sino una eclosión inédita. Se trata de emisiones de deuda con grado de inversión (IG por sus siglas en inglés) de las empresas americanas, pero denominadas en moneda extranjera, básicamente en euros. Semánticamente, son lo contrario de los bonos yanquis, que son emitidos en EEUU por empresas ubicadas fuera del país. Los gigantes corporativos estadounidenses, desde Alphabet hasta Pfizer, pasando por McDonald's, AT&T, Alphabet, Pfizer, Visa o Morgan Stanley están pidiendo préstamos en euros como nunca antes. Hay cierta ansiedad al otro lado del Atlántico y la ventana de oportunidad está siendo inmejorable.

Irán se teme lo peor y por ello está actuando a toda prisa y sin descanso para reunir la máxima cantidad de fondos posibles y aprovechar su infraestructura petrolera antes de que sea demasiado tarde. Ya informaba la agencia Bloomberg y Reuters hace unos días del sorprendente incremento de las exportaciones de petróleo de Irán en medio de los ataques israelíes. Como un 'chorro' de crudo que sale disparado desde un gran yacimiento, el petróleo iraní está abandonando Irán por unas infraestructuras que aún funcionan casi con total normalidad. Esta información ha sido confirmada con imágenes satelitales que revelan que el plan de Irán para aguantar lo máximo posible está en marcha y se desarrolla a toda velocidad.

Cuando el suelo se empezó a resquebrajar en abril bajo los pies del mercado de bonos del Tesoro de EEUU, un auténtico prodigio de los mercados con sus casi 30 billones de dólares de tamaño, todos miraron a China. Donald Trump acababa de lanzar en el denominado Día de la Liberación la andanada de aranceles contra el mundo con la que tanto había amenazado y el gigante asiático se llevaba la peor parte. Pekín no solo era castigado con fuerza en el pizarrín de Trump con las tarifas, sino que, en horas posteriores, el presidente de EEUU se 'calentaba' y aumentaba a golpe de post en redes sociales los aranceles contra China hasta los tres dígitos. En medio del pánico generalizado (se desató la confianza hacia los activos estadounidenses), muchos vieron la mano de China detrás del desplome. Pekín, destacado tenedor extranjero, habría pulsado el botón de vender para dañar al nuevo inquilino de la Casa Blanca. Algunos avisaron de que China no podía permitirse ese paso y apuntaron a que el enemigo estaba 'dentro'. Tocaba esperar a los datos que se conocerían ya en junio. Y en efecto, con los datos ya en la mano, se ha descubierto que, más allá de los titulares, el sell America(vender América) no fue para tanto, que muchas ventas fueron en EEUU y que el gran 'enemigo' exterior no era ni China, ni Japón, ni siquiera Europa. Estaba mucho más cerca.

Los expertos llevan décadas asegurando que la inversión excesiva en ladrillo es un error. Que muchos de los problemas económicos pasados y presentes de España se deben a que la vivienda parece ser el único activo en el que todo el mundo está dispuesto a invertir. Sea un error o no (en términos 'macro' para la economía, probablemente lo es), la elevada tasa de propiedad de los españoles está generando un interesante y llamativo efecto en los rankings mundiales de riqueza. Primero porque los españoles aparecen por encima de varios países que en 'teoría' son mucho más avanzados. Y segundo, porque esta elevada tasa de propiedad permite que la desigualdad de la riqueza en España sea muy inferior a la de la mayoría de los países analizados. Que casi todo el mundo tenga vivienda parece ser más una bendición que una calamidad, al menos, en lo que a términos de riqueza se refiere.