Director general del Instituto Bruegel

Este mes, el presidente Joe Biden se reunió con Charles Michel y Ursula von der Leyen en Bruselas para celebrar una importante cumbre Unión Europea-Estados Unidos que pretende relanzar la cooperación bilateral tras cuatro años en los que se ha marchitado. La eliminación de los aranceles vinculados al conflicto de Airbus y Boeing acaparó todos los titulares pero el cambio climático ha figurado en lo más alto de la agenda, lo que hace albergar esperanzas sobre el posible papel de los socios transatlánticos en el fomento de la descarbonización global.

A estas alturas, las líneas generales del fondo de recuperación de la UE tras el coronavirus, los Next Generation, son bien conocidas, a la espera de que se logre su ratificación definitiva y los efectos que pueda tener el Tribunal Constitucional alemán.

La súbita reaparición de las fronteras nacionales dentro de la Unión Europea a causa de las restricciones a los viajes, las cuarentenas y los requisitos de tests -que difieren según el país- ha puesto de manifiesto la importancia de un derecho que los europeos dan a veces por sentado: la libre circulación de personas. Tanto el Tratado de la UE como el Acuerdo de Schengen, que definen y garantizan este principio básico de la ciudadanía de la UE, permiten restablecer los controles fronterizos por motivos sanitarios. Las restricciones de los derechos de circulación, así como las severas limitaciones internas de los derechos fundamentales, han sido, por supuesto, herramientas para limitar la propagación del Covid-19. Estas políticas se justifican porque cada individuo podría imponer costes posiblemente importantes a otros (externalidades negativas, en la jerga de los economistas) al propagar el virus.

Ha llegado el momento de que Europa, EEUU y posiblemente China creen un "club del clima" global. Las emisiones globales de gases de efecto invernadero han aumentado alrededor de un 2% anual en las últimas dos décadas. Desde la firma del acuerdo de París, este problema ha seguido creciendo. Hemos aprendido que es difícil cumplir con la protección del clima cuando los costes de reducción son en gran parte nacionales pero los beneficios de la prevención del clima mundial son mundiales. Y de hecho, EEUU. bajo el presidente Trump abandonó el Acuerdo de París por esa misma razón. En resumen, la humanidad no progresa lo suficiente como para evitar un posible resultado climático catastrófico.

A finales de julio, el Consejo Europeo creó el Fondo de Recuperación de la Unión Europea, un nuevo e importante instrumento de política económica que podría aumentar considerablemente la estabilidad de la Unión Europea y su unión monetaria, y en virtud del cual el bloque pedirá prestado y pagará por primera vez grandes sumas en forma de transferencias a fondo perdido. Pero el acuerdo del Consejo carece de una estrategia clara para garantizar que el dinero impulse un crecimiento inclusivo y sostenible y evite la corrupción. Esta brecha debe ser tapada, porque el fondo de recuperación será deslegitimado si se desperdicia. Las negociaciones en curso entre el Parlamento Europeo, la Comisión y el Consejo (el diálogo a tres bandas) ofrecen una oportunidad de mejora y deberían centrarse en tres puntos cruciales.

Tribuna

Cuando Christine Lagarde fue elegida presidenta del Banco Central Europeo, sus detractores se apresuraron a argumentar que su nombramiento fue un error. Aunque ha tenido una distinguida carrera como ministra de finanzas francesa y directora gerente del Fondo Monetario Internacional, nunca lideró un banco central ni ha recibido formación como economista. Sin esa experiencia, ¿cómo podría estar a la altura del trabajo?

Tribuna

Las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero siguen aumentando. Como resultado del aumento de las temperaturas mundiales, también ha aumentado la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos. Los científicos han demostrado que es imperativo llegar a cero emisiones para 2050 o antes si se quiere limitar el aumento de la temperatura global por debajo de 1,5 grados centígrados y este se ha convertido en el objetivo clave del Acuerdo de París. El fracaso de este objetivo tendría consecuencias dramáticas para la humanidad, incluidas las poblaciones de Europa. Para alcanzar los objetivos de París, habrá que redoblar los esfuerzos a nivel mundial.

Guntram B. Wolff

Mientras el Gobierno italiano discute todavía su política presupuestaria, es útil analizar las experiencias de otros países en cuanto a la forma de abordar los altos niveles de deuda. Un ejemplo destacado es Bélgica, como señala mi colega André Sapir en un próximo artículo para el Instituto Bruegel. Tanto Bélgica como Italia tenían ratios de deuda en relación con el PIB comparables a principios de los años noventa. Sin embargo, en Bélgica, la ratio de deuda disminuyó en 51 puntos del PIB entre el máximo (del 138%) en 1993 y 2007, mientras que en Italia sólo disminuyó en 27 puntos desde el máximo del 127% alcanzado en 1994.

opinión

La decisión del electorado británico el 23 de junio de abandonar la UE plantea cuestiones profundas sobre la relación futura entre el país y Europa. Un acuerdo a lo Noruega o Suiza no convendría al Reino Unido. A los negociadores les va a costar encontrar una solución que satisfaga a ambas partes.