La vuelta al argumento en ochenta días: la política española se ha vuelto tan frenética que en apenas tres meses se ha pasado de una situación en la que nadie quería elecciones a otra en la que casi todos las desean. O, al menos, las aceptan sin grandes aspavientos. Eso sí, esta es la situación ahora: si los Presupuestos del Gobierno acabaran aprobándose en un giro de los acontecimientos, la cosa volvería a cambiar.
Y eso es así porque a decir verdad no es que el Gobierno y la oposición quieran un adelanto electoral, ya que nadie tiene garantía de nada. Sencillamente consideran que estos escasos meses transcurridos desde la moción de censura les han bastado para mejorar sus expectativas. O al menos esa es la sensación con la que han salido de la cita electoral andaluza y de su flamante acuerdo para el cambio de Gobierno.
Por eso hasta el PP, que se las prometía muy infelices en los comicios andaluces, llega con energías renovadas a un escenario de hipotético adelanto electoral. Y eso sin apenas haber hecho uso de su mayoría en Congreso y Senado para poner en aprietos al Ejecutivo de Pedro Sánchez. En realidad ni ha hecho falta, porque el mismo bloque que les desalojó de la Moncloa se las ha ingeniado para hacer evidentes sus divisiones internas. Demasiados intereses contrapuestos, con la cuestión catalana de fondo como gran incógnita de cara a los presupuestos.
Así pues, los grandes partidos velan armas para el gran campo de batalla que será España en los próximos meses. A estas alturas, sólo tres cosas pueden frenar la convocatoria de un 'superdomingo electoral': la aprobación de los Presupuestos con la colaboración del soberanismo catalán, la oposición de los barones territoriales a competir con problemas nacionales o la voluntad de esperar por si la burbuja de Vox se deshincha antes de abrirle las puertas del Congreso.
El PSOE vuelve a la vida
Nadie puede decir que gobernar le venga mal, así que nadie puede decir tampoco que los socialistas quieran ese adelanto electoral. Sin embargo, han sido ellos mismos quienes han levantado la liebre al reconocer, primero de forma indirecta y luego ya directa, que es una posibilidad real. Hasta se pone fecha: si no es en marzo, una fecha tradicional en nuestra democracia, será en mayo coincidiendo quizá con autonómicas, municipales y europeas. Una auténtica bomba de relojería demoscópica.
Este tiempo en la Moncloa a Sánchez le ha valido para muchas cosas. La más destacada es que el PSOE ha vuelto a creerse que puede gobernar, algo que no es menor para un partido que lleva tres elecciones generales sumando mínimos históricos. Ha vuelto a la primera línea política, ha formado un aplaudido equipo de ministros y ha dibujado un plan de Gobierno reconocible dada su situación de provisionalidad. Eran conscientes de que todo podía venirse abajo rápido, así que debían demostrar que podrían hacer cosas en una situación menos desfavorable.
Hay otra línea emprendida por Sánchez que quizá ha pasado más desapercibida, y es la diplomática. El presidente, que habla idiomas con fluidez, se ha pasado gran parte de su tiempo viajando. Es verdad que la posición de España no es la de un líder mundial, ni siquiera europeo, pero también es verdad que en poco tiempo ha retomado una presencia que no tenía el país en muchos años. Su pulso con Bruselas en la negociación del Brexit por el asunto de Gibraltar es quizá una de las manifestaciones más palpables de una estrategia calculada, por más que se haya cuestionado a nivel interno.
Al Ejecutivo, tras el inesperado desastre de las elecciones andaluzas, sólo le queda una bala en la recámara para frenar las elecciones: aprobar los Presupuestos. La clave está en manos del independentismo catalán, que el Gobierno ha estado trabajándose con gestos y declaraciones -cumbre bilateral y consejo de ministros en Barcelona incluidos-. Una vez pasada la cita sin incidentes de seguridad grave, el Ejecutivo espera que la antigua Convergència y Esquerra den en público los pasos que reconocen en privado.
Si no llega el gesto, llegarán las elecciones. Y ni tan mal: salvado el match ball del 'sorpasso' hace dos años, el PSOE aún podría verse en la tesitura de ser el partido más votado una vez recuperada la iniciativa.
Podemos sabe gobernar
La formación de Pablo Iglesias ha hecho de 'Cicerone' para los socialistas, y ha sido de buen grado. Tanto es así que el líder de Podemos llegó a pedir disculpas a Sánchez por no haber acercado posturas antes en una especie de capitulación por el 'sorpasso' fallido. Su papel consiguiendo los votos necesarios para la moción de censura con los independentistas le concedió una posición negociadora digna de hombre de Estado. Mal que a muchos les pese, España ahora mismo es eso que describen como un 'Frankenstein' de forma despectiva: se necesitan acuerdos entre diferentes para poder solventar problemas.
Tan bien les fue la cosa que una vez logrado el histórico desalojo de Mariano Rajoy continuaron con la estrategia: los encuentros con Carles Puigdemont en Bélgica o con Oriol Junqueras en la cárcel de Lledoners dan buena cuenta de ello. Puede decirse que Iglesias ha hecho todo lo que Sánchez, por su posición, no podía hacer. Era lo necesario para mantener un bloque resistente frente a la mayoría conservadora.
Esta 'reconversión' hacia el posibilismo da un nuevo aire a Podemos, que encadena un par de años de caída en ilusión. El problema es que los Presupuestos son imprescindibles para poder llevar a cabo muchas cuestiones que habían acordado con Sánchez, y sin ellos pierden margen de movimiento. Por eso fueron tan rápidos con la convocatoria de primarias en previsión de una convocatoria electoral anticipada.
Sin embargo los problemas en casa no cesan, ya que toda esa habilidad negociadora que han demostrado con otros no se ha visto de puertas hacia adentro. Lo que en su día pasó con Pablo Echenique, que cuestionó al líder y acabó reinventándose en Aragón, le ha sucedido también a Íñigo Errejón -que ha encontrado acomodo en la Comunidad de Madrid- y a Carolina Bescansa -que ha tenido peor fortuna en Galicia-. Para colmo de males Manuela Carmena y su entorno han acabado de romper amarras con ellos en un movimiento que amenaza con crear un cisma en el principal fortín de las confluencias, y todo con las autonómicas y municipales a la vuelta de la esquina. Hasta en IU están con su enésimo cisma interno a cuenta del último choque entre Alberto Garzón y Gaspar Llamazares.
Así las cosas, las elecciones serían una oportunidad pero también un enorme riesgo: hace dos años querían competir de tú a tú con un PP hegemónico y ahora temen verse sobrepasados por Ciudadanos. A nadie se le escapa que la bonanza socialista en las urnas también les hace daño a ellos.
Ciudadanos huele el 'sorpasso'
A Albert Rivera y los suyos la moción de censura les pilló a pie cambiado. Llevaban meses combatiendo la guerra del centro-derecha, y les iba bastante bien la cosa. Cuanto más tiempo se mantuviera el PP en La Moncloa, más podían intentar pescar en su caladero de votos.
Todo se complicó con la sentencia del 'caso Gürtel' y el anuncio de la moción de censura de los socialistas, ya que eso les obligaba a tomar partido y no les venía nada bien. La opción era endemoniada: o apoyar el relevo poniéndose del lado de Podemos y los independentistas, o rechazarlo y quedar como único sostén del partido carcomido por la corrupción contra el que preparaban el abordaje. Por eso se sacaron de la manga lo de una moción 'instrumental' para intentar forzar al PSOE a una convocatoria electoral en la que sí se hubieran visto fuertes. No pudo ser, y su estrategia se vio resentida.
En estos dos meses han tenido algo de tiempo para recuperar el pulso, aunque no han podido ejercer una oposición dura para no dar argumentos a quienes les ven como un escudo del PP -y tras pactar con ellos en Andalucía la cosa se agravará-. Tampoco han podido tomar la iniciativa con demasiadas medidas. Sencillamente, el PP ha seguido hundiéndose con sus guerras internas y las polémicas alrededor de su giro ideológico, lo que a la vez ha dado a Rivera y los suyos más espacio y más presencia.
Su objetivo de cara a las generales pasa por alcanzar al PP para convertirse en la fuerza de referencia del centro derecha, por más que ahora los focos se centren en el éxito popular en Andalucía. Y en esa estrategia, diferenciarse de dos partidos que compiten abiertamente por el voto ultraconservador será el primer paso.
Lo malo es que el acuerdo de legislatura con el PP para Andalucía, y el hecho de que Vox lo apoye, acaba con uno de sus argumentos estrella: criticar al Ejecutivo por gobernar gracias a los independentistas, cuando ellos van a hacer posible un vuelco político apoyado por la ultraderecha.
El PP teme (también) a Vox
Donde menos ganas de elecciones había hasta hace nada es en Génova. A pesar del advenimiento de Pablo Casado, la tendencia en los sondeos ha seguido a la baja. Es cierto que la base electoral del PP ha demostrado ser tremendamente persistente a lo largo de las últimas elecciones, pero también es verdad que la formación vive inmersa en el profundo trauma de la caída de Mariano Rajoy y de algo aún más inquietante: la constatación de que su barcaza ideológica hace aguas a babor con Ciudadanos y a estribor con Vox.
Porque lo que empezó siendo una posibilidad remota cada día se vuelve más real: en España hay hueco para una formación a la derecha del PP, y el impacto de algo así en una formación tan debilitada puede ser definitivo. Seguramente por eso Pablo Casado esté derechizando el tono de sus discursos, atacando ya a la inmigración con un estilo que recuerda a la de otros partidos europeos y tanteando candidaturas ultraconservadoras de cara a los próximos comicios autonómicos y municipales.
El primer gran acto de campaña para el PP han sido las sorprendentes elecciones andaluzas, que tan mal pintaban y que gracias al surgimiento de Vox van a acabar con la hegemonía socialista. Quién iba a pensar, después del 'momentum' de 2012, que un PP en horas bajas lograría tamaño triunfo. Pero en Génova no deberían llamarse a engaño por la hazaña: si gobiernan será gracias al subidón de Ciudadanos y a la irrupción de Vox, porque ellos han seguido perdiendo votos y escaños.
Incapaces de haber capitalizado la corrupción socialista con el caso de los ERE, y tras fracasar en 2015, hacerse con la presidencia de la Junta bien podría ser el rebote del gato muerto: un breve episodio triunfal sustentado por socios que son su competencia y con una oposición feroz enfrente.
En cuanto arranque la legislatura andaluza, cuya puesta en marcha parece ahora mismo garantizada, la atención volverá a Cataluña. La aprobación de los Presupuestos, o por el contrario el adelanto electoral, dependerá de lo que decidan sus gobernantes. Aunque a la que se decidan, quién sabe, igual la situación ya es distinta. Ahora unas pocas semanas son una eternidad en el convulso panorama político nacional: dan para muchas vidas y para muchas muertes.