Opinión

Joe Biden busca enterrar en Gaza su fracaso en Ucrania

  • El líder de EEUU no puede permitirse otro Afganistán en vísperas electorales
Fotografía de Joe Biden, presidente de EEUU.

El pasado sábado la comunidad judía en todo el mundo se preparaba para festejar el final de la fiesta de Sukkot, de una semana de duración, que conmemora la época de las cosechas durante el tiempo que los judíos vivieron en el desierto tras ser liberados de la esclavitud en Egipto. Es uno de los momentos más festivos del calendario judío.

El grupo terrorista yihadista Hamás tiene controlada toda la Franja de Gaza, desde 2006, tras la decisión de Israel de abandonarla por completo, en 2005, como consecuencia de los Acuerdos de Paz de Oslo, firmados entre el Gobierno israelí y el liderazgo palestino de aquel momento.

Para sorpresa de todos, los terroristas de Hamás y de la Yihad Islámica dispararon miles de cohetes desde Gaza contra ciudades del Estado de Israel y rompieron las barreras de alta tecnología que rodean aquel territorio para entrar en Israel, disparando y tomando rehenes. Asimismo, otros grupos de terroristas islámicos de Hamás intentaron entrar en Israel por mar. Este ataque de Hamás contra Israel ha sido el más grande en años.

Por el momento, esta acción se está saldando con más de 800 muertos israelíes, la mayoría de ellos civiles, de todas las edades y de los dos sexos, algunos de cuyos cuerpos han sido mostrados de forma macabra por los propios terroristas.

Decenas de israelíes, en un número sin definir con precisión, se encuentran, todavía, secuestrados por los militantes de dicho grupo terrorista.

En estas horas, se puede concluir que éste no es un conflicto aislado de los problemas subyacentes a las fricciones entre los poderes regionales del Próximo Oriente, ni de los globales, más propios de la competencia entre las grandes potencias mundiales.

Desde hace meses, los servicios de Inteligencia de los principales países de Europa –Finlandia, Suecia o Francia– y del Próximo Oriente –Turquía o Israel– vienen alertando de que parte de las armas occidentales que llegaban a Kiev eran identificadas, posteriormente, en manos de grupos del crimen organizado en Europa, en manos de las dos franquicias del terrorismo islamista internacional al sur del Sahel, en África, o en manos de Hamás, en la Franja de Gaza.

Por otra parte, desde finales de 2022, el equipo de Biden está imaginando desesperadamente cómo salir del laberinto ucraniano, una vez que se dio cuenta de que el proyecto Ucrania estaba abocado al fracaso más absoluto.

Ucrania será la segunda debacle de política exterior de la Administración Biden, tras la salida vergonzosa y desastrosa, en agosto de 2021, de EEUU de Afganistán. Esta urgencia se hizo aún más perentoria desde que, a comienzos del verano pasado, quedó patente que la llamada gran contraofensiva del Gobierno de Zelenski contra las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia en Ucrania, iniciada en junio, no iba a conseguir su objetivo tan cacareado, es decir, el de cortar el corredor terrestre creado por los rusos entre Crimea y el resto de la Rusia continental.

Cuatro meses después del inicio de esa campaña militar, el liderazgo militar de Ucrania y el propio Zelenski, la han dado por concluida, aunque sólo, sotto voce, después de que el Ejército de Ucrania haya contabilizado más de 90.000 soldados muertos durante la misma. Esa operación militar ha hecho bueno el motto de que EEUU está dispuesto a pelear contra Rusia, en suelo ucraniano, hasta la última gota de sangre del último ucraniano.

EEUU está necesitada, por tanto, de encontrar nuevos empeños de política exterior tras los cuales enmascarar su voluntad de arrojar a Ucrania debajo del autobús. El ciclo electoral estadounidense de 2024 está lanzado. Para el Gobierno Biden es más popular pedir a la opinión pública estadounidense que apoye a Israel –causa de simpatías de amplio espectro ideológico en EEUU, tanto por parte de demócratas como de republicanos– que seguir demandando que se ayude a Ucrania, política que se ha convertido en una palanca de movilización electoral para Donald Trump, para el partido republicano y hasta para Robert F. Kennedy Jr.

Quedan por responder algunas preguntas. ¿Este conflicto está teledirigido desde Irán para evitar que Arabia Saudí se sume a una versión actualizada de los Acuerdos Abraham de 2020 y que ésta normalice, así, sus relaciones de seguridad con Israel, ya existentes discretamente desde años, a cambio de que EEUU le permita desarrollar armas nucleares al Reino de los saudíes? Todo ello sería, si así fuera, a pesar del entendimiento que China apadrinó, en marzo de 2023, entre esas dos potencias regionales en el Levante –suní, una, y chiita, la otra– tradicionalmente enfrentadas.

¿Esta colisión ha sido planeada por la CIA y por el Mossad para ayudar a crear la cobertura necesaria para que EEUU se desentienda de su fracaso en Ucrania? Si esta teoría fuera cierta, ¿se les ha ido de las manos a ambos Gobiernos este plan?

La fuerza naval estadounidense que se dirige, en estos momentos, hacia el Mediterráneo oriental, ¿lo hace con la misión de hacer visible ante el mundo el aval de EEUU al Estado de Israel o, en cambio, su intención real es la de bombardear Irán y acabar con su programa de enriquecimiento de uranio para que no pueda fabricar armas nucleares? Por último, ¿por qué el secretario general de la Liga Árabe, Ahmed Aboul Gheit, exministro egipcio de Asuntos Exteriores, se subió a un avión, al día siguiente del inicio del ataque terrorista de Hamás, con destino a Moscú para reunirse con el ministro de Asuntos Exteriores de la Federación de Rusia, Sergei Lavrov?

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