
Desde hace años tanto los supervisores como los mercados apuestan por una nueva oleada de fusiones en el sector financiero. La creencia de que este proceso llegará, de una vez por todas, ha tomado fuerza en las últimas semanas tras comprobarse el daño que está provocando en las entidades el coronavirus y tras empeorarse las perspectivas por el aluvión de rebrotes de la pandemia.
Tanto es así que, incluso, el vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, se atrevió a mediados de julio a anticipar movimientos en breve en Europa. No dijo en que países se iban a producir, pero sí apuntó que llegarían en meses. Sus palabras se produjeron después de que el organismo supervisor anunciara una flexibilización de sus exigencias para este tipo de operaciones con el objetivo de animar a los bancos a poner en verde el piloto de las negociaciones.
Pese a la presión y a eliminación de barreras, la posición de los grupos españoles sigue siendo la misma. Los tambores siguen sonando, cada vez con más fuerza, pero el ánimo de los directivos permanece igual. La pista de baile continúa vacía. Y se llenará en función de cómo evolucionen los acontecimientos, unos acontecimientos que son los que marcarán el paso. Solo si los impagos se desbocan y las necesidades aprietan darán el paso, porque nadie se quiere atrever a ser pisado por su pareja. En el sector se da por hecho que las insolvencias crecerán y mucho, pero se confía en que se podrá aguantar sin tener que dar el salto, que se podrá continuar como meros espectadores.
En la primera línea de visión se encuentran, como antes del Covid-19, varias entidades, que no descartan mover el esqueleto si el ritmo es el adecuado. Son Liberbank, Unicaja y Abanca. Las tres ya estuvieron bailando el año pasado y las tres abandonaron un escenario que, eso sí, era más amigable que el de ahora por las circunstancias económicas. La primera se salió voluntariamente, porque de lo contrario iba a ser expulsada, y dejó en la estacada a la segunda. A la tercera la rechazó desde el primer acercamiento.
Ahora las tres se miran, pero solo se miran. Resisten a los empujones de fuera para volver a la pista. Liberbank y Unicaja no quieren tropezar de nuevo. Y Abanca solo tenderá mano a Liberbank otra vez si cambia de vestido. Es decir, si Manuel Menéndez deja el timón de mando, algo que a día de hoy parece improbable.
Bankia
El resto de entidades permanecen en la segunda línea, atentos a lo que pueda suceder. Y únicamente Bankia se ha mostrado dispuesta a caminar al son de la música. Una música que puede ser parada por el portero de discoteca (el Gobierno), a quien le interesa que su acompañante, si lo consigue, sea el más guapo de la fiesta. Por un lado, el Estado se juega la recuperación de más de 24.000 millones de euros con Bankia, de la que controla el 62% a través del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (Frob), y por otro, nadie en el Ejecutivo está por labor de que las integraciones se conviertan en un problema como sucedió en la pasada crisis financiera, en la que España tuvo que pedir un rescate a Europa para salvar al sistema financiero en su conjunto.
Los bancos de inversión buscan desde hace tiempo la pareja perfecta para el grupo nacionalizado. Y lo han encontrado, es el Sabadell. Pero, hasta el momento, permanece quieto, en la retaguardia, a la espera de que el panorama se despeje. Al Gobierno el banco catalán no lo rechaza, pero su intención es que el dúo esté formado por Bankia y BBVA.
Con esta operación (que también gusta y mucho a la cúpula del primero comandada por José Ignacio Goirigolzarri) contentaría al PNV, vital para el Ejecutivo de coalición saque adelante sus proyectos en el Congreso. El partido vasco pretende aprovechar la debilidad reputacional de BBVA por el 'caso Villarejo' para recuperar el timón o su influencia en la entidad que estuvo bajo el mando del denominado clan Neguri hasta que Francisco González tomó sus riendas.
Alternativa
Pero, existe también la posibilidad de que Bankia absorba un competidor de menor tamaño con el fin de mejorar sus cuentas y su rentabilidad vía eficiencia de costes (despidos de trabajadores y cierre de sucursales). Tiene capacidad para ello, ya que dispone de exceso de solvencia. Sin embargo, una transacción de este estilo podría chocar con los objetivos del Gobierno, de que su excedente de fondos se utilice para el reembolso de las ayudas públicas, en vez de para adquirir rivales. Liberbank encajaría en una integración de esta naturaleza, por su tamaño y por la complemetariedad de mercados. De hecho, ya en 2012, el anterior presidente de Bankia, Rodrigo Rato, intentó abordar una fusión con el grupo asturiano antes del rescate.
En las últimas jornadas, los inversores han apostado con intensidad a que pronto aparecerán danzarines en la pista y los valores bancarios han rebotado con fuerza desde las zonas de mínimos. Pero también han especulado con dicha posibilidad y han sacado provecho. Un ejemplo claro de esta maniobra es la realizada por la gestora de Deutsche Bank, que en los últimos días compra y vende paquetes relevantes de títulos de Liberbank al calor de las bajadas y subidas de su cotización. Otros, en cambio, esperan a que se desarrollen los acontecimientos y el movimiento comience.
Bien es cierto que las fusiones aceleran los ahorros de costes, tan necesarios en estos momentos, pero pueden suponer una distracción de tal magnitud que en el contexto actual puede convertirse en un problema de tal magnitud, que muchas entidades quieren evitar a toda costa.