
El vía crucis de los depósitos a plazo fijo parece no tener final. Van ya 82 meses consecutivos de salidas netas de capital en este producto financiero, que durante años fue uno de los preferidos entre los ahorradores más conservadores. La intervención del Banco de España en 2013 durante la 'guerra del pasivo', más tarde los tipos de interés negativos y finalmente las compras masivas de activos del BCE han lastrado la rentabilidad de los depósitos a plazo fijo, generando un trasvase de capital desde estos productos a las cuentas corrientes o depósitos a la vista, más flexibles y con menor condicionalidad.
Santiago Carbó: "Esta situación no puede ser eterna. Sería muy mala señal. Los depósitos a largo plazo volverán, la pregunta difícil es cuándo ocurrirá porque equivale a responder cuándo tendremos tipos de interés más elevados"
Ahora, la crisis del covid-19 ha llevado al Banco Central Europeo a dar una vuelta de tuerca más a sus políticas monetarias expansivas, que están obligando a la banca a ofrecer cada vez menos por sus pasivos (chocando contra el límite inferior o zero lower bound) en un intento por seguir siendo rentables. Con rentabilidades irrisorias, meter el dinero en un depósito con condiciones de permanencia pierde atractivo.
Los problemas para este producto bancario dieron comienzo en 2013. La banca ponía en marcha lo que se conoce como transformación de vencimientos: captaba depósitos a corto plazo ofreciendo un interés medio, por entonces, del 2,5% anual (había bancos que ofrecían más de un 3% durante los primeros meses) que luego podría usar, por ejemplo, para invertir en deuda pública con vencimiento a más largo plazo, obteniendo un interés superior al del depósito, explicado de forma sencilla (aunque era más rentable todavía por aquel entonces acudir a las generosas subastas del BCE y comprar deuda soberana con esa liquidez). Sin embargo, la competencia entre unos bancos con balances ya deteriorados por la crisis no gustó el Banco de España, que anunció a principios de 2013 que controlaría de forma mensual que las entidades no ofrecieran rentabilidades superiores al 1,75% en los depósitos de menos de un año, al 2,25% para los de dos y al 2,75% para los de tres, con el fin de evitar que la conocida como 'guerra del pasivo' derivase en un deterioro de las cuentas de la banca.
Desde entonces, el interés ofrecido por el sector inició una cuesta abajo que se fue agudizando con los tipos de interés negativos aplicados por el BCE (11 de junio de 2014) y los programas de compras de activos, que han inundado el sistema de una liquidez que tiene un coste para la banca (un -0,5% de la facilidad de depósito) si no logra rentabilizarla con su negocio. La crisis del covid-19 y las necesarias medidas adoptadas por el BCE (más compra de activos, tipos bajos por más tiempo, inyecciones de liquidez...) podrían complicar aún más la capacidad de la banca para rentabilizar este tipo de productos y prolongar esta situación. De la guerra por captar depósitos, la banca casi se ha pasado a lo contrario. Las consecuencias han sido evidentes: los hogares y empresas han huido de un producto financiero que ofrece un 0,01% de media en los depósitos a un año y un 0,3% en los depósitos de más de dos años.
Los últimos datos publicados por el Banco de España, referentes al mes de mayo, muestran que los hogares españoles tienen 864.300 millones de euros en depósitos y cuentas corrientes, tras varios meses de importantes aumentos (reflejan una mayor tasa de ahorro de los hogares y aversión al riesgo por la crisis del covid-19), que sin embargo no han impedido el constante goteo de salidas de los depósitos a plazo. De esa cantidad, 737.400 millones pertenecen a cuentas corrientes (depósitos a la vista) y solo 126.900 millones a depósitos a plazo fijo. Este verano se cumplirán siete años desde que dio comienzo esta tendencia. En agosto de 2013, los depósitos a plazo fijo suponían 422.000 millones de euros, frente a los 316.400 millones de las cuentas corrientes. Por el lado de las empresas, la tendencia es muy parecida a la de los hogares, aunque cabe la diferencia de que en este caso han aumentado, sobre todo, los depósitos con preaviso que permiten a las firmas manejar su tesorería de una forma más flexible.
Santiago Carbó, Catedrático de Economía de CUNEF y Director de Estudios Financieros de Funcas, comenta en declaraciones a elEconomista que "existe una clara transferencia entre ambos tipos de productos (depósitos a plazo fijo y cuentas corrientes). Los tipos de interés llevan mucho tiempo a la baja o reducidos y, cuando se esperaba que el camino fuera poco a poco el inverso, llegó el covid-19".
Las cuentas corrientes ofrecen de media un interés 0,01% anual, pero suelen presentar una menor condicionalidad a la hora de mover el dinero o disponer de él de forma inmediata. Esta mayor flexibilidad en un entorno de baja remuneración en prácticamente todos los activos de renta fija puede hacer más atractivas (o útiles) las cuentas corrientes, lo que podría llevar a pensar en la desaparición de los depósitos a plazo fijo en el medio plazo. Sin embargo, Carbó cree que no es adecuado hablar de desaparición o extinción, "los depósitos, cualquiera que sea su duración y compromiso, cuentan con la ventaja de una protección del Fondo de Garantía de Depósitos y, además, son un producto sin sofisticación cuyas condiciones son sencillas de entender. En un contexto de tipos reducidos, nulos o negativos, siguen teniendo un papel para perfiles de bajo riesgo".
La banca debe buscar fórmulas para mantener estos productos y seguir siendo rentables. "Esta situación no puede ser eterna. Sería muy mala señal. Los depósitos a largo plazo volverán, la pregunta difícil es cuándo ocurrirá porque equivale a responder cuándo tendremos tipos de interés más elevados y menos 'intervenidos' por autoridades monetarias".
La banca debe transformarse
Mientras tanto, la banca tiene que seguir transformándose, ofreciendo servicios con un mayor valor añadido que retenga al cliente (asesoramiento profesional, por ejemplo) y como explicaba hacía unos días Luis de Guindos, vicepresidente del BCE, en una entrevista con el diario alemán Der Spiegel, la banca tendría que reducir sus costes, su exceso de capacidad (el número de sucursales) y, para algunos de ellos, "consolidarse domésticamente y entre fronteras". "Mucho de esto ya era necesario en el pasado, pero ahora es completamente inevitable".
Para sobrevivir con unos márgenes de intermediación en mínimos, la banca debe reinventarse. Carbó incide en esta transformación, que va mucho más allá de vender una hipoteca u ofrecer un depósito a plazo fijo, algo que quizá era suficiente hace años para sobrevivir: "Pasar hacia un modelo más digital y con menor infraestructura y costes operativos está siendo una opción muy importante para sostener una cierta rentabilidad. Por otro lado, los bancos intentan incorporar servicios de mayor valor añadido en asesoría y gestión y tienen que cobrar comisiones por ello. Asimismo, deben centrarse en segmentos de negocio donde se requiere un trato más específico y expertise en gestión de riesgo, como es el caso de créditos a pymes. En todo caso, es cierto que la mayor expectativa de rentabilidad para los bancos llegará con la progresiva normalización del ambiente financiero. El problema es que la trampa monetaria en la que estamos es difícil de revertir a medio plazo".