Para Irlanda y Escocia, el whisky no es solo una bebida, es una cuestión de orgullo, identidad y legado. Desde hace siglos, ambas naciones pelean por dilucidar quién es el padre de este producto, cuyos orígenes no acaban de estar claros. Pero mientras se enfrentan entre ellos por la paternidad del símbolo nacional, ambos miran con escepticismo a las destilerías del resto de países que se atreven a hacer whisky, casi como si fueran herejes.