A finales del siglo XIX, París vivía una época de esplendor burqués, en la que la fe en el crédito era ciega. En ese contexto, una mujer de provincias, con modales refinados y muy persuasiva, fue capaz de poner de rodillas al sistema financiero francés. Thérèse Humbert, con la promesa de una inexistente herencia millonaria, mantuvo en vilo durante dos décadas a banqueros, jueces y políticos.