
La humanidad lleva décadas soñando con los viajes espaciales. Y cientos de años mirando a las estrellas y preguntándose qué habrá más allá de los confines del mundo conocido. Desde ese primer ensayo de viaje soñado de George Méliès en 1902, con un cohete que aterrizaba en el ojo de una Luna de rostro humano, los países más poderosos del mundo han alcanzado hitos que han transformado la ciencia ficción en, sencillamente, ciencia. Si el máximo apogeo de la ambición espacial de nuestra especie tuvo lugar hace 50 años, con la carrera a la Luna entre EEUU y la Unión Soviética que culminó con el aterrizaje del Apolo XI, el letargo de aquella vieja hazaña vuelve a resurgir de la mano de nuevos protagonistas alejados de los gobiernos: los multimillonarios de la industria tecnológica emergen como los auténticos señores del espacio del siglo XXI.
La ciencia ficción, siempre marcando el paso y empujando los límites de la imaginación y el conocimiento hacia el futuro, llevaba mucho tiempo avisando. Serían las corporaciones privadas y grandes multinacionales las que acabarían colonizando el espacio y adueñándose del negocio interestelar. Elon Musk y Jeff Bezos, fundadores de PayPal y Tesla, el primero; y Amazon, el segundo, son los nuevos señores del espacio, quienes han propulsado a la NASA en los últimos 15 años con una visión caracterizada por abaratar al máximo los periplos intergalácticos. Su mensaje es claro: la exploración debe continuar.
Comparo a Elon Musk con la liebre, impaciente, audaz y siempre moviéndose rápido; mientras que Jeff Bezos es la tortuga, lento, prudente, con un actitud de ir paso a paso
Si fue la competencia feroz entre Estados Unidos y la URSS lo que hizo posible que el hombre pisara la Luna hace 50 años, la carrera se ha trasladado ahora a estas dos personalidades únicas y diametralmente opuestas. El periodista Christian Davenport, especializado en Defensa e industria aeroespacial en The Washington Post, recorre las andanzas de estos millonarios por conquistar el universo en el libro Los señores del espacio (Deusto, 2019), sin escatimar en detalles, cifras y emociones, y dibujando lo que parece una fábula de Esopo con un final aún incierto. "Comparo a Elon Musk con la liebre, impaciente, audaz y siempre moviéndose rápido; mientras que Jeff Bezos es la tortuga, lento, prudente, con un actitud de ir paso a paso", comenta Davenport a elEconomista, ilustrando su elección de la metáfora. Ambos fundaron sus compañías aeroespaciales prácticamente en la misma época. Blue Origin, la firma de Bezos, se adelantó dos años, pero la liebre, Musk y su Space X, se apresuró en alcanzar el liderazgo.
"Ahora, sin una carrera espacial entre naciones, la competición se desarrolla entre compañías privadas, que están trabajando para reducir dramáticamente el coste de viajar al espacio y de convertirlo en una línea de negocio viable", desgrana el periodista.
En 2015, y con pocos días de diferencia, ambos lograron lo que nadie había conseguido antes: poner a sendos cohetes en la frontera del espacio, a la velocidad del sonido, y hacer que regresaran de nuevo a la Tierra en un aterrizaje vertical y perfecto, sin daños ni destrozos. Ambos describen ese día como el mejor de su vida.
El sueño de Marte, el objetivo de la Luna
Ni siquiera un espíritu impetuoso e infantil como el de Musk podía creer, en un primer momento, que sería la iniciativa privada la que empujaría a la NASA y le insuflaría un nuevo atrevimiento por continuar explorando el espacio. Cuando fundó Space X en 2002, sin embargo, ya creía firmemente en colonizar Marte, y ese se convirtió en el objetivo último de su compañía.
Bezos, pese a su prudencia, se guió por el impacto infantil que le causó el paseo lunar de Armstrong y Aldrin sobre el satélite terrestre cuando sólo contaba cinco años. Su objetivo estaba más pegado a la concreción, y sonaba menos fantasioso que el de Musk, según explica Davenport: "El objetivo de Blue Origin era el desarrollo de nuevas tecnologías destinadas a abaratar el coste de los viajes espaciales y hacerlos más eficientes". La Luna y las posibilidades que el satélite puede ofrecer han centrado su punto de mira.
Tanto Musk como Bezos han tenido un tremendo éxito, pero la auténtica prueba llegará en el momento en que vuelen cohetes pilotados por humanos
Los lemas que guían el camino de Blue Origin y Space X no pueden ser más distintos. Musk insiste en "concentrarse, avanzar con determinación". Ni un paso atrás, siempre hacia adelante, cueste lo que cueste. Bezos recurre al mantra "lo lento es suave, lo suave es rápido", para justificar un ritmo que busca deliberadamente dejar de mirar a la liebre. Su proyecto es a largo plazo e implicará a varias generaciones. De ahí que huya del ruido mediático y apueste por el secretismo y un perfil bajo.
Su rival en la carrera espacial, sin embargo, es adicto a la polémica via Twitter y a actos de bombo y platillo que reivindican su imagen y su visión del futuro aeroespacial. En septiembre de 2016, eclipsó el Congreso Internacional de Astronáutica celebrado en Guadalajara (México) con un plan para llegar a Marte lleno de efectos especiales y escasas respuestas a problemas evidentes. El cómo, para Musk, no importa tanto como el qué. O como reflexiona Davenport en su libro, puede que el sentido de todo aquello fuera "hacer que pareciera real, como si se pudiese hacer".

Mientras Musk sigue imaginando la vida en Marte, la compañía de Bezos, que siempre ha sido menos dependiente económicamente de la NASA, trabaja en un proyecto conjunto con la agencia espacial estadounidense para llevar carga a la superficie lunar y retomar el programa de vuelos al satélite terrestre que tanto defiende el presidente Trump. "Tanto Musk como Bezos han tenido un tremendo éxito, pero la auténtica prueba llegará en el momento en que vuelen cohetes pilotados por humanos. Es fácil olvidarse de que ninguno de ellos ha llevado aún a una sola persona al espacio. Dicen que están muy cerca de ello, y ser capaces de hacerlo de manera segura y confiable determinará sus rumbos en el futuro", recuerda el experto en industria aeroespacial.