
Sánchez se ha apuntado un gran éxito con la organización de la cumbre de la OTAN esta semana en Madrid. Ahora se entiende el giro copernicano en política exterior, acercándose a Marruecos y alejándose de Argelia, fiel aliado de Rusia. Estaban en juego la supervivencia de las bases de Morón y de Rota en suelo español y la defensa de Ceuta y Melilla, además de la fiabilidad de España como socio de la Alianza Atlántica.
Pero una vez acabadas las celebraciones y apagadas las luces de neón, toca volver a la cruda realidad. El Gobierno tiene un problema monumental, aunque se empeñe en negarlo: no le salen los números por ninguna parte. El presidente es un manirroto, dispuesto a gastar sin límites con tal de obtener sus objetivos electorales. Y Calviño y Montero son, luego, las encargadas de enmendar las cuentas. Pero llega un momento en que los agujeros son imposibles de tapar.
El sábado pasado convocó un consejo de ministros urgente donde anunció un plan de 9.000 millones para combatir la inflación, acompañado de un discurso populista con un impuesto a petroleras y eléctricas. El denominado "poder económico", al que acusó de intentar derribar su Gobierno "a través de las terminales políticas y mediáticas". ¡Tremendo! Ve conspiraciones contra él por todas partes. Más preocupado por la derrota en Andalucía que por la economía de los españoles, comienza a sufrir alucinaciones, como un náufrago perdido en el desierto.
El paquete de medidas volvió a quedarse obsoleto antes de nacer, como ya ocurrió con la excepción ibérica. La inflación alcanzó el 10,2% en junio, pese a que hace tan sólo unos meses el Gobierno aseguraba que iba a ser pasajera. El alza de precios absorbió de golpe el efecto de iniciativas para combatirla, como el cheque de doscientos euros, que costó una bronca entre Podemos y la Ministra de Hacienda, María Jesús Montero.
El final de la pandemia y la mejora del desempleo reducirán, sin duda, el dinero destinado a esos fines y la inflación incrementa la recaudación tributaria. Pero no hay dinero suficiente en el mundo para corregir los precios a golpe de talonario y por decreto ley, en lugar de acompañar las medidas con reformas y recortes del gasto.
¿Y ahora qué hará?, ¿poner otros 9.000 millones? La presidenta de la AIReF, Cristina Herrero, calcula en un punto del PIB el incremento del déficit por las medidas contra la guerra. El Presupuesto para el próximo año (en el supuesto de que se apruebe) ha quedado ya superado sólo con los entre 12.000 y 15.000 millones adicionales, que costará subir las pensiones como la inflación, según el margen de maniobra que maneja la AIReF para 2023, si el Gobierno quiere cumplir con la regla de gasto de la Unión Europea.
Pero a esta suma habría que añadir 6.000 millones en alzas salariales para que los funcionarios mantengan su poder adquisitivo y los mil millones anuales, prometidos en gasto de defensa en la cumbre de la OTAN para alcanzar el 2% del PIB.
Al Gobierno se le desmorona su historia de cuento de hadas sobre la economía. Ni la creación de empleo ni el crecimiento del PIB se comportan como preveía. Así lo señaló el Instituto Nacional de Estadística, cuando corrigió a la baja del 0,3 al 0,2% el crecimiento del primer trimestre.
El Gobierno considera que las mejoras del empleo (la población activa rebasó los 20 millones) y las cifras récord en recaudación fiscal no se reflejan en la recuperación del PIB y culpa al INE por ello. Desde el Instituto de estadística nacional se alega que una parte de los ingresos fiscales se explica por la inflación. Aunque aumente el gasto, en realidad se compra menos.
Además, hay sectores como el turismo que no se han recuperado por completo y aún hay un millón de trabajadores entre Ertes y autónomos inactivos. Asimismo, el consumo, el principal motor de la demanda interna, sufre una grave desaceleración ante el temor de que la economía se congele este invierno.
En cuanto al empleo, las horas de trabajo están por debajo del año pasado, lo que quiere decir que gran parte es parcial o precario y los Ertes han aflorado empleo ilegal, que ya existía, para poder cobrar los subsidios.
Pero desde el Ministerio de Economía que dirige la vicepresidenta Nadia Calviño no lo ven así. Sobre todo, están preocupados con la productividad (un menor crecimiento con más empleo reduce la productividad), por los reproches que reciben desde Europa. Estamos a la cola de los 27, prácticamente sin incrementos en la última década.
La reacción del Ministerio de Economía fue provocar la salida del presidente del INE, Juan Manuel Rodríguez Poo. Aunque él alega razones personales para marcharse, tanto Escrivá como Montero se habían mostrado quejosos con su gestión.
Sea cierta o no la presión sobre el máximo responsable del Instituto estadístico, su marcha llega en un mal momento, porque se produce tras la revisión a la baja de los datos económicos y transmite la impresión de que se quiere corregir la tendencia cambiando la metodología. Calviño propone introducir, al parecer, un medidor diario del PIB que atemperaría el descenso de la productividad.
Lo peor es que el cese del presidente del INE coincide en el tiempo con los juegos malabares desde la presidencia de Indra para hacerse con el control de la compañía. La apertura de un expediente por presunta concertación con el fondo Amber de Joseph Oughourlian, presidente de Prisa, rezuma sabor a pucherazo oficial para someter a los elementos críticos. Aunque creo que el expediente se resolverá sin sanción, porque la CNMV no tiene potestad para espiar las comunicaciones de los implicados.
El Gobierno trata de imponer a toda costa su discurso económico, pese a haber tenido que corregirlo varias veces seguidas. En vez de estar preocupados por el qué dirán, pensando en el ciclo electoral, debería prestar más atención a la política monetaria.
Los fuegos de artificio y los oropeles de la cumbre de la OTAN han distraído la atención de Sánchez y Calviño de otra cita importante celebrada esta semana en la histórica ciudad lusa de Sintra. En ese incomparable marco al borde del Mediterráneo, los banqueros centrales se conjuraron como caballeros medievales en el uso de todas sus armas hasta domar la salvaje inflación.
Tanto los presidentes de la Reserva Federal, Jérome Powell, como la del BCE, Christine Lagarde, señalaron que harán "lo que sea necesario" para que los precios retomen la senda del 2%. Lagarde mostró su preocupación porque la inflación desborda el marco de la energía y los alimentos frescos y está trasladándose a los salarios, lo que puede provocar una espiral difícil de domesticar. En España, la tasa subyacente quedó en el 5,5%, seis décimas por encima del mes precedente, lo que muestra que la inflación también se extiende al resto de la economía.
La batalla que libran dentro del BCE los halcones y las palomas empieza a decantarse en favor de los primeros, a juzgar por el tono cada vez más contundente empleado por su presidenta. La única manera de contener los precios será con subidas de los tipos de interés agresivas, al igual que está haciendo Estados Unidos.
La economía española es junta a la italiana de las más vulnerables de Europa ante un alza del precio del dinero por el elevado endeudamiento. Lagarde confirmó en Sintra que el BCE trabaja en una herramienta de compra de bonos de los países del Sur, para evitar una ruptura en dos de los mercados de deuda (fragmentación). Pero la adquisición de deuda deberá tener un efecto neutro, es decir, que será compensada con la venta de bonos de otros miembros, por ejemplo Alemania, que pedirán compensaciones.
Sánchez y Calviño deberían repasar el discurso de Lagarde: "El nuevo instrumento deberá contener suficientes salvaguardas para preservar el impulso de los estados miembros hacia una política fiscal sólida". En román paladino, el BCE exigirá ajustes fiscales y presupuestarios a los beneficiarios. Se acabó el chollo del plan de emergencia de compra de deuda puesto en marcha durante la pandemia.
Los destellos de la cumbre de la OTAN deslumbran a nuestros dirigentes. Queda mucho camino por andar y el billete para transitar hasta 2024 sale muy caro. Con la inflación desbocada y el Presupuesto desbordado, no quedará más remedio que ajustarse el cinturón cuando los tipos escalen.