Opinión

La inflación fuera de control

La subida generalizada de precios demuestra que Europa tiene un problema monetario

No existe un veneno intelectual más potente que las mentiras que nos contamos a nosotros mismos. El dato adelantado de inflación fue extraordinariamente preocupante, con una inflación que repuntó hasta el 8,4%. Sin embargo, aún más preocupante fue el hecho de que la inflación subyacente, que excluye energía y alimentos frescos, alcanzase el 4,9%. Los datos de Eurostat, publicados al día siguiente, para el conjunto de la Eurozona, daban unos valores muy ligeramente inferiores, con una inflación general del 8,1%, y una subyacente del 4,6%. Con estos indicadores, la inflación está fuera de control y no se va a reducir al 2% sin hacer nada, por mucho que ésas sean las previsiones del Banco Central Europeo (BCE).

Cuando la inmensa mayoría de los bienes y servicios suben, entonces la inflación es generalizada. Por supuesto, como siempre, la inflación es asimétrica, por unos bienes y servicios suben más que otros. Pero cuando suben los precios en toda Europa, y no sólo algunos precios, sino casi todos y en todas partes, entonces lo que ha ocurrido es que la moneda con la que se paga todo, es decir, el euro, se ha depreciado. Por lo tanto, nos guste o no, lo que tenemos es un problema monetario. En su origen, por supuesto, hay problemas de oferta, pero para controlar la inflación, habrá que actuar sobre la demanda agregada, reduciéndola.

Sobre el papel, caben restringir la demanda mediante diversos tipos de políticas: fiscal, de rentas o monetaria. En realidad, ante un problema de esta magnitud, todas ellas son necesarias, y sí todas ellas tienen efectos secundarios negativos. Porque, nos estamos enfrentando a un shock negativo de oferta, consistente fundamentalmente en pagar mucho más cara la energía importada.

La situación fiscal de los Estados en Europa es distinta, pero la inflación está subiendo en todos. Por otra parte, los salarios están subiendo más en los países con menos paro, como Alemania y Bélgica. Pero, la inflación, especialmente la subyacente, es muy superior al objetivo del 2% en toda Europa. Por supuesto, es necesario que el déficit público no se dispare en los distintos Estados, evitar una escalada salarios-precios e incrementar la competencia en los mercados. Pero la cuestión clave en un problema monetario es monetaria.

Cualquiera que sea el origen de un proceso inflacionario, éste no se corta echando gasolina al fuego. Es posible que, si una hoguera aún no se ha encendido, echar gasolina, es decir aumentar la cantidad de dinero en circulación, no tenga un efecto inflacionario, pero no hay ninguna duda que seguir haciéndolo con una hoguera encendida no contribuye, precisamente, a reducir el fuego. Durante este mes de junio, el Banco Central Europeo va a continuar comprando deuda pública, emitiendo dinero. La razón es que ya había anunciado que el programa de compras concluiría en el tercer trimestre, así que no va a hacerlo antes.

Para reducir una inflación demasiado elevada, y además generalizada, la política monetaria tendría que ser restrictiva y no expansiva. Esto pasa, evidentemente, por no emitir más moneda, sino ir retirándola de circulación. Es comprensible que retirar oferta de dinero dé miedo, pero los estímulos monetarios deberían concluir ya.

Por otra parte, ¿tienen sentido los tipos de interés negativos con este panorama? El mercado cree que no. Así, un banco tiene que pagar un 0,5% para dejar dinero en el BCE, pero el tipo interbancario a un año, el Euribor, cerró el pasado martes en el 0,39%, acumulando una subida del 0,9% en los cinco primeros meses de 2022. La presidenta del BCE, Christine Lagarde, ha señalado que lo "apropiado" es dejar atrás los tipos negativos en septiembre.

El problema es que, en términos reales, es decir tipos de interés menos inflación, están ahora en los niveles más negativos de la historia, y esto no va a reducir la demanda, y en consecuencia, la inflación. Incluso aunque no siguiesen subiendo los precios energéticos, que es lo más probable si continúa la guerra en Ucrania, que no tiene visos de concluir a corto plazo, una política monetaria tan laxa no va a permitir reducir la inflación.

El principal problema es que los tipos de interés necesarios para reducir significativamente la inflación supondrán un duro golpe tanto para el consumo, pero sobre todo para la inflación, en una palabra, para el crecimiento económico. Pero, a medida que se vayan consolidando las expectativas de inflación, es decir que los agentes económicos vayan experimentando elevadas tasas de inflación, que creen que se mantendrán en el futuro, más dura tendrá que ser la política monetaria para reducir la inflación. Y esto no sólo es una cuestión de que el BCE vaya perdiendo credibilidad, sino que es muy complicado cambiar las expectativas de los agentes económicos.

No nos engañemos, reducir la inflación tiene un coste y no es pequeño. Pero el coste se va haciendo mayor cuanto más tiempo pasa y la inflación sube. Y dejar que la inflación se descontrole durante el verano nos dejaría en otoño con una inflación aún más elevada. En otoño se negociarán los salarios para 2023 y aumentará la demanda de energía para el invierno. Dejar los deberes para septiembre no va a hacer el examen más fácil, con un riesgo de fracaso aún mayor. Y en este tema decisivo, el fracaso no es una opción, o al menos, no debería serlo.

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