Opinión

Medidas para evitar la estanflación

Medidas urgentes e integrales en materia de política económica impedirán la temida estanflación

Un conjunto de datos recientes sugiere que la economía global emite señales de estanflación, esa extraña combinación al estilo de los años 1970 de inflación en alza y crecimiento estancado. Quienes lo perciben -aunque todavía son demasiado pocos- entran en dos categorías amplias. Algunos ven el fenómeno como temporal y rápidamente reversible. Otros temen que conduzca a un período renovado de crecimiento insatisfactorio, pero esta vez con una inflación alarmantemente alta.

Pero un tercer escenario, que se nutre de estas dos visiones, bien puede ser el más factible. Es más probable que los vientos estanflacionarios sean parte de la trayectoria inminente de la economía global más que un factor estructural. Pero la manera en que los responsables de las políticas recorran esta trayectoria tendrá implicaciones importantes para el bienestar económico, la cohesión social y la estabilidad financiera de más largo plazo.

La recuperación económica global tan necesitada pierde ímpetu recientemente porque el crecimiento en sus dos locomotoras principales, China y EEUU, no cubrió expectativas. La variante Delta del coronavirus, más contagiosa, frenó el consumo en verano en algunos sectores, como el ocio y el transporte, afectando a la vez a la producción, particularmente en la industria. La escasez de mano de obra se vuelve más generalizada en una cantidad creciente de economías avanzadas. Si a esto le sumamos una escasez de contenedores de transporte y el reordenamiento en curso de las cadenas de suministro, no debería sorprender que los vientos de frente para una recuperación global fuerte y sostenible vengan acompañados de una inflación más alta y persistente.

Una inflación más elevada presiona sobre aquellos bancos centrales que desean mantener una política monetaria excepcionalmente laxa. Al mismo tiempo, una desaceleración del crecimiento económico presenta un problema para los bancos centrales que están más inclinados a reducir las medidas de estímulo. Todo esto también amenaza con erosionar el respaldo a políticas fiscales y estructurales muy necesarias para impulsar la productividad y el potencial de crecimiento de largo plazo.

Algunos economistas, y la mayoría de los políticos, creen que las actuales tendencias estanflacionarias pronto se verán debilitadas por una combinación de fuerzas de mercado y cambios en el comportamiento humano. Apuntan a las recientes caídas de los precios de la madera, anteriormente en alza, como un indicador de cómo la competencia y la mayor oferta enfriarán la inflación, especialmente ahora que el virus retrocede. Y se consuelan con las múltiples señales de una inversión empresarial en auge.

Otros son más pesimistas. Sostienen la demanda interna sufrirá debido a las reducciones en los planes de ayuda a los trabajadores, y recuerdan que las ayudas directas a los sectores más afectados están en retirada. También les preocupa el hecho de que el ahorro acumulado durante el confinamiento no se libere con la rapidez que se esperaba.

Del lado de la oferta, los pesimistas de la estanflación acogen con beneplácito una mayor inversión empresarial, pero temen que sus beneficios no lleguen lo suficientemente rápido, en especial por los problemas de las cadenas de suministro. En su opinión, las alteraciones de la oferta por lo tanto persistirán durante mucho más tiempo y los bancos centrales se retrasarán a la hora de ofrecer la respuesta política necesaria.

Sospecho que es probable que ninguno de estos escenarios domine el futuro. Pero influirán en la alternativa que termine materializándose.

En teoría, los responsables de las políticas económicas están preparados para responder a la estanflación y EEUU llevaría la delantera al progresar más rápido en determinados aspectos. Por ejemplo, la Fed ya replantea parte de su política monetaria ultra-laxa y el Congreso le permite a la Administración del presidente Joe Biden avanzar con sus planes para mejorar la productividad y el crecimiento a más largo plazo al impulsar inversiones públicas. Por su parte, las autoridades internacionales están mejor coordinadas para evitar situaciones preocupantes en los mercados.

Estas medidas conducirían a una caída de las presiones inflacionarias, un crecimiento más rápido y más inclusivo y una estabilidad financiera genuina. Y un desenlace tan deseable es alcanzable si la respuesta política necesaria se desarrolla de una manera integral y oportuna.

Si no existe ese tipo de respuesta, los problemas del lado de la oferta tendrán una naturaleza más estructural y, por lo tanto, se prolongarán más de lo que se esperaba. Las presiones inflacionistas resultantes se verán amplificadas por los salarios más elevados que muchas empresas tendrán que ofrecer para atraer a los trabajadores con los que hoy no cuentan y conservar a los que ya tienen. Si los bancos centrales se demoran en su respuesta, las expectativas sobre los precios corren el riesgo de desestabilizarse, multiplicando la volatilidad.

En ese caso, las medidas contra la inflación vendrían acompañadas de un crecimiento menor y menos inclusivo, especialmente si los planes de la Administración Biden siguen atascados en el Congreso (algo que sería más factible en el escenario de inflación alta). En lugar de una estanflación prolongada, la economía global repetiría lo que experimentó después de la crisis financiera global de 2008: bajo crecimiento y baja inflación.

La reciente aparición de tendencias estanflacionarias sirve como un recordatorio oportuno de la necesidad urgente de tomar medidas integrales en materia de política económica. Cuanto antes se materialice una respuesta de este tipo, mayor será la probabilidad de anclar la recuperación económica, el bienestar social y la estabilidad financiera. Pero si los responsables de las políticas se demoran, el mundo regresará a la "nueva normalidad" anterior de bajo crecimiento económico, cohesión social inexistente y volatilidad financiera desestabilizadora.

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