Presidente de Queen's College, University of Cambridge y profesor de la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania

Cada diciembre es una tradición hacer balance del año que termina y reflexionar sobre lo que nos espera. Esto es cierto a nivel personal: en mi familia, tendemos a hacerlo alrededor de la mesa. Pero también lo es a nivel más general, ya que esta época del año invita a examinar la intersección de la economía, la política nacional y la geopolítica mundial.

Como ha sucedido en muchos otros países desarrollados últimamente, los dos principales partidos políticos en el Reino Unido han hecho del crecimiento económico su principal prioridad en materia de política. Sin embargo, tras la experiencia volátil de 49 días del gobierno de Liz Truss y su "plan de crecimiento" en 2022, ambos partidos reconocían en la campaña electoral de junio que no existen atajos financieros. El foco, en cambio, está en diseñar medidas para impulsar la productividad, la asignación de recursos y el crecimiento en el largo plazo. En este sentido, el programa del Partido Laborista sacaba ventaja al propio de los conservadores y esperamos que eso se refleje en el Gobierno de Keir Starmer.

Consideremos la historia de dos bancos centrales. Cada uno está establecido desde hace mucho tiempo, con una influencia que trasciende con creces las fronteras de su país, y ambos están presionados a tomar decisiones delicadas destinadas a seguir reduciendo la inflación evitando, al mismo tiempo, un daño indebido al crecimiento y a los empleos. Finalmente, terminan adoptando estrategias muy diferentes con diferencia de 24 horas.

Una vez más, la economía de Estados Unidos y los pronosticadores de mercado están atravesando un momento difícil. Peor aún, mientras que 2023 sorprendió para bien, la desviación de las proyecciones en 2024 podría ser mucho menos favorable.

El año 2023 no fue bueno para el orden económico mundial capitaneado por Occidente. Sorprende que el motivo principal no sea la aparición de un orden alternativo liderado por China, como algunos habían anticipado, sino el estrés interno que impulsó dudas en el mundo sobre su eficacia y legitimidad.

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