
En sus reflexiones sobre la caída de Kabul en manos de los talibanes resaltaba un compañero en este oficio de la comunicación que lo peor que te puede pasar hoy en el mundo es ser mujer en Afganistán. Las crónicas de quienes pueden contarlo son aterradoras. Éxodos masivos, torturas, mutilaciones, asesinatos y represión especialmente sobre las mujeres a las que se somete a la invisibilidad, a la voluntad de los varones y se les prohíbe cualquier vida pública.
La llegada de los talibanes obliga a las mujeres a vestir el burka y las que no lo hacen son azotadas en público, se les ha restringido la libertad de movimiento, el acceso a la educación, no pueden trabajar ni acudir a los hospitales y se les obliga a casarse con los milicianos.
Y ante semejantes atrocidades, ¿dónde están las organizaciones feministas oficiales? ¿Dónde las Unidas Podemos? ¿Dónde la ministras Díaz, Belarra y Montero? ¿Y dónde también nuestro presidente? El único jefe de Gobierno de los grandes países europeos que sigue mudo en vacaciones mientras presume de tener el Gobierno con más mujeres y más jóvenes de Europa, sin mención alguna a su capacidad o cualificación y que ni siquiera ha tenido una palabra de recuerdo para los 102 soldados españoles muertos en aquellas tierras.
No: a ellos les preocupan más lenguajes inclusivos, el volver a casa "sola y borracha" y otras necedades. Ni una movilización, ni una declaración oficial o un comunicado de repulsa y de condena. Utilizan a las mujeres para sus fines políticos y se sirven de ellas mientras pregonan defenderlas.
Hipocresía e impostura en España y en la Comunidad Internacional. La declaración presidencial de Joe Biden afirmando que el despliegue de las tropas norteamericanas "nunca fue construir una nación democrática; sólo luchar contra el terrorismo", o las palabras del vicepresidente de la Comisión Europea y Alto Representante para la Política Exterior, Josep Borrell, asegurando que hay que negociar con los talibanes, suenan sólo a justificación de una retirada vergonzante y a una renuncia a la defensa de los valores y principios de las democracias, de los derechos humanos y de la libertad.
Un país olvidado
Porque el drama de los afganos es que el país no suscita intereses económicos. Es uno de los países más pobres del mundo, ocupa el puesto 115 mundial por volumen de PIB y el 39% de sus ciudadanos viven en situación de pobreza.
Su economía se vertebra sobre la producción agrícola y sólo el opio, cultivo del que es el mayor productor mundial y la fuente de financiación de los talibanes, y el litio para baterías eléctricas, que monopoliza China, son sus principales fuentes de riqueza. En el caso de España las relaciones económicas y comerciales son mínimas. Sólo tres empresas españolas venden en ese país donde nuestras exportaciones apenas superaban los 3,8 millones de dólares en 2015 -últimos datos oficiales del ICEX- mientras que los flujos de inversión son nulos.
Ahora con la llegada del nuevo Gobierno talibán y sin la ayuda internacional, los primeros análisis de los economistas y los organismos internacionales auguran un fuerte aumento del déficit, la inflación, el desempleo y una importante caída del PIB.
Por eso importan poco. Sólo su enclave geográfico y su posicionamiento como nido de terroristas preocupan a Occidente que mira para otro lado a cambio de vagas promesas de no volver a las andadas con Al Qaeda y otros yihadistas.
Sepulcros blanqueados
Cuenta San Mateo en su Evangelio que Jesús comparó a los fariseos con sepulcros blanqueados, relucientes por fuera, pero llenos de podredumbre repugnante y vomitiva en su interior.
Una metáfora que hoy bien puede recuperarse para definir la actitud de las potencias occidentales y la de los gobiernos, partidos y organizaciones sindicales y sociales que ni se mueven ni condenan lo que ocurre y va a seguir ocurriendo en Afganistán. Ellos también, si no talibanes, sí son al menos sus cooperadores necesarios.