En las últimas semanas, los talibanes han realizado una rápida ofensiva a lo largo y ancho de Afganistán para recuperar el país que ya dominaban a inicios de siglo. Los compromisos de paz firmados en 2019 y 2020 han quedado en papel mojado una vez que EEUU anunció la retirada definitiva de sus tropas. El grupo terrorista tomó este domingo Kabul, lo que afectará de forma decisiva a la economía del estado fallido.
El FMI lo avisaba hace poco más de un mes: "Mientras que una paz sostenida elevaría las perspectivas de desarrollo, el fracaso de las conversaciones podría exacerbar la violencia, lo que provocaría la pérdida de vidas, la destrucción y, potencialmente, una crisis de refugiados, obstaculizar la capacidad de las autoridades para emprender las reformas que sustentan las previsiones, y alimentar la salida de capitales".
Por una parte, según datos del Banco Mundial de 2019, aproximadamente la mitad del presupuesto del país se financia con ayuda exterior pese a que ha menguado ligeramente en los últimos años. Y aunque en noviembre se firmó un acuerdo para que el país recibiera 12.000 millones de dólares en el periodo entre 2021-2025, la mayoría de estos fondos estaban condicionados al proceso de paz entre el gobierno afgano y el grupo terrorista.
De esta forma, no parece realista pensar que Occidente mantendrá una financiación que vaya a parar a las arcas de los talibanes en lugar de al desarrollo de las instituciones del país o del bienestar de la ciudadanía.
Por otra parte, en un estudio del Banco Mundial de 2019 se demostraba que la actividad económica legal en el país menguaba cada vez que se producía un recrudecimiento del conflicto, mientras las actividades ilícitas crecían, especialmente la producción de opio. Aunque esto no lastraba en gran medida el crecimiento económico total del país, los investigadores subrayaban que las actividades ilícitas tienen "externalidades negativas, desde una mayor inseguridad a una mayor corrupción", mientras que la economía formal provee mejores empleos y contribuye a la recaudación de impuestos.
"Con el cambio de la estructura de la economía, una pequeña caída en la actividad económica agregada podría asociarse a un mayor decrecimiento en el bienestar de la población", señalan.
Por supuesto, la inversión extranjera menguará aún más de lo que lo viene haciendo. La incertidumbre y la inseguridad ahuyentan al dinero, especialmente si viene desde el mismo Occidente que el fundamentalismo de los talibanes considera como enemigo.
Además, el fin de unas instituciones estatales no contribuirá a la necesaria modernización de la economía. El 40% del empleo en el país sigue ligado a la agricultura, que supone más del 20% del PIB, lo que le equipara al sector industrial en cuanto a generación de riqueza.
Un progreso que podría revertirse
Antes de la intervención de EEUU en 2002, la economía de Afganistán era un sistema centralizado. Desde entonces, en apenas dos décadas, su PIB se ha quintuplicado pasando de 4.000 millones a 20.000 millones (en dólares estables), con un promedio de crecimiento del 6,2% anual entre 2003 y 2020.
El PIB per capita ha aumentado un 166% hasta los 509 dólares y su población casi se ha duplicado, pasando de 22 millones a 39, según datos del Banco Mundial.
A todo lo ya mencionado cabría sumarle posibles sanciones internacionales al país una vez que los talibanes tomen el control de la nación, ya sea por los crímenes de guerra que ya viene señalando EEUU, por el trato a las mujeres y a las minorías o por saltarse las resoluciones de la ONU, entre otros motivos.
Además, la toma por la fuerza del poder puede llevar al no reconocimiento del gobierno talibán como un poder legítimo, lo que impediría cualquier tipo de acuerdo económico -incluyendo ayuda humanitaria- con aquellos países que no lo reconozcan.