
El día de la investidura presidencial de Estados Unidos, los líderes de la Unión Europea no perdieron la oportunidad de expresar su alivio por el hecho de que el hegemón mundial estuviera de vuelta, dispuesto a cooperar y ayudar a resolver los problemas comunes.
Pero lo cierto es que, durante los últimos cuatro años, el mundo no se ha limitado a pararse y esperar a Estados Unidos. La UE, en particular, dio pasos importantes para comprender la importancia de la autonomía estratégica. Empujada por la poco cooperativa administración Trump, la UE persiguió el bilateralismo, con el objetivo de proteger sus propios intereses.
Esta búsqueda de autonomía estratégica por parte de la UE es, de facto, un intento de separarse de EEUU. La gran pregunta ahora que hay un nuevo presidente de EEUU es si es necesario continuar con esa búsqueda.
La respuesta a esta pregunta debería depender del grado de alineación de la nueva Administración estadounidense con la UE en cuestiones fundamentales. Hay un gran margen para que ambos se alineen en materia de cambio climático y de lucha contra la pandemia. Sin embargo, también hay margen para que se produzcan importantes desacuerdos.
El más evidente es cómo tratar a las grandes empresas tecnológicas que se considera que han adquirido demasiado poder en detrimento de los buenos resultados económicos. En particular, dado su carácter global, no está claro cómo gravar los servicios que prestan estas empresas.
La UE parece mucho más decidida al respecto. La Comisión Europea publicó en diciembre un proyecto de ley, la Ley de Mercados Digitales, en la que propone controlar y, en última instancia, impedir la acumulación de poder de esas grandes empresas digitales. Lo interesante de esta propuesta es que tiene carácter extraterritorial: se aplica a todas las empresas que operan en la UE, independientemente de que tengan o no presencia física en ella. Se trata de una característica necesaria, ya que, de lo contrario, la Ley no abarcaría a las grandes empresas, que no tienen sede en la UE. Pero también crea la impresión de que la UE quiere atacar a las empresas estadounidenses, algo que no sentará bien a la nueva administración.
El impuesto a las tecnológicas creará tensiones con la administración de Joe Biden
Si la regulación consiste en controlar el tamaño de las grandes empresas, la fiscalidad consiste en redistribuir sus beneficios. Tras muchos intentos de coordinación, a nivel de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el presidente Trump se retiró de las negociaciones fiscales internacionales en el verano de 2020. Las autoridades francesas han defendido en repetidas ocasiones que, si no hay acuerdo a nivel internacional, gravarán unilateralmente a los grandes grupos tecnológicos. Estados Unidos considera que se trata de una práctica injusta ya que, de nuevo, afecta en gran medida a las empresas estadounidenses y ha amenazado con tomar represalias. Con la transición a una nueva administración, ambas partes se han dado una tregua y han acordado volver a discutir en el marco de la fiscalidad multilateral de la OCDE. Este será el primer reto para los nuevos dirigentes de la OCDE.
Tras la era Trump es vital avanzar en cuestiones que reduzcan la división del mundo
Y luego, por supuesto, está China. El cambio de administración en EEUU no cambiará sus políticas hacia China. Si acaso, la Administración Biden tratará de reforzar la postura de Washington convocando una "cumbre de la democracia": un lugar en el que los países afines se reúnen para formar un frente contra China. La UE, por su parte, se muestra muy reacia al respecto e insiste en que no quiere tomar partido, prefiriendo mantener una relación muy transaccional con China. La opinión pública de la UE es cada vez más desfavorable, pero también reconoce que China es la mayor economía del mundo. Pero mientras que la UE podía permitirse el lujo de jugar al juego de la espera cuando la administración estadounidense era percibida como poco razonable, mantenerse al margen será mucho más difícil con un presidente mucho más amigable.
Así pues, en lo que respecta a la concentración de poder de mercado en las grandes empresas tecnológicas, la UE tiene claro cómo quiere proceder. Estados Unidos no lo tiene tan claro. En cuanto a China, Estados Unidos tiene muy claro el nivel de antagonismo que quiere. Pero la UE duda.
Pero aunque los intereses económicos no siempre estén alineados, hay mucho más en juego que la mera economía. Resulta difícil imaginar cómo la UE o Estados Unidos pueden obtener mejores resultados en las grandes cuestiones si persiguen sus intereses por separado. La nueva Administración estadounidense ofrece la oportunidad de restablecer no sólo lo que la anterior administración arriesgó tan descuidadamente, sino de avanzar en cuestiones que reduzcan las divisiones en un mundo cada vez más dividido.
El 20 de enero, el Presidente del Consejo, Charles Michel, habló de una "Europa que desempeñe un papel estabilizador y constructivo... de acuerdo con nuestro verdadero peso en el mundo....". Pero el verdadero peso pasa por la construcción de alianzas estratégicas.