
La crisis energética, que desató Rusia, ha acelerado la transición verde, empujando a los países de todo el mundo a diversificar sus fuentes de energía y establecer una política económica más sostenible. China no ha sido una excepción, pero sigue siendo un enigma de cómo puede responder en el futuro. La gran crisis inmobiliaria está teniendo un comportamiento extraño. El sector es uno de los grandes responsables del uso intensivo de energía, pero los indicadores energéticos del país no lo han notado. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) cree que otros sectores han cerrado el gap de demanda, a pesar de que la actividad de la construcción se ha parado, con lo que debería haber afectado al consumo de carbón, petróleo y gas natural del gigante asiático.
China para por ser problema y solución para frenar las consecuencias del cambio climático. Pero su compartimiento no deja de desconcertar a los expertos y a las instituciones especializadas en energía. La AIE señala en su informe World Energy Outlook 2023 que, si bien China es el principal país emisor de CO2, también es el que más utiliza tecnologías de energías limpias, liderando, por ejemplo, las ventas de coches eléctricos. Pero se está dando la paradoja que la apuesta verde de China está generando la misma demanda energética hasta el punto de hacer invisible la crisis inmobiliaria. No solo en China, en cualquier país, el sector de la construcción depende de materias primas, como cemento o acero, que necesita un elevado uso intensivo de energía. Cualquier parón de la actividad deberían reducir drásticamente la demanda energética. En el caso chino debería traducirse en un recorte del consumo del carbón. China es el país que más utiliza la energía fósil más contaminante.
Hablar del sector de la construcción en China es hablar del principal responsable de emisiones de CO2 del mundo. Según la IEA, el gigante asiático llegó a generar más del 50% de la demanda energética global en la última década y, en gran parte, fue la gran expansión del sector de la construcción. No solo hay que pensar en un crecimiento exponencial del mercado de vivienda, también de faraónicas infraestructuras durante décadas y de un rápido crecimiento industrial, que necesita una elevada inversión inmobiliaria. Hoy por hoy, el régimen de Xi Jinping ha alcanzado la misma superficie de suelo residencial por persona que Japón, el país que pasa por ser el más urbanizado del mundo. Y para la AIE tiene mucho mérito ya que el PIB per cápita, el indicador de riqueza de la población por excelencia, de China es mucho más bajo que en Japón. Ya en 2007 por el primer ministro chino del momento, Wen Jiabao, advertía de que el modelo de crecimiento era "inestable, desequilibrado, descoordinado e insostenible".
La actual crisis inmobiliaria está teniendo importantes consecuencias, entre ellas, una caída de los precios de la vivienda en 2022 que llevó a una reducción de la riqueza neta de los hogares chinos en un 4,3%. Concretamente, esta crisis ha afectado a los nuevos proyectos de construcción inmobiliaria, pero no a los que ya estaban en marcha. Ello ha provocado, según la IEA, que en parte la demanda energética y la industria pesada china hayan sido "modestamente afectados".
Además, el organismo encabezado por Fatih Birol explica en su informe algunas claves de la resiliencia de la demanda energética, que ha hecho invisible ese estallido inmobiliario para la energía. En primer lugar, la rápida electrificación de China llevada a cabo en los últimos años: la generación de electricidad concentró más del 70% del aumento de demanda energética china desde 2015. El problema es la producción eléctrica puede venir de fuentes altamente contaminantes.
En segundo lugar, el auge de nuevos sectores económicos, como la fabricación de productos de alta tecnología en el ámbito de las energías limpias, también necesitan grandes dosis de energías para ponerlas en pie, antes de que empiecen a notarse sus efectos en el mix energético. Aquí destacan la energía fotovoltaica y la industria de los coches eléctricos, ramas que han recibido subvenciones por parte de Pekín que han tenido consecuencias muy negativas en otros mercados, como el europeo.
En tercer lugar, el aumento de la producción petroquímica china. Según datos de la AIE, la previsión es que China obtenga, para 2024, una capacidad petroquímica similar a la de los países europeos y asiáticos miembros de la OCDE. Además, esta industria ha concentrado alrededor del 80% de la demanda china de crudo entre 2019 y 2023. Finalmente, la AIE destaca las sequías de 2021 y 2022, las cuales restringieron la producción de energía hidroeléctrica. Según el organismo, sin este factor, la demanda energética de China habría sido inferior en 2022, "y sus emisiones de CO2 habrían disminuido, en lugar de haber aumentado".
Por otro lado, la AIE advierte de que una profundización de la crisis inmobiliaria podría incrementar las emisiones de CO2 a corto plazo, al potenciarse los mercados de energías contaminantes y materias primas. Para la Agencia, la respuesta que está teniendo el gigante asiático en materia de energía es un contrasentido. El organismo lo refleja en uno de sus escenarios de perspectivas de lo que debería significar un frenazo de la economía de China. En este sentido, la AIE estima que el PIB del país asiático podría caer un 7,5% en 2030, provocando una disminución de la demanda de carbón del 7%.
Paralelamente, la demanda de petróleo se reduciría un 5% en 2030, el equivalente al 2% del mercado global. Por otro lado, la demanda de gas natural disminuiría en 30.000 millones de metros cúbicos hacia 2030, aunque seguiría siendo un 15% más alta que en 2022. Según la AIE, esta reducción sería el equivalente al 20% de las exportaciones de gas natural licuado que, atendiendo a las estimaciones, China realizará a finales de esta década.
Además, la AIE considera que las tasas de crecimiento poblacional y de producción de cemento y acero han tocado techo, por lo que los tres indicadores registrarán un declive pronunciado en los próximos años. Ello debe venir acompañado de una disminución de la demanda energética china en los próximos años.
Por otro lado, y en relación al gas natural, el organismo indica que esta disminución de la demanda del país asiático, junto con la progresiva reducción prevista en la demanda europea, pueden generar un volumen de este hidrocarburo que sea difícil de absorber para los mercados emergentes. Ello dejaría a Rusia con "oportunidades muy limitadas" para asegurar mercados adicionales donde colocar este hidrocarburo, cuya "Edad de Oro" está llegando a su fin debido, entre otras cosas, a la crisis energética.
En este sentido, la IEA indica que la demanda de gas natural del sector eléctrico y de la construcción -que concentran un 39% y un 21% de la demanda global respectivamente- ya ha experimentado máximos, lo cual confirma que su crecimiento se está ralentizando: entre 2017 y 2021 creció una media anual de 2,5%, mientras que de 2023 a 2030 está previsto que crezca menos de un 0,4% al año a nivel global.
Al igual que en el caso del gas natural, la demanda global de carbón también está disminuyendo. A este respecto se refirió Global Energy Monitor en un informe publicado recientemente, en el que indicó que la transición energética y la finalización de la vida operativa de las minas provocarán una contracción del mercado de este combustible, siendo China uno de los países más afectados, al concentrar el 52,8% de toda la producción mundial de carbón.
En definitiva, las potencias están mudando de piel en términos energéticos. En este contexto, China debe enfrentarse a una crisis inmobiliaria mientras avanza sus planes -que pasan por Europa- para derrotar a EEUU, principal rival en esta carrera global de la energía. Por su parte, el país de las barras y estrellas gana posiciones gracias a la Inflation Reduction Act, la cual "ha mejorado la perspectiva para albergar tecnologías de energía limpia", según la AIE. En ese contexto se enmarca el comunicado emitido por la Casa Blanca en septiembre sobre las pautas para potenciar la industria eólica estadounidense.