Profesor de Filosofía Política y Ética en los Negocios en el IEB
Opinión

En un tiempo marcado por la polarización, la hipervisibilidad mediática y la presión constante de los aparatos de partido, resulta cada vez más difícil imaginar una forma de actuar en política que combine responsabilidad, prudencia y dignidad personal. Ante una posible salida de la política sin estridencias, podrían plantearse tres enfoques éticos. Uno de ellos es el que Max Weber denominó la ética de la convicción. Esta visión implica el actuar con fidelidad a los propios principios, incluso cuando ello provoque consecuencias negativas. Desde este punto de vista, se podría esperar que un político -comparta o no la línea de su partido- exprese con claridad sus razones ante la ciudadanía. La verdad, la coherencia personal y el respeto por el electorado justificarían una declaración transparente, incluso si eso supone entrar en conflicto con el aparato del partido o con sectores del electorado. Sin embargo, el propio Weber también advertía que esta ética puede ser insuficiente si no se equilibra con el sentido de las consecuencias.

El pasado 19 de mayo de 2025 la Unión Europea y el Reino Unido sellaron un pacto estratégico. Con el fondo de las banderas europeas se subraya el simbolismo del momento: la presidenta de la Comisión Europea destacó que en «un momento de inestabilidad global…en Europa nos mantenemos unidos». Este pacto –calificado como «un nuevo capítulo» en las relaciones bilaterales– llega en un contexto de tensiones mundiales, tanto por los aranceles proteccionistas como por los conflictos militares, y busca consolidar la cooperación paneuropea en comercio, defensa, energía y pesca como respuesta colectiva a esos desafíos.

El concepto de la antipolítica no es ni mucho menos reciente. Según Pierre Rosanvallon (2006), la antipolítica nace del «desencanto democrático» como consecuencia de una crisis de representación que se traduce en la percepción de la política institucional como ajena, ineficaz y corrupta. Para el politólogo argentino Emilio de Ípola (1997), la antipolítica no es simplemente el rechazo de los políticos, sino la deslegitimación del espacio político como tal, sustituido por una lógica de lo inmediato, lo emocional y lo personalizado.

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