Opinión
En un tiempo marcado por la polarización, la hipervisibilidad mediática y la presión constante de los aparatos de partido, resulta cada vez más difícil imaginar una forma de actuar en política que combine responsabilidad, prudencia y dignidad personal. Ante una posible salida de la política sin estridencias, podrían plantearse tres enfoques éticos. Uno de ellos es el que Max Weber denominó la ética de la convicción. Esta visión implica el actuar con fidelidad a los propios principios, incluso cuando ello provoque consecuencias negativas. Desde este punto de vista, se podría esperar que un político -comparta o no la línea de su partido- exprese con claridad sus razones ante la ciudadanía. La verdad, la coherencia personal y el respeto por el electorado justificarían una declaración transparente, incluso si eso supone entrar en conflicto con el aparato del partido o con sectores del electorado. Sin embargo, el propio Weber también advertía que esta ética puede ser insuficiente si no se equilibra con el sentido de las consecuencias.