Portavoz adjunto del Grupo Parlamentario Popular. Diputado del PP por Huesca. Coordinador de asuntos económicos del Grupo Parlamentario Popular

Es condición humana y factor de sostenibilidad sociológica que, en cualquier actividad, busquemos certezas. Más si cabe en la actividad económica, donde cualquier iniciativa ha de ponderar adecuadamente las posibilidades que se ofrecen y determinar la intensidad de las eventuales amenazas. Si la incertidumbre es mundial, producto de una crisis bélica o de una crisis sanitaria como es el caso, el “horror vacui” es más profundo. Ante una situación perdurable como la que vivimos, la primera pretensión es partir de un diagnóstico cierto de la realidad. La descripción veraz de la realidad no es alarmismo, porque lo que más alarma puede causar es la negación o la simplificación de la realidad misma.

En pleno proceso de descomposición moral de la política española, que añora el trazo sarcástico de Berlanga, han llegado los robots y los algoritmos para redimirnos. Y no es una broma contingente sino que "Yo, robot" ha dejado de ser una distopía para convertirse, por obra y gracia del Ministerio de Yolanda Díaz, en una parábola de la buena, o no, gestión pública tras el reconocimiento jurídico por parte del Departamento de que las actas de inspección se pueden levantar sin necesidad de firma de funcionario competente. Los robots han llegado y no nos habíamos enterado.

Es costumbre en las últimas décadas que la política se haya abierto al nominalismo y a la invención de variantes lingüísticas para definir determinadas conductas. Cierto es que, en ocasiones, la noción misma que se crea no es más que una mera proyección figurativa que no representa ninguna realidad material y que sirve únicamente para configurar parte del imaginario retórico de algún partido político. Recientemente, y con una reiteración abusiva, ha cuajado el concepto de "cogobernanza", una voz que no tiene entrada en el diccionario de la RAE pero que ha servido de coartada para intentar definir el marco de relaciones entre el Estado y las Comunidades Autónomas a raíz de la segunda oleada de la pandemia.

De un tiempo a esta parte, la mentira se ha convertido en una práctica totalitaria cuyo objetivo final es transformar el pasado. El control del poder por Pedro Sánchez exige una alteración continua de lo que ocurrió hasta el punto de que se forja una realidad no acontecida, que, por varias veces repetida, acaba convirtiéndose en una pieza de convicción del pensamiento socialista. Mientras actúan sobre la memoria histórica, dos conceptos ambivalentes, juegan simultáneamente a negar algunos años de su historia reciente, fundamentalmente la que se refiere a la gestión de la anterior crisis económica y financiera. Y es que los años 2010 y 2011, años de Gobierno de Rodríguez Zapatero, parecen que no existieron en el imaginario colectivo del nuevo socialismo, aún cuando muchos de los diputados presentes protagonizaron algunas votaciones de las que ahora reniegan. Por todos, Pedro Sánchez.

La incertidumbre política con la que arrancó la última legislatura venía a definir un contexto político de extrema dificultad, antesala inequívoca de perturbaciones sociales y económicas. En aquel momento, nadie podía suponer que la mayor crisis sanitaria y, por consiguiente, económica de la última centuria se cerniría inclementemente sobre todas las economías, afectando en mayor medida a aquellas que tenían menores márgenes fiscales y una propensión manifiesta a los desequilibrios económicos y presupuestarios. España.

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