Opinión
El año pasado, Mario Draghi elaboró un informe histórico sobre el futuro de la competitividad europea, en el que recomendaba que la Unión Europea aumentara la inversión anual en más de 800.000 millones de euros -el equivalente a más del 4% de su PIB-. Este informe ahora se ha convertido en la base intelectual de una estrategia ambiciosa para revitalizar el crecimiento en Europa, ya antes de que el panorama internacional se complicara para Bruselas con la guerra comercial desatada por EEUU. Pero Europa debe tener cuidado con lo que desea. Como ha demostrado Japón, la inversión no es la panacea. La idea de que más inversión es la clave del éxito económico está muy arraigada en Europa. La llamada Estrategia de Lisboa, lanzada en 2000, pretendía aumentar el desembolso en Investigación y Desarrollo hasta el 3% del PIB. Ese objetivo ha permanecido en la agenda oficial de la UE durante un cuarto de siglo, pero nunca se ha alcanzado. En 2015, la Comisión Europea sumó otro objetivo: su Plan de Inversiones para Europa pretendía movilizar 315.000 millones de euros adicionales en tres años, con el fin de aumentar la competitividad y el crecimiento a largo plazo.