
Si hay un problema que pueden resolver los europeos, es el problema yugoslavo", afirmaba en 1991 el entonces ministro de asuntos exteriores de Luxemburgo, Jacques Poos. A fines de ese año se había producido la disolución formal (y en gran medida pacífica) de la Unión Soviética; pero en los Balcanes crecían las tensiones étnicas, y Poos insistía en que por ser Yugoslavia un país europeo, era Europa y no Estados Unidos la que debía hacerse cargo de la crisis cada vez más intensa que se vivía allí. "Esta es la hora de Europa", declaró con orgullo. Pero en los años que siguieron, Yugoslavia sufrió un sangriento proceso de desintegración, y Europa se mostró incapaz de hacer mucho al respecto.
Hoy otro país europeo se desgarra: Ucrania. De modo que según la lógica de Poos, le corresponde a Europa «salvarlo». ¿Se mostrará más eficaz esta vez?
Hay algo de verdad en las burdas acusaciones del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, cuando dice que Europa no es lo bastante autosuficiente en materia de seguridad. De hecho, nadie en Europa se hace ilusiones de que el bloque pueda resolver solo el «problema» ucraniano; siempre se esperó que Estados Unidos tuviera en esto un papel central. Pero esta realidad no debe menoscabar la importancia de las contribuciones europeas a Ucrania.
Según el registro de ayudas a Ucrania del Instituto Kiel, Europa (incluidos la Unión Europea, sus estados miembros, Noruega y el Reino Unido) ha superado a Estados Unidos como principal fuente de ayuda a Ucrania, con unos 125.000 millones de euros asignados hasta fines del año pasado, frente a 88.000 millones de Estados Unidos. Esta suma incluye un volumen de ayuda militar igual al provisto por Estados Unidos (unos 60.000 millones). Además, Europa ya ha comprometido otros 120.000 millones de euros para entregar en los próximos años, mientras que la continuidad de la ayuda estadounidense está en duda.
En relación con el tamaño de las economías y los presupuestos militares de los donantes, ninguna de las dos contribuciones es impresionante. En el caso de Estados Unidos, con un PIB anual que hoy ronda los 27 billones de dólares, un aporte de 88 000 millones de dólares en un período de casi tres años equivale a un error de redondeo; y 60.000 millones de dólares es el 7,5% del gasto militar total de los Estados Unidos, que hoy llega a más de 800.000 millones de dólares por año. La economía europea es un poco más pequeña, pero el total de su ayuda a Ucrania (incluidos los aportes de Noruega y el RU) ha costado menos del 0,6% del PIB. La conclusión es clara: la cuestión financiera no es un obstáculo insuperable para "salvar" a Ucrania.
También en lo político la situación para Ucrania se ve razonablemente bien. A pesar de haberse prolongado la guerra por más de tres años, el apoyo público al país se mantiene. Aunque el entusiasmo de los europeos por enviar ayuda a Ucrania ha disminuido conforme perdió fuerza la narrativa de David contra Goliat que tan movilizadora resultó en los primeros días de la guerra, en casi todos los países europeos la mayor parte de la población todavía es favorable a que se siga dando apoyo a Ucrania.
Las autoridades de la UE consideran evidente que una victoria rusa pondría en peligro la existencia misma de la Unión. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, ha sido muy clara al respecto, y ha promovido una serie inédita de sanciones y otras medidas para obligar a Rusia a cambiar de rumbo.
Y sobre todo, la mayoría de las autoridades europeas en el nivel nacional coincide en que el apoyo a Ucrania redunda en interés de sus respectivos países. El presidente ruso Vladímir Putin, que ha dado muestras claras de su desdén por los valores y normas que defiende la UE, ya está librando una guerra encubierta contra Occidente. Si se le permite tomar territorio ucraniano por la fuerza, ¿qué le impedirá avanzar en su ambición de redibujar el mapa de Europa?
Este riesgo preocupa no sólo a los vecinos inmediatos de Ucrania, sino también a aquellos para quienes, adaptando la tristemente célebre frase de Neville Chamberlain, Ucrania es un país lejano del que saben muy poco. Esta percepción de riesgo compartida es una de las razones por las que a fines de 2023, veintiséis gobiernos de países miembros de la UE impulsaron la decisión de iniciar negociaciones para el ingreso de Ucrania. La medida sólo era posible con aprobación unánime, pero el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, se negó a respaldarla, de modo que los líderes de la UE le pidieron que abandonara la sala durante la votación.
Este episodio puso de manifiesto el hecho de que las normas de la UE, que a menudo exigen unanimidad, pueden impedir una respuesta oportuna y eficaz a desafíos internos y amenazas externas. Pero también demostró que una mayoría contundente y provista de determinación suficiente puede superar la oposición de pequeños países inconformistas. De hecho, ahora hay una gran coalición de estados miembros de la UE que estudia la posibilidad de crear un fondo conjunto de 500.000 millones para proyectos de defensa, al margen de los tratados de la UE, para que no esté sujeto al poder de veto.
Ningún volumen de apoyo europeo puede sustituir el peso político y militar de los Estados Unidos. Pero cuando Trump intente negociar un «acuerdo de paz» que beneficie a Putin en detrimento de Ucrania, Europa debe estar preparada para estar a la altura de las circunstancias y dar a Ucrania el apoyo político y financiero que necesita para seguir resistiendo. Aunque Europa no puede decidir el resultado de la guerra, sí puede mejorar en gran medida las perspectivas para Ucrania. Su determinación afectará los cálculos de Trump y de Putin.