Opinión

El desafío de la competitividad en Europa

  • Las cuestiones geopolíticas tornan las actitudes de competitividad en Europa
  • Los miembros de la OTAN no han cumplido con un gasto militar del 2% para la defensa

Los economistas no suelen preocuparse demasiado por la competitividad internacional de los países, el comercio y la inversión transfronteriza que suele se positivo para ambas partes y si un país crece más rápidamente los demás se benefician, ya que pueden aprovechar ese mercado en expansión. Es la productividad interna, no la capacidad de ganarles a los demás, lo que determina la prosperidad nacional; por eso Paul Krugman afirmó hace 30 años que la competitividad es una «obsesión peligrosa».

Desde una perspectiva estrictamente económica tenía razón, pero con la encarnizada guerra que continúa en Ucrania y una China cada vez más asertiva y despótica, los líderes europeos ya no pueden mirar la competitividad solo a través de la lente económica, las cuestiones geopolíticas se están tornando tanto —o más— importantes; parafraseando al politólogo estadounidense Edward Luttwak, la «lógica del conflicto» ha superado a la «gramática del comercio».

Cuando se aplica la geopolítica para evaluar a las economías hay que considerar normas muy diferentes: la geopolítica tiene que ver con el poder, que es, necesariamente, relativo. A la hora de evaluar el poder el tamaño es importante, pero cómo vive la gente, no. En otras palabras, en la «geoeconomía» —para usar el término de Luttwak— la economía es una fuente de poder, pero no necesariamente de bienestar, para la población.

Se trata de una distinción importante, especialmente para la Unión Europea. Desde el punto de vista del nivel de vida —medido en términos del PIB ajustado por paridad del poder adquisitivo— a Europa le ha ido bien en las últimas décadas (hasta la aletargada zona del euro pudo seguir el ritmo de Estados Unidos en términos del crecimiento del PIB per cápita); de hecho, el PIB per cápita europeo se ha mantenido en aproximadamente tres cuartas partes del estadounidense durante más de un cuarto de siglo. Pero el «modo de vida europeo» (en el lenguaje de la Comisión Europea) es marcadamente distinto al estadounidense: los europeos tienen más tiempo y los estadounidenses, dinero (cuál de los dos es mejor no le importa demasiado a los economistas: es cada persona quien lo decide). Desde un punto de vista geopolítico, sin embargo, la respuesta es clara: más dinero implica más trabajo, más productividad, más crecimiento y más poder.

No estamos entonces juzgando a la economía europea por la calidad de vida que ofrece a sus ciudadanos, sino por su tamaño relativo... y en esos términos la UE está perdiendo terreno. El crecimiento del PIB de la UE, del 1 % anual, es el menor de las economías desarrolladas, y los indicadores de crecimiento desalentadores no son nada nuevo, la participación de la UE en la economía mundial está cayendo mucho más rápidamente que la estadounidense.

Aunque es una medida que se ve muy afectada por las fluctuaciones del tipo de cambio, esas fluctuaciones se compensan con el tiempo. Al tipo de cambio actual —similar al que existía cuando se creó el euro— EE. UU., con un PIB de 25 billones de dólares (millones de millones), sigue constituyendo cerca de un cuarto de la economía mundial (aproximadamente 100 billones de dólares), mientras que la zona del euro, con una economía mucho menor —de 14 billones de dólares— solo representa un sexto de ella. Cuando se creó el euro la diferencia era mucho menor.

Las consecuencias de la inacción son trascendentales. En primer lugar, es poco probable que los esfuerzos para lograr que el euro pueda competir con el dólar como moneda mundial líder tengan éxito. Además, la UE está perdiendo la capacidad para aprovechar el acceso a su mercado (el mayor del mundo, como suele presumir) para promover los objetivos geopolíticos europeos. De hecho, en términos del gasto de consumo el mercado de la UE ya es mucho menor que el estadounidense y está cayendo por debajo del chino.

Luego tenemos el gasto militar, tal vez el vínculo más directo entre el PIB puro y el poder geopolítico. Todos los estados miembros de la OTAN se comprometieron a destinar al menos el 2?% del PIB a la defensa (muchos no cumplieron esa meta, pero incluso si lo hicieran, el estancamiento del PBI llevaría a que también se estanque el gasto militar). Todo esto se reflejaría en el cálculo estratégico de figuras como los presidentes ruso, Vladímir Putin, y chino, Xi Jinping, probablemente con consecuencias indeseables.

En este contexto, el hecho de que el nivel de vida europeo se haya mantenido a pesar del bajo crecimiento no es excusa para la complacencia. Para mantener y fortalecer la situación geopolítica de la UE, sus líderes deben encontrar formas de revitalizar la economía.

Algunos ya reconocieron esta necesidad: tan solo el mes pasado, dos ex primeros ministros italianos, Enrico Letta y Mario Draghi, publicaron proyectos de reforma. El problema es que si hubiera una forma fácil de acelerar el crecimiento —que no implicara costos políticos—, ya se la hubiera aplicado mucho tiempo atrás. Como señaló recientemente Barry Eichengreen, de la Universidad de California, Berkeley, "Europa necesita nuevas ideas".

Un segundo problema aún más fundamental, es que la lógica del conflicto suele desembocar en malas políticas económicas: durante los conflictos los países deben defender sus territorios y ese mandato puede traducirse fácilmente en políticas para defender a la producción local de la competencia extranjera. Cuando Luttwak acuñó el término geoeconomía 1990, recomendó que EE.UU. protegiera a su industria manufacturera y adoptara una política comercial más restrictiva; pero, como lo demuestra un estudio reciente del Fondo Monetario Internacional, la protección de la industria local es una receta para el estancamiento en vez del crecimiento.

Afortunadamente, los responsables políticos estadounidenses no siguieron los consejos de Luttwak. En lugar de ello mantuvieron en gran medida el libre comercio y permitieron que la participación de la industria manufacturera cayera en la economía de ese país. Esto permitió que otras partes de la economía, principalmente el sector digital, ganaran terreno. Hoy EE. UU. es sede de los gigantes tecnológicos y líder en sectores como la inteligencia artificial. La lección para Europa es clara: la lógica del conflicto debe impulsar a los líderes a revitalizar su economía, pero no dictar cómo hacerlo.

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